Dance usted
La Paloma reabrirá sus puertas en febrero tras vencer la resistencia del Ayuntamiento de Barcelona, que lo cerró en 2006 por ruidos
24 enero, 2023 00:00Noticias relacionadas
Tomo prestado el título de una canción de Radio Futura para hablarles de los salones de baile en general y de La Paloma en particular, local que, tras un ensayo en Nochevieja, reabrirá sus puertas en febrero tras vencer la resistencia del Ayuntamiento de Barcelona, que lo chapó en 2006 por cuestión de ruidos y quejas de los vecinos. Aunque siempre he bailado como un oso borracho (y que no he vuelto a bailar desde que dejé de beber, hace ya unos cuantos años, por no hablar de que me voy acercando a una edad provecta y no estoy para hacer el ridículo más de lo imprescindible para considerarme humano), lo cierto es que siempre me han fascinado eso que a los cursis les dio por llamar durante una época dancings, término inglés que no utiliza ningún angloparlante, pues para eso tienen la palabra ballrooms (sus equivalentes actuales son los que llaman footing al jogging y smoking al tuxedo).
La mera idea de que haya sitios dedicados exclusivamente a la danza y el subsiguiente ligoteo (o intento de) me parece brillante. Un ballroom es un lugar para dar vivas a la existencia, pues se bebe y se danza. Y los que no saben o no quieren bailar, siempre pueden quedarse en los palcos de arriba viendo evolucionar por la pista a los demás mientras se emborrachan adoptando una actitud a lo Jay Gatsby cuando daba aquellas fiestas en su mansión de los Hamptons en las que se aburría como una seta porque nunca aparecía su adorada Daisy, casada a la sazón con un gañán adinerado.
Esa era la actitud que adoptábamos uno y sus amigos a finales de los años 70, cuando Manel Valls y Carlos Pazos alquilaban los fines de semana el hoy desaparecido Salón Cibeles para montar lo que llamaban Bailes Selectos, a los que acudía lo mejor (y lo peor) de la sociedad alternativa barcelonesa. Estructuralmente, el Salón Cibeles se parecía mucho a La Paloma, más que nada porque todos los ballrooms de este mundo (no sé cómo serán aquellos bailes de Marte de los que hablaba Marc Bolan y que acabaron versionados por los citados Radio Futura en su tema Divina) se parecen o son directamente idénticos: una barra, una pista de baile y una zona en alto para los que prefieren beber y observar a los danzantes (recordemos, ya puestos, al difunto Franco Battiato: Y gira todo en torno a la estancia/ mientras se danza).
Aunque no piense convertirme en cliente habitual de La Paloma, me alegra su regreso a la vida nocturna de esta ciudad, en la que andamos sobrados de discotecas, pero escasos de ballrooms de toda la vida. Y en el caso concreto de La Paloma, lo de toda la vida es prácticamente literal. El local nació como una fundición en 1903, pero luego fue adquirido por los señores Sorrilla (administrador), Ustrell (a cargo de la barra) y Ballarda (responsable de la música) para convertirlo en un salón de baile. Las obras se alargaron un poco, todo hay que decirlo, y en el ínterin (1907) se hizo con la propiedad el señor Ramón Daurà, que le cambió el nombre dos veces (La Camelia Blanca y Salón Venus Sport) hasta el fin de las reformas en 1915. De la decoración interior se encargó Manuel Mestre, y de las pinturas del techo un célebre escenógrafo del Gran Teatre del Liceu, Salvador Alarma. Durante la guerra civil, La Paloma (que fue su nombre original y definitivo) funcionó como una galería de tiro, reabriendo en la postguerra como salón de baile. Y así se mantuvo la cosa hasta el 2006, cuando las quejas de los vecinos por los ruidos llevaron al Ayuntamiento a clausurarlo. Habitualmente, funcionaba como lugar de esparcimiento para los miembros de la tercera edad, pero yo lo pillé en una época en la que se celebraban esporádicos conciertos de rock que, sin duda, hacían las delicias de los vecinos que aspiraban a dormir tranquilamente. Entre pitos y flautas, La Paloma (siempre en el número 27 de la calle del Tigre) ha estado hibernando hasta ahora mismo, cuando parece que, una vez superados los problemas de ruido, se dispone a abrir de nuevo sus puertas.
Ignoro a qué tipo de público se dirigirá, pero si lo del ruido ya no es un problema, puede aspirar a toda clase de gente de diversas edades, repartiendo convenientemente las noches. Lo principal es que, entre tanta discoteca ambientada a base de reguetón, Barcelona recuperará uno de esos sitios, no sé si anticuados o intemporales, en los que la gente se reúne para beber y bailar. Dos actividades que me resultan entrañables, aunque yo ya no las practique.