Junts per Catalunya (JxCat), las últimas siglas del mundo que giró en torno a Convergència Democràtica de Catalunya (CDC) es un ejemplo claro cómo las contradicciones y la complejidad de la política llevan a la inmobilidad.
De las tres grandes instituciones en las que tiene presencia, es en el Congreso de los Diputados donde influye más, pese a que solo dispone del 2% de los escaños.
En la que menos pesa es el Ayuntamiento de Barcelona, aunque su grupo concentra el 27% de los concejales del plenario; de hecho, fue la formación ganadora de las últimas elecciones.
En el Parlament pinta tanto como en el consistorio barcelonés a pesar de que su bancada agrupa al 26% de los diputados y es el segundo en términos absolutos.
Las características propias de la gobernanza de cada una de esas instituciones y el fraccionamiento electoral de las últimas convocatorias explican esas incoherencias, pero no del todo.
El barómetro municipal señala que la intención de voto de los neoconvergentes no cesa de bajar y que el conocimiento entre la ciudadanía de su portavoz, Jordi Martí Albis, es muy bajo. Señales de la urgencia de la designación de un candidato a alcalde y del trazado de una línea política clara para la ciudad.
Los movimientos de JxCat en el Ayuntamiento de Barcelona responden a una táctica política frente a Aliança Catalana, como la abstención en el primer paso de la ordenanza de civismo, y al olvido de los asuntos estrictamente locales, como el asunto de la reserva del 30% de las nuevas promociones para vivienda social. Y de los grandes temas empresariales, como demostró ayer oponiéndose a la ley de refuerzo del sistema eléctrico.
Carles Puigdemont hace suyos los modos del liderazgo indiscutido con que Jordi Pujol dirigió la CDC triunfadora, incluido un cierto descuido de la capital que nunca disimiló. Sus candidatos a la alcaldía solían ser antiguos consellers, incluso convenció en una ocasión al archiconocido Miquel Roca para que se prestara. De hecho, el único convergente que ha llegado a la alcaldía, Xavier Trias, había sido titular de Sanidad y de Presidencia con Pujol.
JxCat tiene a mano perfiles semejantes en estos momentos; alguno de ellos, como Joaquim Forn, ha declinado. Mientras Waterloo se decide, la presencia del partido en Barcelona se diluye. Me temo que si preguntáramos a sus votantes –casi 150.000 en 2023-- por sus propuestas sobre la vivienda, el turismo, la convivencia o la movilidad no sabrían qué decir. Es más que probable que los empresarios catalanes dieran la misma respuesta.
Está claro que con cuatro dogmas repetidos hasta construir un relato y con solo siete votos puedes triunfar en el Congreso –CiU lo había hecho con 10--, pero hacer algo semejante en el consistorio con 11 concejales es mucho más difícil.
Puigdemont tendría que verlo, tomárselo en serio y olvidar la martingala de que Trías obtuvo más votos que Jaume Collboni en 2023. Entre otras cosas, porque también Sílvia Paneque ganó a Lluc Salellas y a Genma Geis, pero JxCat y ERC hicieron alcalde al cabeza de lista de Guanyem Girona. Nadie lloró por los rincones ni ahora se pasa el día recordando un episodio tan duro como democrático.