El Ayuntamiento de Barcelona difunde estos días un catálogo de proyectos, ya iniciados o en preparación, con los que dibuja el futuro de la ciudad. Se refieren a la promoción de vivienda, la seguridad, el tranvía, la reinvención de Montjuïc y así hasta casi 20 capítulos.
El listado debería incluir al frustrado eje verde de Consell de Cent. No importa que las sentencias sobre este proyecto estrella de la etapa de Ada Colau discrepen sobre si la obra obligaba a una reforma previa del Plan General Metropolitano, como al final tampoco es relevante la autoría política/ideológica del asunto.
Lo importante es acabarlo y justificar las obras, las molestias causadas al vecindario; es decir, darle una oportunidad para que nos demuestre que ha valido la pena.
A finales de abril se inauguró el parque de Glòries, un proyecto cuya última versión ha estado abierta más de 20 años después de pasar por distintas etapas desde que ese cruce de caminos de la salida norte de Barcelona se incorporó a la ciudad a mediados del siglo XIX. Aún colea el remate de su lado montaña, la absorción de los restos de los Encants Vells, pensada ya en 2007.
Bien está lo que bien acaba, una sentencia aplicable a Consell de Cent, cuya reforma se le ha ido de las manos al consistorio. La contaminación y el ruido no han desaparecido, solo se han desplazado a las calles colindantes, las viviendas han subido de precio, la turistificación se ha multiplicado, como la gentrificación y los brunch se han adueñado de las aceras.
Todo eso con permiso de las furgonetas de reparto, de los patinetes y de los ciclistas, que ya no son solo aquellos urbanitas rendidos al complejo ecológico, sino la personificación del incivismo característico de gente que considera que las normas de convivencia no van con ellos.
Por más tiempo que haya que invertir, esta calle –este eje verde-- no puede quedar así. El balance de los cambios que han generado las obras no es positivo. La desaparición de los automóviles, por ejemplo, solo se produce los días festivos, cuando descansa el reparto de mercancías, mientras que han aparecido problemas inexistentes antes de la pacificación de esa zona de la ciudad.
Algunos bancos se han convertido en refugio nocturno de personas sin techo. Consell de Cent se incorpora así al grupo de barrios que han sido invadidos por el fenómeno tras las reformas consistoriales, como ha sucedido en Sant Antoni después de las mejoras del entorno del mercado.