Es cierto que las cosas tienden a normalizarse en Cataluña, pero también es verdad que las distintas caras del integrismo mantienen su influencia. Quizá no tanto en la calle, donde ha perdido capacidad de movilización, pero si en las estructuras de poder local.

La semana pasada el activismo nacionalista tocó a rebato porque el Centro Cultural La Model --municipal-- había acogido un acto en el que la compañía Teatro sin Papeles, dedicada a abordar los temas que preocupan a los emigrantes, se había atrevido a hacer un sketch de queja por el uso del catalán como lengua oficial y única en la sanidad pública.

Catalanofobia, ridiculización, ataque, ofensa, cornudos y apaleados, supuesto sketch --para negar cualquier mérito artístico a la cosa--; en fin, la retahíla a que recurre siempre la reacción, de aquí y de allá, cuando se lanza desaforada a por su presa.

Es verdad que el color socialista del consistorio era un atractivo adicional para montar el pollo, un pollo que no habían provocado otras representaciones de la pieza –Parla en català, forma parte de la obra Esas latinas-- tan modestas y cercanas como la que nos ocupa.

La teniente de alcalde Maria Eugènia Gay se vio obligada a pedir disculpas por algo que no las merece y que debe ampararse en el derecho a la libertad de expresión, como ella misma había defendido en primera instancia.

Los guardianes de la moral aluden a estadísticas en las que el 99% de los actos de discriminación lingüística tienen como víctimas a personas catalanohablantes.

Ese 99% puede quejarse, y lo hace. Incluso dispone de agentes inquisitoriales que recorren nuestras calles a la caza de pecadores. Pero el 1% restante carece de cualquier derecho, aunque lo ejerza en clave de sorna teatral.

(Además, como todo el mundo sabe, esos datos sobre la marginación idiomática no son reales; en todo caso reflejan las denuncias presentadas, no las situaciones verdaderamente vividas. Además, las propias instituciones son las que se empeñan en marginar el castellano en las aulas e imponer el catalán sin tener en consideración el idioma materno de los alumnos.)

El fondo de la cuestión va más allá de la lengua, que es todo lo contrario, que no es otra cosa que un instrumento de unión entre las personas. Sospecho que no podría importarles menos. El fondo es la imposición y el desdén por los derechos del diferente, y la capacidad del integrismo de influir en unas instituciones que no gobierna porque carece de respaldo electoral suficiente.

Están ahí fuera; siguen con su matraca del lamento y la expiación. Un modesto grupo teatral de mujeres inmigrantes ha venido a recordárnoslo.