A veces basta con una metedura de pata para arruinar la más interesante iniciativa. Véase el caso de la reciente celebración en Barcelona del festival Primavera Sound.

Éxito total de asistencia, un cartel impecable, diversión garantizada para el público, especialmente para los que se han puesto hasta el culo de alcohol y sustancias ilegales.

Pero alguien de la organización debió pensar que había que dar la nota social y progresista, para que no pareciera que al festival se la soplaba todo el dolor del mundo.

Y así surgió lo del túnel dedicado a recordarles a los asistentes al festival que el animal de Bibi Netanyahu está crujiendo a los habitantes de la franja de Gaza y aspirando aparentemente a su exterminio.

Métase usted en el túnel y experimente lo mismo que los palestinos que se pasan el día aguantando bombazos del enemigo. Y luego, claro está, vuelva usted al jolgorio, que ya ha acallado su mala conciencia y se ha ganado la próxima birra o la siguiente dosis de MDMA: la música pop le planta cara a la injusticia.

Hasta ahora nos conformábamos con que el cantante de un grupo pidiera en voz alta una Palestina libre o exhibiera una bandera reivindicativa, pero parece que eso no era suficiente.

Había que hacer sentir a los asistentes a un festival que no eran unos alienados que iban a lo suyo sin preocuparse por los que las están pasando canutas. De ahí el túnel de marras, que no se diga que vivimos en una burbuja, aunque el Primavera Sound, como cualquier festival musical, SEA una burbuja por definición. Como lo es leer un libro o ver una película.

Uno puede estar preocupado por lo de Gaza, pero aparcar su preocupación unas horas para disfrutar de algo que le gusta. Eso no le hace una peor persona. No es más que dar al César, o al ciudadano medio, lo que es del César, o del ciudadano medio. Por no hablar de que lo del túnel es más inútil que las aventuras por mar de Greta Thunberg.

Hace unos días me quejaba en este mismo diario (iba a poner en estas mismas páginas, hasta que caí en la cuenta de que estamos en la prensa digital) de la decisión de Jaume Collboni de cortar relaciones con Israel y suspender el hermanamiento de nuestra ciudad con Tel Aviv. Por improcedente (la ruptura de relaciones compete a los estados) e inoportuno (Tel Aviv es la ciudad más progresista de Israel y refugio para maltratados por los fundamentalistas religiosos).

Lo del túnel se parece mucho a lo del ayuntamiento. Ambas iniciativas consisten en meterse en camisas de once varas.

Convertir una tragedia en una atracción de feria, en una experiencia inmersiva que suscite cinco minutos de solidaridad antes de regresar a la saturnal, es de una frivolidad que atufa.

Aceptemos la buena fe del que tuvo la ideaca, pero reconozcamos que el túnel también es una opción más barata que enviar parte de los beneficios del festival a la autoridad palestina o a alguna ONG encargada de aportar ayuda humanitaria (de la que no forme parte Greta Thunberg, si no es mucho pedir).

Este tipo de acciones se enmarcan dentro de la célebre fórmula “Si no puede ayudar, moleste. Lo importante es participar”. Hay que denunciar la injusticia en los foros adecuados, no ponerle un pegote progresista a una celebración lúdica que no necesita pedir perdón por serlo. Y recordemos, una vez más, que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones.