Barcelona ostenta el dudoso honor de encabezar el ránking de las ciudades más masificadas turísticamente hablando del mundo. 201.722 visitantes por kilómetro cuadrado que la sitúan en primer lugar, por delante de destinos como París o Bangkok, según un reciente estudio realizado por Nomad eSIM.
El Aeropuerto de Barcelona es el segundo europeo con más pasajeros de origen-destino (O&D), con cerca de 53 millones de pasajeros entre julio de 2024 y junio de 2025, por detrás de Londres-Heathrow, según el 52 Observatori de Tràfic Aeri de Barcelona.
En estas fechas se multiplican los informes sobre turismo en la capital catalana. Afluencia, plazas turísticas, apartamentos legales e ilegales. Una oleada de datos para constatar lo que los barceloneses ya sabemos.
Barcelona se ha convertido en un destino turístico de primer orden, y eso se traduce en sus calles y servicios públicos. El ‘Objetivo 92’ de Pasqual Maragall, poner a Barcelona en el mundo, podría estar muriendo de éxito.
Que se lo digan a los vecinos del Parc Güell, a los que les es casi imposible coger el autobús, al completo de turistas con destino a la obra de Gaudí.
O a los ya escasos vecinos de toda la vida que siguen residiendo en el Eixample, que intentan sobrellevar una vida entre tiendas de conveniencia, hoteles y apartamentos turísticos.
Poco después de asumir el gobierno de la ciudad, el teniente de alcalde Jordi Valls advertía que “hay que repensar el turismo”, porque esta industria, que se ha convertido en actor principal del PIB de la ciudad, “no se puede crecer indefinidamente”.
Hace unas semanas, el Informe BBVA Research sobre la economía catalana confirmaba la percepción de Valls, al que no se podrá acusar de ser abogado del decrecimiento.
En la presentación del informe, Miguel Cardoso, economista jefe de BBVA Research, anunciaba una desaceleración para 2026, que atribuía a un giro en el comportamiento del turismo.
Pese a unos datos que siguen siendo de récord, Cardoso apuntaba a una cierta caída del turismo que viene a Barcelona como uno de los elementos que explican la desaceleración de la economía para el conjunto de Catalunya. Así de importante es el peso del turismo que visita la capital catalana.
El estudio de BBVA refleja un “cierto agotamiento” del turismo extranjero. Algo que Cardoso asociaba a una masificación turística que puede estar haciendo que la experiencia de venir a Barcelona no cumpla las expectativas del turista.
Llegar a Barcelona y encontrarse sin entradas para acceder a la Sagrada Família o inmerso en un río de turistas siguiendo la sombrilla amarilla del guía de turno puede ser tanto o más frustrante que la escalada de precios de la hostelería y la restauración.
Hace poco, un responsable de la estación de esquí de Baqueira-Beret me explicaba que el forfait diario ha escalado hasta los 67 euros. “Y yo lo subiría hasta los 120” añadía.
“Sería la manera de volver a dar un servicio de calidad”, explicaba, tras relatar las dificultades derivadas de una zona fuertemente tensionada por el turismo.
El crecimiento de las necesidades derivadas de la ampliación casi constante de la estación ha roto el equilibrio. Desde los profesores de esquí a las asistencias o la atención en la hostelería.
Todo ha perdido calidad porque Baqueira se ha masificado, y empieza a perder parte de su mejor clientela, la de alto poder adquisitivo.
Barcelona nunca ha tenido el sello elitista de Baqueira, pero sí debería empezar a plantearse las consecuencias de una masificación que perjudica a la industria del turismo y toda la actividad económica auxiliar.
Josep Lluís Bonet, presidente de Cámaras de España y uno de los hombres que mejor entienden los entresijos de la economía catalana siempre dice que no es cierto que el turismo represente el 12% o 13% del PIB.
Él lo eleva al 30% por su incidencia en otros sectores económicos directa o indirectamente tributarios del turismo. Un sector demasiado importante como para no tomar medidas cuando el modelo empieza a dar signos de agotamiento.