Zeleste en el recuerdo
Hasta el 30 de enero puede disfrutarse de una exposición que recuerda la popular sala barcelonesa, pero que deja con ganas de más
18 enero, 2024 23:30El próximo día 30 cerrará sus puertas la exposición dedicada a recordar la mítica sala Zeleste en el Convent de Sant Agustí (calle Comercio, 36, la misma en que tuvo sus reales el grupo de dibujantes underground conocido como El Rollo Enmascarado, en un edificio propiedad del artista conceptual Antoni Muntadas). No se trata de la magna exposición que merecería el club que fundó el difunto Víctor Jou en 1973, pero sí de un buen adelanto de lo que podría ser dicha exposición si esta ciudad se tomara un poco más en serio su pasado, digamos, alternativo: recordemos lo que costó montar una expo sobre el underground barcelonés (convertido en catalán porque para algo la acogía el Palau Robert, recipiente habitual de iniciativas nostrades), como la que acabó diseñando Pepe Ribas, alma de la revista Ajoblanco, no hace mucho; me constan dos intentos previos que no llevaron a ninguna parte, el de Juanjo Fernández, director del mensual alternativo Star, y el de su seguro servidor, que lo probó en el CCCB y solo consiguió que, entre Josep Ramoneda y Jordi Balló, se lo torearan con un arte admirable después de decirle que les parecía una excelente idea.
La muestra del Convent de Sant Agustí -organizada por la revista Enderrock, con la colaboración de The Project, el Festival de la Porta Ferrada y el ICUB- es un pequeño homenaje a Zeleste, pero no la exposición que el local merece. Menos da una piedra, ciertamente, especialmente si se trata de una primera piedra. A fin de cuentas, Zeleste fue, como el Barça, más que un club, y todo el esplendor nocturno del barrio de la Ribera durante los años de la Transición se lo debemos a Víctor Jou y a su segundo de abordo, Rafael Moll, fallecido recientemente (la lista de bajas del local de la calle Platería es impresionante: Jou, Moll, Gato Pérez, La Voss del Trópico, Jordi Sabatés, Carles Flavià, Pau Riba…Prácticamente, solo nos queda el cantautor galáctico
Jaume Sisa como memoria viviente de un tiempo y un lugar que ya no existen).
Cuando Víctor se hizo con lo que sería Zeleste -situado a un tiro de piedra de Santa María del Mar y a dos del Fossar de les moreres, que entonces era lo que nunca debió dejar de ser, un aparcamiento-, el barrio en que se hallaba estaba bastante degradado, y les tocó a los moderniquis de la época convertirlo en el hábitat de moda, una misión aparentemente imposible que acabó siendo posible, como recordarán todos los que, como yo, se pasaran las noches de su lejana juventud por aquella zona, que, a rebufo de Zeleste, se llenó de bares y locales varios, se extendió por el Paseo del Born y se convirtió en el Bowery de nuestros años mozos (aunque no tan peligroso y algo más limpio: Zeleste era un palacio comparado con el mítico CBGB en el que dieron sus primeros pasos Blondie, Television o los Talking Heads).
A Zeleste podías ir solo y toparte con un montón de conocidos con ganas de liarla (lo mismo sucedió algunos años después en el Rockola de Madrid). Allí se inspiró Gato Pérez para su canción Ebrios de soledad, basada en las torrijas compartidas en el local con Sisa, Flavià o la Voss. Y cuando chapaban, Zeleste era el punto de partida para trasladarse a algún bar abierto de la zona a seguir delirando o a casa de algún amigo que viviera por allí, donde los alquileres eran extremadamente razonables (recuerdo una visita a casa de Nazario, que vivía al lado del club, y su peculiar manera de recibir a los colegas asomado a la barandilla del edificio: “¡Nenas, si no venís a follar, no subáis!”).
Zeleste se convirtió para mí en un hogar lejos del hogar, aunque mis gustos musicales nunca coincidieron con los de Víctor Jou. Él tiraba más hacia el jazz y la fusión y yo hacia el pop y el Rock & Roll. Me tragué un montón de conciertos, pero muy pocos de lo que dio en llamarse Onda Layetana (los de Pau, Sisa o IA & Batiste no me los perdía), llegando a la personal conclusión de que Zeleste era el local más divertido de Barcelona con la banda sonora más aburrida. Cuestión de gustos, supongo.
En París le acaban de dedicar una calle a David Bowie. Dudo que Barcelona haga lo propio algún día con Zeleste, aunque seguro que hay algún callejón de la Ribera al que se le podría cambiar tranquilamente el nombre.
Pese a los años transcurridos, la escena alternativa de los años de la Transición sigue sin gozar de muy buena prensa entre nuestros mandamases biempensantes. De ahí que se agradeciera en su momento la exposición de Pepe Ribas (que acabó siendo más extensa y completa en Madrid que en Barcelona) y que se agradezca ahora esa modesta y bienintencionada muestra sobre Zeleste que puede verse hasta el 30 de enero en ese convento de San Agustín que antes fue, entre otras cosas, un cuartel.
La gran exposición sobre Zeleste, su época y su influencia en el barrio, la ciudad y la sociedad barcelonesa sigue esperando su turno, que nadie sabe si llegará algún día. Como aperitivo, lo del convento vale la pena, aunque deje con hambre de más.