Barcelona es una de las ciudades más interesantes y bellas del mundo. A pesar de la pandemia sigue siendo una de las capitales más visitadas y, ¡no es para menos! Los turistas quedan absolutamente anonadados con lugares y monumentos como la Sagrada Família, el Recinto Modernista de Sant Pau, la playa de la Barceloneta, la Pedrera, la montaña de Montjuïc o el Tibidabo, entre otros. Pero si hay algo que seduce es la singularidad de sus rincones. La ciudad cuenta edificios y rincones más curiosos y llenos de historia que, hasta sus propios ciudadanos desconocen en muchas ocasiones.
Metrópoli ha hecho un recopilatorio de 10 de ellos, ubicados en distritos distintos de Barcelona, y que se convierten en lugares indispensables para visitar este 2022.
CAN PEGUERA
Entre el Turó de la Peira y La Guineueta, se extiende una explanada de casas bajas con tejados a dos aguas: Can Peguera. Este conjunto residencial, conocido como Ramón Albó durante muchos años, es el único superviviente de los cuatro grupos de casas que el Patronato Municipal de la Vivienda construyó entre 1929 y 1932 Barcelona para reubicar los trabajadores que vivían en barracas en Montjuïc.
El complejo estaba formado originariamente por 534 casas baratas. Este asentamiento se completó con un cuartel de la Guardia Civil y la iglesia de Sant Francesc Xavier, antigua capilla de la masía de Can Peguera, origen del nombre actual que recibe este barrio. La antigua masía formaba parte de una finca de 11 hectáreas que, como el parque del Turó de la Peira, era propiedad de la marquesa de Castellvell hasta que la vendió. Durante muchos años, la masía se dedicó a la fabricación de pegamento. Tras la guerra civil, en 1947, el barrio se amplió con 116 viviendas más, y siete años más tarde, en la plaza de Sant Francesc Xavier, se levantó la Casa Consistorial y un edificio de viviendas sociales para acoger a 30 familias más.
CASA TOSQUELLA
En la esquina de la Ronda del General Mitre con la calle de Ballester, en Sarrià-Sant Gervasi, se dibuja la silueta solitaria de una vieja propiedad. Nadie lo diría, por su estado de abandono, pero es Monumento Histórico desde 1974 y Bien Cultural de Interés Nacional de Cataluña: La Casa Tosquella.
Se trata de una torre residencial a tres vientos, de plana baja y semi-sótano. Una auténtica belleza de otro tiempo rendida al abandono. La casa es el resultado de una reforma realizada por el arquitecto Eduard M. Balcells, en 1907, en una casa de veraneo construida originalmente en 1889 por el maestro de obras Juan Caballé. Antonio Tosquella, encargó la reforma –una de las primeras obras de este arquitecto modernista–, tras volver de América al final de la colonización española bastante bien posicionado económicamente, según las fuentes consultadas.
Su última inquilina fue Maria Dolors Castells, descendiente de Tosquella. Desde que la casa fue abandonada en el año 2012, la casa fue ocupada unos años después. Más tarde, la casa fue tasada en 1,7 millones de euros y puesta a la venta en Wallapop por 1,4 millones de euros. El Ayuntamiento, finalmente, adquirió la finca por 1,15 millones y la convertirá la vivienda en un centro para gente mayor.
CASA ANTONI SEGARRA
Así, con el portón de la entrada cerrado a cal y canto, el edificio que ocupa el número 185 de la calle de Provença no pasaría de ser uno más entre tantos del Eixample barcelonés. Un gigante entre medianeras, de planta baja y cinco pisos, con una fachada que delata su estilo totalmente modernista en los detalles.
Lo dicho, otra fachada más del Eixample. Hasta que, de repente, el edificio te da con la puerta en los morros. Es una puerta enorme de madera con adornos de forja: unos dragones en las bisagras que se extienden hacia el eje central, donde se unen las dos hojas de la puerta en un tallo que se ramifica en la parte superior, rematada por flores. Sobre estas, una decoración de cintas y flores esculpidas en piedra con un adorno central que sirve como ménsula. Es inevitable preguntarse qué habrá al otro lado de la puerta.
Es la Casa Antoni Segarra, construida entre 1904 y 1907 por Josep Masdéu i Puigdemasa, donde se alzan dos formidables lámparas de forja con cristales de colores que iluminan un vestíbulo de ensueño, envuelto en una luz tenue y cálida. También hay espléndidas vidrieras con motivos florales e incluso un dragón que, desde la barandilla, custodia una escalera con su arrimadero de mármol. Y al fondo, pasado el tragaluz al que se asoman algunos de los pisos, destaca el ascensor con su verja de forja y sus cristales de colores en la parte superior.
FARO DEL MORROT
Cae la noche en la colina de Montjuïc, entre el castillo y la Ronda Litoral, en la zona conocida como el Morrot –una de las principales reservas naturales y de biodiversidad de Barcelona–. Una enorme linterna se activa y gira y gira sobre sí misma, en un guiño perpetuo al mar, para guiar a los barcos que entran en el puerto.
Es el faro del Morrot. Entró en servicio en 1906 con una lámpara de petróleo sobre una estructura provisional y con el objetivo de sustituir al faro del Llobregat y al viejo faro de Barcelona. La construcción del nuevo edificio, que se encargó al ingeniero José Cabestany, no se aprobó hasta 1917, aunque las obras no empezaron hasta cinco años más tarde porque no había nadie a quién adjudicar el proyecto.
El acceso al faro es algo complicado. Solo se puede llegar por un estrecho tramo restringido al personal autorizado del puerto que parte de debajo de la ronda del Litoral, a los pies del cementerio, en lo que en otro tiempo fue el supermercado de la droga de Can Tunis.
LA "CÁRCEL DE LA VERGÜENZA"
En la calle del Pare Manjón, 2, en uno de los barrios más pobres y olvidados de Barcelona, en el distrito de Sant Andreu, se encuentra el Centre Penitenciari Obert 2 de Barcelona, la antigua prisión de mujeres, inaugurada el 9 de julio de 1963. Hasta su entrada en funcionamiento y, después de que la prisión de mujeres de Les Corts cerrara, en 1955, las reclusas ocuparon un departamento especial habilitado dentro de la Modelo.
La cárcel de mujeres de la Trinitat estaba dirigida por Las Cruzadas. Estas formaban parte de una institución secular creada por el padre Doroteo Hernández Vera, quién fue un preso del ejército republicano en 1937. Tras ser liberado el mismo año, creó la orden con el objetivo de encarcelar a las mujeres rojas y someterlas, sobre todo a las presas políticas, con el pretexto de ayudarlas a encaminar sus vidas. La praxis adoctrinadora que Las Cruzadas ejercían sobre las presas era un calvario de control y represión que incluía castigos, vejaciones y abusos continuos. Al final de la dictadura, diversas movilizaciones de apoyo a las presas llevaron en 1978 al nuevo director general de Instituciones Penitenciarias de visita al centro, lo que precipitó la adopción de medidas para poner freno a las irregularidades. Ese mismo año, Las Cruzadas dejaron la cárcel, que pasó a ser dirigida solo por funcionarios.
Esta siguió funcionando como prisión de mujeres hasta finales de 1983 cuando, coincidiendo con el traspaso de competencias en materia penitenciaria a la Generalitat, se habilitó el antiguo reformatorio de Wad-Ras como nueva prisión provincial de mujeres. La prisión de la Trinitat pasó a acoger a presos jóvenes procedentes de la Modelo desde 1984 a 2009, cuando se derribó parcialmente.
LA 'KASA DE LA MUNTANYA'
Desde lo alto de la avenida de Sant Josep de la Muntanya una miliciana saluda al barrio de la Salut. Es un mural homenaje a la Barcelona antifascista, una obra del artista Roc Blackblock, inspirada en una fotografía realizada por Antoni Campanyà, el 28 de agosto del 1936. No es una casualidad que el autor del mural eligiera esa imagen para plasmarla en un edificio que fue una caserna de la Guardia Civil y que, tras su ocupación hace ya 32 años, se convirtió en la Kasa de la Muntanya.
Su historia se remonta a la huelga general de 1902, que desató una serie de altercados contra la burguesía barcelonesa. Los habitantes del barrio de la Salud solicitaron más protección y seguridad, pero como el Gobierno carecía de fondos, Eusebio Güell construyó un cuartel con su dinero y lo cedió al Ministerio del Interior, en 1909.
El cuerpo de seguridad abandonó la casa en 1982 dejando dos agentes que se marcharon el 1983. Y el edificio permaneció abandonado hasta 1989, cuando un grupo de jóvenes la okupó. Nunca se le devolvió a la familia Güell, aunque la reclamaron más tarde por la vía legal. En 1992, pasó a manos del Ministerio de Hacienda. Pero no fue hasta 1997 cuando el Ministerio de Hacienda interpuso la primera denuncia contra los okupas, y en 2000 se firmó la sentencia de desalojo.
En noviembre de 2018, el Ayuntamiento anunció la transformación del gran símbolo del movimiento okupa en pisos sociales, pero tres años después, aún queda lejos pues el Ayuntamiento aún no es propietario de los terrenos de la familia Güell. Mientras tanto y desde su okupación en 1989, el edificio se sigue utilizando como vivienda y en él se llevan a cabo proyectos de carácter político, autogestionario y anti-autoritario.
COLONIA CASTELLS
El pasaje de Piera es el último recuerdo que queda de la Colònia Castells, la última huella de una isla de 280 casas baratas, situada en pleno barrio de Les Corts y levantada en la década de 1920 para los obreros de la fábrica de barnices Castells, hoy desaparecida. Casi 100 años después, y en situación de desalojo y derribo inminente, este pellizco del pasado obrero agoniza desde 2017, preparado para desaparecer en cualquier momento y dar paso a una zona verde de 10.000 metros cuadrados prevista por el plan urbanístico desde el 2000 o por los vecinos que ligue con la memoria de aquella comunidad", ha señalado la teniente de Urbanismo.
Tras la verja pintada de verde se abre este último superviviente de la antigua colonia fabril. A derecha e izquierda se suceden, una tras otra, dos hileras de modestas casas bajas de apenas unos 50 metros cuadrados, con un minúsculo jardín con espacio para unas pocas macetas. Según cuentan algunos testimonios recogidos en artículos de diferentes diarios, en algunas de estas casas llegaron a vivir hasta dos familias. Las paredes eran tan finas que era inevitable no escuchar todo lo que pasaba en casa del vecino. Así que no es de extrañar que la vida se hiciera prácticamente en la calle.
Actualmente, la mitad de las casas de este paseo están vacías y tapiadas, pero en las ubicadas en el lado de la calle Ecuador, la vida aún continúa. Después de años y años con la amenaza de demolición inminente sobre sus tejados, el Ayuntamiento decidió indultar una decena de estas viviendas y las fachadas de las de enfrente para evitar que parte de la historia del barrio caiga en el pozo del olvido.
LA CHIMENEA DE LA EMBOTELLADORA RAM
En la calle Pujades, arropada por unos modernos edificios, descansa un gigante que recuerda el pasado industrial, no tan lejano, de Poblenou. Se trata de la chimenea troncocónica de ladrillo visto, que formaba parte de la antigua planta embotelladora de la leche RAM (Lactaria Española), único vestigio que se decidió preservar de las antiguas naves, situadas en un solar delimitado por las calles de Subidas, Bac de Roda, Llull y Fluvià, hoy conquistado por modernas viviendas.
Esta fábrica se construyó en 1963 y dio trabajo a más de 600 personas, hasta su cierre en 1991 o 1992. Pero los orígenes de la RAM se remontan a 1934, cuando Jaume Serra Noy y Francesc Casanovas Garrigues fundaron RAM Sociedad Anónima, dedicada a la elaboración, industrialización y comercio de sustancias alimenticias y sus derivados. El embotellado y fabricación de leche bajo esta marca es posterior a la guerra civil: el registro de la marca RAM está fechado el 18 de marzo de 1946. Paralelamente, en 1941 inició su actividad La Lactaria Española, sociedad que en 1954 adquirió RAM y que tenía fábrica en Sils (más tarde se trasladó a Vidreres).
EL PASAJE DE LA FALTA DE ORTOGRAFÍA
Empieza en la calle de Josep Anselm Clavé y acaba en la plaza de Joaquim Xirau, pero el tramo que más llama la atención es el que discurre más allá del arco que anuncia en enormes legras: “Pasage de la Paz”. Dan ganas de echarse a llorar por el inmenso dolor que produce ese “pasage” con g, todo un atentado contra las reglas ortográficas del castellano.
Consideremos pues esa g como una señal de lo que le espera al visitante al pasar por el primero de los tres arcos bajo los que transcurre este particular pasaje: un viaje en el tiempo, con parada directa en la segunda mitad del siglo XIX. En aquella época, esta parte de Barcelona estaba inmersa en un proceso de modernización urbanística que, al margen del proyecto del Eixample, supuso también la reforma de varias zonas del interior de las murallas con un objetivo: conseguir el máximo número de viviendas manteniendo unas condiciones aceptables de habitabilidad.
Y en ese contexto, el maestro de obras José Domínguez Valls, construyó en 1876 un conjunto urbanístico de viviendas de alquiler. El resultado fue esta enorme edificación de estilo neoclásico de planta baja y cuatro pisos, formada por dos volúmenes principales en cada extremo del pasaje e intercomunicadas mediante un paso interior bautizado como pasaje de la Paz, en conmemoración del final de la Tercera Guerra Carlina. Un dato curioso: en el número 3 del pasaje abrió, en 1910, uno de los prostíbulos más famosos de la ciudad, conocido como el Xalet del Moro.
LA ANTIGUA LEPROSERÍA DE CAN MASDÉU
El primer hospital para leprosos en Barcelona se construyó a principios del siglo XII, en la plaza del Pedró, en el Raval, y tres siglos después, se unió al Hospital de la Santa Creu. Ese viejo edificio de la calle del Carme continuó acogiendo a los leprosos hasta que fueron trasladados a una masía situada a las afueras de Horta (entonces municipio independiente de Sant Joan d’Horta): Can Masdéu.
El camino de Sant Llàtzer, una pista forestal que conecta el barrio de Canyelles con el parque de Collserola, es actualmente un sendero muy transitado por excursionistas. Pero, a principios del siglo XX, era un lugar muy apartado, ideal para mantener la enfermedad a raya y al mismo tiempo dar cobijo a quienes la padecían.
En 1904, tres años después de su adjudicación, la casa fue habilitada como Hospital de Leprosos. Esta siguió funcionando hasta 1960, cuando la Junta Provincial de Sanitat solicitó el cierre de Can Masdéu y el traslado de los enfermos a otros centros del Estado donde poder ofrecerles terapias modernas. El nuevo edificio no estuvo preparado hasta los años 50 y acabó destinándose al tratamiento de otra enfermedad mucho más alarmante que la lepra en aquellos años: la tuberculosis.
El cierre definitivo de la antigua leprosería de Can Masdéu se produjo en 1961. Desde entonces, el edificio permaneció vacío durante 40 años. Hasta que, en 2001, un grupo de jóvenes activistas okuparon la casa y la convirtieron en un equipamiento social y de autogestión de referencia donde se llevan a cabo distintos proyectos de educación ambiental.
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