El último barómetro municipal consolida al PSC como primera fuerza y a Jaume Collboni como el candidato preferido por los votantes, además de ser el que tiene más posibilidades de ocupar la alcaldía cuatro años más, tras las próximas elecciones.
No tiene nada de extraño. El comportamiento de los diferentes grupos municipales lo hace casi inevitable. Día a día se esfuerzan en mostrar que la ciudad les importa un rábano.
Los intereses de los concejales son lisa y llanamente los del partido que los incluyó en las listas. Y varios de esos partidos tienen una única consigna: impedir la gobernabilidad. Aquí, allá y acullá.
Se comportan con arreglo a lo que antes se llamaba (despectivamente) la partitocracia. El gobierno de los partidos, ajeno a la voluntad democrática.
Un ejemplo ilustrativo: casi a la misma hora en la que Albert Batet, portavoz de Junts en el Parlament, acusaba a Salvador Illa de no defender los intereses de los catalanes, supeditándolos a los del PSOE, su partido votaba en el Ayuntamiento de Barcelona contra la modificación de la cláusula que obliga a reservar el 30% para vivienda social en nuevas construcciones.
Una norma que, como se ha demostrado con cifras en la mano, no sólo no ha ayudado a fomentar la vivienda social sino que ha resultado contraproducente.
Lo grotesco es que Junts rechaza esa cláusula e incluso se mostró a favor de cambiarla durante el trámite en comisión. Llegó el momento crucial y se impuso lo que Puigdemont (que no es concejal) creyó que más le convenía: votar a la contra para tratar de desestabilizar a Collboni.
Puigdemont manda y los concejales de Junts obedecen, aunque suponga contradecirse a sí mismos y perjudicar al conjunto de los barceloneses.
Los comunes andan casi por el mismo camino en su intento de socavar al PSC por si Ada Colau intenta volver… para irse otra vez cuando no gane.
El resultado es meridiano: la población valora el esfuerzo del alcalde, casi en solitario, porque con ERC nunca se sabe lo que puede pasar. Da la impresión de que toma las decisiones en función de lo que le manda el confesor a Oriol Junqueras: “Hijo, has pecado; en penitencia, vota con los socialistas”. O lo contrario.
La mejor táctica es la de Vox: no hacer nada, en la estela de Abascal. Si hablan se les ve el plumero, de modo que lo mejor es pasar desapercibidos. Como mucho, un exabrupto de vez en cuando.
Un dato a tener en cuenta, visto el resultado del barómetro, es la posible entrada de Aliança Catalana en el consistorio al tiempo que se esfuman las perspectivas de la CUP. ¿Trasvase de votos entre los extremismos nacionalistas? Conviene no desdeñarlo. Cuando se sitúan los hipotéticos intereses de la patria por encima de cualquier otra consideración, los favorecidos acostumbran a ser los que se presentan como patriotas.
En el caso de Junts, los intereses de la ciudad coinciden, dicen, con los de la patria catalana, que casualmente son los del partido y que, ¡vaya por dios! son los mismos que los de su líder circunstancial. Ese que tiene casa y cuenta corriente en Waterloo (Bélgica).
Junts aduce que no puede ayudar a los socialistas porque le birlaron la alcaldía a Xavier Trias. Pasan por alto que sus concejales impidieron que en Girona fuese alcalde la candidata más votada: Silvia Paneque, del PSC.
Jugar siempre a impedir el juego del contrario, rompiéndole las piernas si fuera necesario, puede llenar de gozo a los forofos del equipo propio, pero es una irresponsabilidad. Claro que algunos juegan así por la complacencia de los árbitros, que en estos asuntos se llaman jueces.
El follón por el follón sólo da munición a los enemigos de la democracia, por la vía de proporcionarles argumentos contra la partitocracia. Eso argumentaba Franco; lo hizo también Fraga y siguen en la estela sus discípulos: Aznar y Feijóo, poniendo en duda un día y otro los resultados de las urnas, incluso cuando ganan (el PP fue el partido más votado en las últimas generales) pero con un resultado insuficiente.
Y es que, en realidad, no es que no les guste el resultado, es que no les gustan las urnas.
Hay que reconocer que el PP catalán es mucho más prudente y, al menos de momento, no se ha apuntado al insulto. Tampoco en Barcelona. Tendrán que tener cuidado, porque el día que mande Ayuso igual son sustituidos por alguien partidario del embrollo.
De momento, quien se beneficia es Jaume Collboni que trata de gobernar y está empezando a ser apreciado hasta por algunos que no lo votaron. Él pone de su parte, pero las mejores ayudas le llegan de la oposición. ¡Impagables!