Decepciones monárquicas de ayer y hoy
Llegan los Reyes Magos y provocan una especial ilusión, que los más mayores tambien tuvieron y que se truncó cuando conocieron la verdad, también la institucional
Se que puede parecer ridículo, pero, a mis 68 años, sigo sin superar el trauma infantil de descubrir, gracias a un compañero del colegio, que los Reyes Magos de Oriente no existen, que son los padres de familia los que interpretan cada año ese papel. Tíldenme de exagerado, si gustan, pero aún sigo recordando el momento del triste descubrimiento como uno de los más desdichados de mi vida.
Recuerdo la sonrisita de superioridad del alumno canalla que disfrutaba enviando mis sueños al carajo. Pienso en mi insistencia en no creerle, y en cómo esperaría a ver a mis padres para que desmintieran a ese cenizo. Y recuerdo la expresión fatalista de mi progenitor cuando reconoció que, efectivamente, lo de los Reyes Magos de Oriente era una engañifa, un timo, una tomadura de pelo, pero que también era una costumbre de la Navidad católica y que como tal debía respetarse.
Una engañifa
Luego pensé que solo le faltó añadir que hacia falta ser tonto para tragarse toda la patraña. ¿Cómo no me di cuenta que era imposible que los Reyes Magos visitaran todas las ciudades y pueblos de España, como si tuvieran el don de la ubicuidad? ¿Cómo no reparé en que sus barbas eran falsas y cantaban a cien metros de distancia? ¿Cómo no observé que Baltasar era un blanco con la cara pintada de negro? Pues supongo que porque estaba decidido a tragarme lo que me echaran.
La navidad de ese año fue especialmente triste. Y, lo que es peor, el descubrimiento de la engañifa monárquica me marcó para toda la vida y me llevó a sacar unas conclusiones muy chungas sobre la existencia. ¿Así empezaba la vida? ¿Con una patraña a cargo, encima, de tus propios padres?
El escritor inglés Evelyn Waugh nunca se distinguió por su amor al género humano y su fe en la existencia. Cuando uno de sus hijos era pequeño, lo subió a una mesa y le dijo que se arrojara en sus brazos. Que no se preocupara, que él lo recogería en el aire. El chaval se lanzó. Su padre se apartó. El crío se dio un morrón de cuidado contra el suelo. Mientras lloraba de dolor, el bueno de Evelyn remachó: “Para que no te fíes ni de tu padre”.
El emérito
Francamente, no sé qué es peor, si lo de Evelyn Waugh o lo de mi padre. Perdonen que insista, pero una vida que empieza con un engaño como el de los Reyes Magos es una vida que empieza muy mal y que no te predispone a la confianza en tus semejantes. Y como primer encuentro con la monarquía no puede decirse que sea gran cosa.
Muchos años después de aquella navidad funesta, me tocó enfrentarme a los tocomochos de una monarquía del mundo real, la española, personificada en la figura de Juan Carlos I, nuestro inefable rey emérito. Sin llegar a las cotas de engaño de Gaspar, Melchor y Baltasar, yo me había tirado un montón de años convencido de que don Juan Carlos había salvado la democracia, había enterrado el franquismo (aunque Franco lo había colocado en su sitio: ya se sabe que no se puede hacer una tortilla sin romperle los huevos a alguien), había creído a fondo en la democracia y había mantenido una conducta moralmente irreprochable.
Todo ello para acabar descubriendo que cuando el golpe de estado no sabía muy bien donde meterse, que trincaba comisiones de donde podía, que se cepillaba todo lo que se movía (especializándose en murcianas zafias y peseteras y falsas aristócratas germánicas que solo iban a sacarle los cuartos) y que, en resumen, se portaba como un auténtico gañán al que, como él decía, había que dárselo todo hecho.
Decididamente, no tengo suerte con las figuras reales. De pequeño me pegan el timo de los Reyes Magos de Oriente, que sigue teniéndome traumado a día de hoy.
De mayor descubro que el gran adalid de la democracia española es un chisgarabís que solo piensa en fornicar y trincar pasta de donde se pueda. Nadie tiene más motivos que yo para declararse republicano. Pero si no puedo evitar tenerle cierto aprecio a Felipe VI es porque nuestros políticos que ansían la tercera república me dan más miedo que un nublado.