Jordi Pujol deseaba una Catalunya con la organización territorial de Holanda (hoy Países Bajos): regularmente distribuida, sembrada de ciudades medianas y sin grandes aglomeraciones.

Probablemente su modelo no era positivo sino que traducía la preocupación que provocaba en él comprobar que Barcelona y su entorno votaban a la izquierda y amenazaban con convertirse en un contrapoder frente al gobierno de la Generalitat. De ahí que, en cuanto pudo, liquidara la Corporación Metropolitana de Barcelona.

A pesar de ello, Catalunya ha evolucionado a su aire y voluntad. Se ha consolidado una gran aglomeración urbana donde viven más de dos tercios de la población.

Así las cosas, una de las mayores virtudes de las jornadas BCN Desperta! ha sido asumir que el presente es el que es y que su conocimiento adecuado es imprescindible para organizar el futuro.
Los conservadores, agrupados en un partido o no, miran hacia atrás. Imaginan que hubo un paraíso que, claro, se ha perdido. El futuro, por consiguiente, consiste en volver al pasado.

En las jornadas, en cambio, la mayoría de las intervenciones han mirado hacia el futuro, sin presuponer que tenga que perpetuar ni el pasado ni el presente. Entre otros motivos porque la situación general del Área Metropolitana de Barcelona es manifiestamente mejorable.

La cura de cualquier paciente empieza con un diagnóstico adecuado. Si se yerra en el análisis de la situación, las medidas pueden resultar incluso contraproducentes.

Entre los problemas actuales se han destacado dos: la vivienda y la movilidad. Están asociados, de modo que la solución debe ser conjunta.

Hay otro asunto que conviene no desdeñar: la falta de una autoridad real metropolitana que pueda decidir sobre el urbanismo desde una perspectiva global, por encima de lo estrictamente local.
La entrega del urbanismo a los municipios se ha revelado como un pequeño desastre. No permite una ordenación del territorio que dé continuidad tanto a las zonas residenciales como a las industriales, dotándolas de un transporte adecuado.

Los ayuntamientos toman las decisiones pensando en los ingresos que representan la actividad constructora e industrial y casi en abierta competencia con la localidad vecina. Nacionalismo a pequeña escala.

Una autoridad real metropolitana podría programar a la vez la vivienda nueva y el transporte a construir, teniendo presente que el territorio barcelonés no se asienta en una llanura como la de Madrid y, por lo tanto, que la organización de la movilidad debe respetar las limitaciones de montañas y ríos que ha dispuesto la naturaleza.

Sobre todo porque, por un motivo u otro, los túneles están mal vistos. Ahí está aplazado sin fecha el proyecto de enlazar la metrópoli con el Vallès con el túnel de Horta. Ni siquiera la oferta de que fuera de uso doble (ferroviario y para el tráfico rodado) ha convencido a los reticentes.

Lo que no parece razonable es que, como sostienen algunos alcaldes metropolitanos, la ciudad de Barcelona sólo se sienta metropolitana cuando hay que proyectar infraestructuras molestas, sean autopistas, vertederos, incineradoras o aeropuertos. Esas, fuera de la ciudad.

La organización ferroviaria actual es barcelonesa, pero no metropolitana. Contempla dos estaciones: Sagrera (eternamente en obras) y Sants (con las obras eternamente programadas). La estación de El Prat, que tiene acceso en metro y debería enlazar con el aeropuerto y convertirse en la estación del sur, ni siquiera se utiliza.

Se habló en algún momento de una estación en el Vallès. No prosperó la idea por la oposición barcelonesa y, también, por las discrepancias entre los consistorios de Sant Cugat y Sabadell.

Que en las jornadas BCN Desperta! se haya contemplado el territorio metropolitano como un todo, con voluntad de entendimiento entre técnicos y poder político, resulta estimulante. Que se haya hablado de sus problemas y se busquen soluciones, además de estimulante es esperanzador.
Mucho es en tiempos donde hay gente desesperada y gente empeñada en convencer a los desesperados de que ya no queda esperar nada. Al menos nada bueno. Pero cabe soñar el futuro. Y está en nuestras manos hacerlo realidad, aunque sólo sea por llevar la contraria a los agoreros.