Clásico ejemplar del transfuguismo, especialista en vivir a costa del presupuesto público y candidato fracasado siempre que se ha presentado a elecciones en el PSC que tantos años le dio de comer, Jordi Martí se acercó a ERC para ser desleal con los suyos y puso su más que dudoso talento al servicio de Ada Colau. Con semejantes credenciales, no es extraño que ahora traicione hasta a Copito de Nieve, aquel símbolo de Barcelona al que el alcalde Joan Clos llamó “ciudadano ejemplar”. Por entonces, Martí simulaba ser leal al alcalde Jordi Hereu, al que pretendía suceder al frente de la alcaldía. Hereu no tenía prejuicios contra Copito de Nieve.
Con un currículum plagado de cargos sobradamente pagados como gerente, gestor o delegado, Martí ha necesitado llegar a abuelo para descubrir que Copito de Nieve es un residuo del colonialismo. Como el Cola-Cao, el Cacaolat o Antonio Machín, por ejemplo. Y a pesar de tantos halagos como le dedicaron los socialistas y de tantos dineros como ingresaron gracias a los souvenirs y al merchandising de la simpática mascota. Como con su actual sueldo y prebendas no necesita calderilla, se suma al negacionismo de la comunada y olvida de los años en que nunca hizo nada contra negreros que fueron prohombres de Barcelona y de Cataluña ni contra sus herederos que aún pululan por la política. Experto en travestismos ideológicos, y con la ambición de suceder a Colau, Jordi Martí es el vivo recordatorio de que, más temprano que tarde, Barcelona, Copito de Nieve y la Dama del Paraguas no pagarán a traidoras y traidores.