Manuel Valls Galfetti (Barcelona, 1962) fue el candidato más mediático de las elecciones municipales del 26 de mayo de 2019. Político con una dilatada trayectoria --fue alcalde de Evry, ministro del Interior de Hollande y primer ministro en Francia--, fue la apuesta de Ciudadanos para Barcelona (obtuvo seis concejales). El matrimonio se rompió hace un año por sus desavenencias con Albert Rivera, pero Valls sigue siendo una de las voces más críticas con la gestión del gobierno que lideran Ada Colau y Jaume Collboni, que él mismo facilitó para evitar que la capital catalana tuviera un alcalde independentista. En esta entrevista concedida a Metrópoli Abierta, el líder de Barcelona pel Canvi pide más ambición y menos ideología para superar la actual crisis sanitaria. También lamenta la marcha de Nissan y pide que se cuide a la SEAT como a un hijo único.
¿Cómo está hoy Barcelona?
Barcelona, como todos los países y las grandes ciudades, está golpeada por las consecuencias del Covid-19 y por el miedo a la crisis económica y social que está llegando. Ya notamos los efectos. Estamos en un momento intermedio en el que la apertura de las terrazas ha aportado alegría, pero, al mismo tiempo, hay temor al futuro.
¿Cuál es la mejor receta para la Barcelona del futuro?
Barcelona tiene que ser ambiciosa. Tiene que recurrir mucho más a la seducción y no a la exclusión ni a una forma de hacer políticas públicas de contener la energía increíble que hay desde siempre en esta ciudad. Es la mejor receta, respetando las normas sanitarias, el distanciamiento social. Tenemos que ser responsables, pero los barceloneses no son niños. Necesitamos ambición en todos los ámbitos: en la economía, en la movilidad, en el comercio, en la cultura. Es el momento para cambiar de rumbo.
¿Cuáles han de ser las prioridades?
La creación de empleo debe ser la prioridad absoluta y debemos ayudar a los sectores estratégicos de la economía. Ahora no es momento de subir impuestos. Al revés. Toca bajarlos para estimular la economía. En esta crisis se debe reforzar la colaboración público-privada que forma parte del ADN de la ciudad. Al mismo tiempo, Estado, Generalitat, AMB y Ayuntamiento deben estimular la inversión pública con proyectos a medio y largo plazo como la ampliación del aeropuerto, el corredor del Mediterráneo, las obras de la Sagrera y Glòries, etc. También se debe invertir en el transporte público. Ésta es la mejor respuesta para reducir la contaminación, no la cochefobia. También hemos de apostar por industrias punteras como la biomedicina, por las colaboraciones entre universidades y hospitales públicos y privados, por el talento científico, por la industria turística e intentar que regresen las empresas que se fueron con el procés. Es el momento de dar un impulso económico a Barcelona.
Colau compara sus restricciones a los vehículos con otras ciudades europeas. ¿Ve cierto paralelismo entre las políticas de movilidad de Barcelona y, por ejemplo, París, que usted conoce?
En las grandes ciudades, como Nueva York, París, Londres, Madrid, Estocolmo, Milán y Barcelona, hay políticas públicas similares para potenciar el transporte público, la bicicleta y, más recientemente, el patinete. El coche se va eliminando del centro de las grandes urbes. Hace poco más de un año, durante la campaña electoral, aposté por reducir la inseguridad y por la emergencia climática, que no es solo una cuestión de potenciar el transporte público. Tenemos que invertir, por ejemplo, en la renovación de la vivienda. Los cambios precipitados en la movilidad que quiere imponer el gobierno municipal colapsarán Barcelona y reducirá su capacidad económica. Se han aprovechado de la pandemia para pintar las calles de Barcelona, una actuación que choca con una ciudad preciosa, con una estética definida. A los barceloneses les cuesta entender qué está pasando. Están poniendo fea Barcelona y colapsando el debate sobre la movilidad y el sector del automóvil.
Un sector del automóvil herido por la marcha de Nissan.
Sí. ¿Qué motivación pueden tener las fábricas automovilísticas de quedarse en Barcelona cuando la ciudad ha declarado, desde hace mucho tiempo, la guerra al coche? Janet Sanz, la segunda teniente de Ada Colau, hizo un llamamiento, el 22 de abril, para evitar la reactivación de la industria del automóvil. Decía que se necesita un plan especial para trasladar esos trabajadores a sectores más limpios. Es verdad que la crisis del sector del automóvil empezó a finales de 2019 y principios de 2020. También es verdad que Nissan tenía problemas estratégicos con esta planta desde hace años. Y es verdad que hemos de imaginar el coche de mañana. Aquí sí hay una estrategia para Barcelona. Hemos de hacer todo lo posible para salvar Nissan entre Gobierno, Generalitat, Ayuntamiento, pero será muy difícil. Hemos visto que el grupo Renault-Nissan-Mitsubishi se plantea repartir las tres regiones del mundo y Europa se queda con Renault.
¿Existe un plan B?
Tenemos que imaginarlo. Tenemos 500.000 metros cuadrados en la Zona Franca, donde podemos desarrollar la industria del coche limpio, autónomo. Hasta las últimas elecciones municipales, Colau no había visitado la planta de SEAT en Martorell. Y, ahora, SEAT abrirá una nueva sede en la Diagonal. El coche no desaparecerá. Cambiará y será eléctrico. Barcelona tiene que posicionarse como una ciudad que piensa en la movilidad y en el coche del futuro. Pero Barcelona lo ha hecho al revés. Colau lo ha ignorado. Hemos de cuidar la SEAT como a un hijo único porque lo es. Los grandes países, como Francia, Alemania y España, se están replanteando el futuro de sus unidades de producción. ¿Qué puede pasar? Que lo podemos perder todo. El discurso tiene que ser positivo.
En este 2020 Barcelona acusará la caída del turismo. ¿Hacia dónde tiene que ir el nuevo modelo turístico?
Estamos viviendo en una Barcelona sin turistas. Puede ser un momento agradable porque podemos pasear casi solos por el Gòtic o aprovechar el paseo Marítimo como nunca lo hemos hecho. Pero Barcelona es una ciudad de sol, mar, cultura, una marca internacional increíble que también vive del turismo, que representa el 15% del PIB. El mensaje no es la turismofobia de la señora Gala Pin cuando habló de una plaga de turistas. Debemos repensar el modelo y apostar por un turismo de calidad, vinculado a la cultura y los grandes eventos como el Mobile.
¿La construcción del nuevo Hermitage iría en esta línea?
Sí. Es lo que necesitamos. Es un milagro que los promotores del Hermitage sigan pensando en Barcelona. Tiene una ubicación increíble, frente al mar. Es un proyecto que ni debemos pensar, solo ajustar el tema financiero y su accesibilidad. El no rotundo del gobierno de Colau y Collboni fue una irresponsabilidad. Insisto, hay una urgencia para que el turismo vuelva a Barcelona y en los próximos meses tenemos tres citas muy importantes: las fiestas de la Mercè, la campaña de Navidad y el Mobile de 2021. En Barcelona pel Canvi proponemos una ampliación y liberalización de los horarios comerciales. Es el momento de salir de la ideología, de una visión estrecha y pequeña, y dar libertad a toda esa economía. También debemos eliminar esa reserva obligatoria del 30% de la superficie para la vivienda de protección pública para favorecer la construcción y la rehabilitación. Quienes gobiernan Barcelona deben cambiar sus esquemas de pensamiento.
Usted dijo que Colau vive del pecado original de su voto. ¿Se ha arrepentido alguna vez de facilitar su investidura como alcaldesa?
No, no, no. Yo voté para impedir la elección de un alcalde independentista. Es verdad que con Colau y su gobierno, la ciudad no parece funcionar muy bien, pero con Maragall y Colau estaríamos inmersos en una bronca histórica y con grandes dificultades. No quiero imaginar qué sería Barcelona con Maragall y los suyos controlando la ciudad. Hace un año tenía que evitar lo peor para Barcelona. Pero no es fácil. Durante la crisis sanitaria, al menos, ha habido cambios. El Gremi de Restauració y la oposición hemos convencido al gobierno municipal de que las terrazas eran imprescindibles para la recuperación de la actividad económica y para la vida de Barcelona. A veces, la primera relación de los restauradores con el Ayuntamiento ha sido a través de la Guardia Urbana al cerrar las terrazas. Tiene que haber flexibilidad e inteligencia colectiva, pero el reto será a final de año. La subida de las tasas de febrero fue una barbaridad. Ahora las hemos bajado un 75%. No las vamos a subir otra vez. En la perspectiva del presupuesto de 2021, una ciudad mediterránea como Barcelona no puede vivir con una prohibición a las terrazas, que deben ser lo más bonitas posible. La Rambla tiene que ser una vitrina, un espacio de proyección, con el Liceu y la Boqueria. El buen gusto es parte de una ciudad y una sociedad.
¿Por qué han crecido las desigualdades económicas y sociales en Barcelona?
Las consecuencias de la crisis económica de 2008 siguen vigentes porque hay mucha precariedad. La sociedad española es más frágil que otras sociedades con una capacidad para inversiones públicas muy potentes como Alemania, Francia, Italia y los países del norte. Y las grandes ciudades, con los precios del alquiler, son el espejo de la sociedad actual. En Barcelona falta vivienda social, alquileres asequibles. La pobreza, el hambre, los sintecho, las madres solas con sus hijos y la violencia de género agravan las desigualdades. Para luchar contra ellas, para potenciar el transporte público, para luchar contra el cambio climático y para favorecer políticas de vivienda, necesitamos una gran ciudad a medio y largo plazo. Necesitamos una metrópoli potente, de tres a cinco millones de habitantes, que ayude al eje Barcelona-Madrid, primordial para serenar y reactivar este país.
¿Teme que produzcan revueltas en algunos barrios desfavorecidos de Barcelona con muchos inmigrantes?
De las crisis económicas y sociales, en general, puede salir lo más duro: las desigualdades, las crisis políticas y la violencia. Hay un riesgo de inseguridad. Ya lo estamos viviendo. Hay situaciones en el Raval que son muy preocupantes. Tenemos que potenciar la cooperación de la Guardia Urbana con los Mossos, los cuerpos de seguridad y la Justicia. También son necesarias las inversiones públicas y la colaboración público-privada para ayudar a la gente más vulnerable. También serán importantes las ayudas de la Unión Europea. Debemos ver cómo manejamos los presupuestos, el superávit, las prioridades. Ser pobre no es sinónimo de romper cristales porque hay mucha dignidad en la pobreza. Pero hay riesgos y debemos ser prudentes.
¿El proceso independentista, que tan fuerte impactó en Barcelona, va a la baja?
No lo creo. La idea de que la pandemia y el confinamiento van a cambiar al ser humano es muy bonita, pero ¿vamos a salir mejor de esta crisis? No lo sé. Esta crisis económica y social, gestada en pocos meses, con la caída del PIB, el incremento del paro y de la pobreza, con largas colas para comer y sectores muy tocados como la automoción, el turismo y el comercio, puede ser brutal y derivar en una crisis política. En la historia tenemos ejemplos. Existe el riesgo de que la gente busque culpables: los bancos, los gobiernos, la industria, las élites, los chinos, los emigrantes… No creo que el sentimiento nacionalista haya disminuido. Los gobiernos populistas no han gestionado bien la crisis del coronavirus. Lo vemos en Estados Unidos, en Brasil y en el Reino Unido. Y en Cataluña, Torra ha pasado del “España nos roba" al "España nos mata”. No hay una reflexión de cómo habría impactado esta crisis en una Cataluña independiente, fuera de la Unión Europea. El virus demuestra que no hay fronteras. Ahora es momento para estar unidos, de gestionar mejor los fondos nacionales y europeos, de plantearnos, sin polémicas, los recortes en Sanidad de Artur Mas y la gestión de las residencias. En el último pleno del Ayuntamiento, los independentistas me decían que solo pensaba en Barcelona mirando a Madrid, y Maragall decía que lo hacía mirando a la Meseta. Ese nacionalismo pequeño, estrecho y supremacista siempre está muy presente.