Una madre comprueba la fiebre de su hija

Una madre comprueba la fiebre de su hija FREEPIK

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Fiebre infantil: lo que realmente debe alarmar (y lo que no)

Saber cuándo una temperatura elevada en un niño es motivo de alarma no siempre es fácil. Es importante aprender cómo diferenciar una fiebre verdadera de una febrícula y cuándo es necesario acudir a urgencias

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La fiebre no es una enfermedad en sí misma, sino una respuesta natural del organismo frente a una infección. En los niños, suele deberse con mayor frecuencia a procesos víricos, es decir, a infecciones causadas por virus que el cuerpo combate elevando la temperatura. Se considera fiebre cuando el termómetro marca 38 grados o más, mientras que entre 37 y 37.9 grados hablamos de febrícula, una leve elevación que muchas veces pasa inadvertida o se resuelve sola.

“Una fiebre alta no siempre es sinónimo de gravedad; hay infecciones leves que cursan con temperaturas elevadas, y otras más serias que apenas provocan fiebre”, señala la doctora Patricia Cárdenas, pediatra de Consultas Externas del Hospital Quirónsalud Barcelona. Lo importante, añade, “no es tanto el número que marca el termómetro, sino el estado general del niño”.

Más grados no significa más gravedad

El miedo a ver el termómetro subir es comprensible, pero conviene mantener la calma. Un pico febril no siempre implica una urgencia médica. De hecho, la fiebre actúa como un mecanismo de defensa que ayuda al cuerpo a luchar contra los microorganismos invasores. “El error más común de los padres”, comenta Cárdenas, “es pensar que la fiebre es el enemigo. En realidad, es una aliada que nos indica que el sistema inmunitario está funcionando”.

Por eso, no siempre es necesario acudir corriendo a urgencias ante una temperatura elevada. El sentido común debe guiar la decisión. Si el niño tiene menos de tres meses y presenta fiebre, sí se recomienda acudir sin demora para una evaluación médica. Pero si el pequeño es mayor, hay que prestar atención a otros signos de alarma: manchas en la piel que no desaparecen al presionar, dificultad para respirar, vómitos persistentes, somnolencia excesiva o mal estado general. En esos casos, es prudente buscar atención inmediata. 

El valor del tiempo y la observación

En niños mayores de tres meses, sanos y correctamente vacunados, una fiebre aislada no suele ser motivo de preocupación. Lo aconsejable es mantener una observación cercana, ofrecer líquidos abundantes, asegurar el descanso y administrar antitérmicos solo si el malestar es notable. Si la fiebre se mantiene más de 24 horas o aparecen otros síntomas, conviene consultar con el pediatra para realizar una exploración clínica.

La doctora Cárdenas concluye con una idea esencial: “Más allá del número, lo importante es cómo se comporta el niño. Si juega, responde y se muestra activo, probablemente la fiebre no sea grave”. Saber distinguir entre una alarma real y una preocupación innecesaria es, en definitiva, una parte fundamental del cuidado infantil.