Patricia Pozo: El cerebro es su vida
La doctora es una de las mayores expertas mundiales en migrañas, que, siempre seria y atenta, receta comer a menudo y poco y renunciar a controlarlo todo
2 mayo, 2023 00:00Noticias relacionadas
Íbamos a casa de una amiga de mi madre, en Barcelona, a jugar y merendar. De repente, en la plaza Adriano, noté que no veía bien, sentí que se me dormía la mano y quise explicarlo. No encontré las palabras adecuadas, pero mi madre me entendió: ella padecía esos mismos síntomas antes de que le explotara la cabeza. Tenía 12 años y era mi primera migraña. Coincidió, como la de tantas niñas, con la llegada de la regla. La cefalea crónica, esa puñetera herencia, marcó mi vida.
Se lo conté, décadas después, a Patricia Pozo-Rosich, doctora en medicina, especialista en Neurología y directora del Laboratorio de Investigación del Hospital de Vall d’Hebron. La doctora barcelonesa es una de las más prestigiosas especialistas mundiales en migrañas. Lleva años investigando, visitando enfermos, monitorizando los síntomas. Sabe que el dolor de cabeza te complica la vida privada y la profesional. Si no la tratas, te incapacita.
Impresiona el currículum de esta barcelonesa, miembro del comité ejecutivo de la International Headache Society y de la American Headache Society. Da igual donde vayas, cuando a un neurólogo de cualquier lugar le dices que te ha tratado Patricia no te dejan acabar. Pasas a ser un enfermo con conocimiento de causa. Todos han coincidido con ella en congresos o leído estudios firmados por su equipo.
Cuando la conocí, esta mujer morena, delgada y de ojos profundos, era la asistente del doctor Feliu Titus, el primer neurólogo español que se tomó en serio las cefaleas. Entonces pensé: “esa residente tan seria lo absorbe todo y quiere saber más. Sobrepasará en rigor y dedicación a todos los que la rodean”. Dirige, desde hace años, la Unidad de Cefalea del Vall d’Hebrón, el olimpo al que todos los migrañosos quieren ser enviados. Para adentrarse y entender mejor el cerebro humano, desarrolló, con financiación de la Caixa, el Migraine Adaptive Brain, un espacio único en España.
Cada día, un 15% de la población del mundo, se despierta con “una maldita jaqueca”, así la llamaba mi abuela. No es algo nuevo, hace 2.500 años, el médico griego Hipócrates ya describió la dolencia: “Los enfermos sufren un aura, que les tapa la visión, para acabar con fuertes dolores en una mitad del cráneo”. Los más desesperados se sometían a trepanaciones para curar el mal.
En mi familia, la migraña crónica ha pasado de madres a hijas desde tiempos inmemoriales. “Menuda herencia”, pensaba de jovencita, mientras pedía, a los santos y a los médicos, un solo deseo: “por favor, hagan que desaparezca”. Que mi hija no padezca dolores de cabeza es una de las grandes alegrías de mi vida.
A principios de los 70, cuando sufrí mi primera cefalea, no te llevaban al médico. Mi madre me dio dos optalidones (luego los prohibieron) y me puso hielo en la cabeza. Con cada episodio, me tiraba entre 24 y 48 horas en la cama de una habitación a oscuras.
El leit motiv de esta doctora, que sonríe poco y pregunta mucho, es “avanzar en la comprensión del cerebro y mejorar la calidad de vida de los enfermos”. Su interés en difundir avances e información, la llevó a fundar la página www.midolordecabeza.org, que tiene más de 3.500 usuarios registrados y 25.000 seguidores en Facebook.
Ante el dolor, los niños no entienden qué les pasa. Y se asustan. También sus padres. Pozo me contó que falta información en los colegios. Quería poner en marcha un programa para explicar esta dolencia a profesores y adolescentes. Prometí ayudarla, pero llegó el covid y complicó nuestras vidas. Los dolores de cabeza de los migrañosos que sufrieron el virus eran el doble de fuertes que los del resto de la población. Escribo esta crónica, pensando que le debo una. A ella y a mi adolescencia. Hoy en día, la situación es diferente. Sin embargo, según los últimos informes, un 40% de la población con migrañas sigue automedicándose.
La dolencia te paraliza, pero, hasta hace algunos años, era difícil conseguir una baja por ella. Aprendías a esconderte sin quejarte. En el trabajo, nunca confesé que me ausentaba porque tenía dolor de cabeza. Me iba corriendo del despacho, tras automedicarme con aspirinas, nolotiles, tranquilizantes o lo que tuviera a mano. Daba cualquier excusa de las serias: “el niño se ha puesto malo, mi madre se ha caído, tengo una entrevista laboral urgente”.
Cuando fui jefa (directora, consejera delegada) tampoco quise sacar el dolor del armario; lo ocultaba estúpidamente. Hasta que, en 2018, mi año horribilis, padecí 22 migrañas en un mes, el de diciembre. El exceso de medicamentos me produjo un rebote. Acabé en el despacho de la doctora Pazo, situado entonces en un contenedor exterior del gran hospital barcelonés.
La siguiente vez que fuí a verla, ya tenía media planta hospitalaria; parecía feliz en su sencillo despacho. Me habló de los anticuerpos monoclonales. Ese avanzado tratamiento estaba en período de autorizaciones y aún no se recetaba ni financiaba a través del Sistema Nacional de Salud español (ahora, sí). La doctora Pozo me puso en contacto con una colega lusa y conseguí entrar en un programa experimental. Sentía yo, en aquel período, que no podía más, que iba a estallar. Ella lo vio.
Los medicamentos preventivos han evolucionado, pero las soluciones no son sólo farmacológicas, dice Patricia. El estrés y el cambio de hábitos, además de la alimentación y la falta (o exceso) de ejercicio físico afectan a los migrañosos. Tengo anotados los consejos vitales que la neuróloga barcelonesa me dio: “Come a menudo y poco. Un café al día puede ayudar; dos son demasiados. Mejor prescindir de la cafeína y beber agua. El exceso de trabajo, la obsesión y el querer controlarlo todo, es contraproducente. Duerme siete horas, levántate temprano, sal a caminar”.
Patricia Pozo- Rosich, que sale a correr todas las mañanas por esta ciudad nuestra, no se rinde. Esta señora de Barcelona es una de los neurólogos mundiales con mejores resultados clínicos y de investigación. El cerebro es su vida.