Jordi Valls (Manresa, 1960) expresa su malestar cuando se valora más al ejecutivo del sector privado que al gestor público. Pide respeto, porque en los dos ámbitos hay cuadros directivos de excelente calidad. Y también en los dos se cometen errores. Él puede decirlo con conocimiento de causa. Valls fue alcalde de Manresa, entre 1995 y 2006, para hacerse cargo justo después del departamento de Trabajo e Industria en la Generalitat en el Govern de Pasqual Maragall. Un año después, en 2007 y hasta 2011 dirigió el Port de Barcelona, que mantiene un modelo de colaboración público-privada. Justo después se incorporó al Grupo Agbar para gestionar, desde el sector privado, filiales de la empresa en el Reino Unido y varios países de Latinoamérica. Desde 2020 es el director de Mercabarna, el mayor mercado mayorista de alimentación del sur de Europa. Y ahora forma parte, como número nueve, de la lista del socialista Jaume Collboni a la alcaldía de Barcelona. Con esa experiencia, Valls tiene claro, como asegura en esta entrevista con Metrópoli, que las ciudades precisan del esfuerzo colectivo: “Para transformar Barcelona se necesita el motor del sector privado".
Usted ha pasado de la empresa privada a interesarse por la gestión pública, de nuevo, como miembro de la lista del PSC a la alcaldía de Barcelona. ¿Reivindica la importancia del gestor público, del compromiso por lo público?
Creo que en este país hay un importante grupo de profesionales de la gestión pública que no son suficientemente valorados. Con la responsabilidad que tienen, que es a veces muy superior a la que se tiene en el sector privado. Es una responsabilidad civil, que puede tener consecuencias penales. Creo que debemos intentar, entre todos, que haya un refuerzo de lo que es público, y de la gestión pública.
¿Lo dice porque se minusvalora esa gestión y a esos profesionales?
Me he encontrado en circunstancias de menor valoración del sector público por parte del mundo privado. Hay que romper esa idea del sector privado como algo bueno y un sector público como algo malo. Antes de la crisis financiera el sector privado alardeaba sobre cómo debías manejar una tesorería, en función del Ebitda de una empresa. Ahora nadie se acuerda de ello, después del desastre que supuso. Creo que debe existir una posición de respeto, desde el punto estrictamente profesional y político. Porque las dos partes deben hacer cosas conjuntamente.
Ahora forma parte de una lista electoral. ¿Por qué?
Por dos cosas, primero porque me siento comprometido por una cuestión de lealtad con un proyecto político que es el PSC, con el que estoy ligado desde hace 30 años. Me siento comprometido con un partido que está contribuyendo, de una forma muy clara, a la normalización de Catalunya. Y no creo que nadie quiera volver a la situación de 2017, 2018, o 2019. No sólo el PSC, pero fundamentalmente el PSC está haciendo esa contribución. La segunda razón es que Barcelona es una ciudad increíble con la que también me siento comprometido. Es una ciudad inquieta, espectacular, un lugar para vivir y ser responsable como concejal. Yo, como siempre he hecho, intento escuchar todo lo que puedo, aprender el máximo que pueda y aportar profesionalmente todo lo que tengo.
Lo que decía sobre el PSC, ¿entiende que un alcalde socialista en Barcelona puede determinar dinámicas distintas también en el conjunto de Catalunya, como palanca de cambio?
No utilizaría esa palabra, de palanca, porque creo que la gente, cuando vota, lo hace colectivamente y se vota de forma inteligente. Y si los barceloneses votaron a Ada Colau en 2015 o a Ernest Maragall en 2019, y que por las circunstancias que fueran se quedó en la oposición, todo ello forma parte de decisiones colectivas que tomó la ciudad. Decir que ahora entraríamos en una situación de normalidad con un alcalde socialista sería tanto como decir que antes no era normal.
¿Pero?
Lo que ha caracterizado a Barcelona en estos últimos diez años es una palabra que yo diría que es ‘desconfianza’. Con los comunes se ha producido una desconfianza respecto al sector privado. Que, además, ha implicado una falta de comunicación. Y cuando no hay comunicación, no puedes entender los intereses, legítimos, que puede tener el sector privado, aunque no los compartas. Es una desconfianza importante, con una realidad que se llama Barcelona, y que históricamente se ha construido a través de un sector social potente y un sector privado también potente. Hay que pensar que muchos servicios los creó ese sector privado, desde el Metro, como iniciativa privada, hasta el sistema de canalización de aguas, o el sistema de energía, también privado. La iniciativa pública es extraordinariamente importante, sin duda, pero es insuficiente para transformar la ciudad y para hacer frente a cada uno de los retos que tenemos.
¿Y todo eso qué comporta?
La otra cuestión, que deriva de la primera, es la inseguridad, que va más allá de la desconfianza. Se trata de la inseguridad jurídica, que tiene afectaciones extraordinarias en el sector empresarial. Por eso se fueron tantas empresas. ¿Es normal todo ello? Es lo que ha pasado. Y yo creo que el PSC puede aportar, en estos momentos, una mejora de la seguridad. Ya la está aportando, con Salvador lla. Y hay una mejora de la confianza, que no quiere decir que debas asumir todo lo que plantea el sector privado. Lo que implica es que debes construir cosas con el sector privado, que lo debes regular también, pero que el sector privado es un motor que debes tener en cuenta. Para transformar Barcelona se necesita el motor del sector privado. El capital público es insuficiente para esa transformación, y la regulación también lo es. Necesitas al sector privado. Necesitas a los ciudadanos, a los movimientos sociales, a todos, pero no puedes menospreciar a nadie. Y creo que el PSC puede aportar en ese sentido, para superar la inseguridad que se ha generado en este país y que algunos, como el candidato de Junts per Catalunya, quieren que olvidemos. El señor Trias quiere que nos olvidemos de eso. Y se debe recordar.
¿Entendería que hubiera una apuesta ahora por Trias?
No sé si la palabra es entender o no, pero la campaña electoral debe servir para recordar cosas. Yo creo que la actividad política es acción, es plantear lo que se quiere hacer, con planteamientos teóricos previos, pero también es explicar lo que se ha hecho, señalar cuál es el activo de cada uno. Y el PSC puede presentar un activo, que se puede valorar más o menos. Pero debe poder decir también que otros han presentado un pasivo importante, un pasivo extraordinario. Quiero recordar que algunos decían alegremente que en 18 meses este país sería independiente, y que habría un reconocimiento internacional. Aquí se ha dicho alegremente que los Mossos d’Esquadra son prácticamente fuerzas de ocupación. Y ahora esos mismos, los de JxCAT, nos hablan de seguridad y confianza. En este país ha habido una pérdida de energía durante diez años enorme. Y la pregunta que nos debemos hacer es: ¿Qué tuit queremos que haga el señor Puigdemont desde Waterloo la noche electoral? ¿Se querrá construir desde Barcelona la independencia de Catalunya?
Habrá pactos, ¿cómo? ¿Con quién?
Se deberá pactar, claro, y no solo en Barcelona. Pero veamos primero la fuerza que puede tener cada persona. Está claro que los pactos implican acuerdos y renuncias. Pero ahora toca exponer las alternativas políticas que existen. Quiero recordar, en cualquier caso, que pactos ha habido siempre en Barcelona, desde 1979.
¿Su responsabilidad, si el PSC gobierna la ciudad, será la de Hacienda? ¿Con qué proyecto?
La situación financiera de Barcelona es buena, y en cuanto a la fiscalidad el debate en ese terreno se debe trasladar al ámbito autonómico. Cuando hablamos de tramos del IRPF o de Sucesiones, eso corresponde a la Generalitat. Lo que sí puede hacer el Ayuntamiento es actuar en la línea que señalaba antes, en colaboración con el sector privado para transformar la ciudad. Se debe volver a ese modelo que fue una característica de los alcaldes socialistas. Y eso significa que se debe convencer al sector privado para que ayude en proyectos como el de la vivienda pública. También impulsar y acompañar ámbitos que ya han dado un salto, como los sistemas de información y telecomunicaciones. Hace diez años suponían el 0,7% del valor añadido en la economía de la ciudad, y hoy representan el 9%. Todo ello sin olvidar la industria, que sigue siendo importante en el conjunto del área metropolitana, aprovechando el proyecto de la Unión Europea de recuperar cierta autosuficiencia industrial, la llamada soberanía estratégica. Barcelona es una de las siente concentraciones metropolitanas en términos económicos, no tan solo demográficos, en toda Europa. Y nosotros debemos jugar un rol dentro de esa estrategia europea. En el sector salud y en biotecnología estamos bien situados y hay que aprovecharlo bien. Y lo mismo respecto a la industria del hidrógeno, ayudándonos también con Tarragona. Hay que saber aprovechar esas oportunidades, sin pensar tanto en Madrid.
¿Por qué proyectos como la vivienda pública no han funcionado en Barcelona, tal y como se han planteado?
La política pública debe servir para incentivar y desincentivar determinados proyectos. Y la reserva del 30% de vivienda pública en las promociones no han funcionado, porque genera un desincentivo para construir. La normativa puede ser una hoja de cálculo excelente, pero no tiene por qué cumplir los escenarios planteados. Esa reserva del 30% puede tener una intención positiva, pero la dificultad que entraña es que el sector privado lo ve como un desincentivo. ¿Y después qué genera? No hay ni oferta de vivienda pública ni de privada. Lo que se debe hacer es estudiar lo que puede resultar, sin tener un apriorismo previo.
¿Lo mismo ha podido ocurrir con las políticas de movilidad, relacionadas con el cambio climático?
En movilidad lo que debemos tener claro es que el ámbito es el metropolitano. Y también que las intenciones no transforman las cosas. Son importantes, pero lo decisivo son las acciones. Y ahora todos tenemos una gran presión sobre el tiempo. Hay una percepción clara sobre la crisis climática y debemos tomar decisiones importantes, pero la palabra clave es ‘transición’. Cuando uno analiza de forma global el problema, y no solo en Barcelona, ves la complejidad. En Alemania se cierran las nucleares, pero el 36% de la energía primaria es carbón. Estamos desarrollando toda la industria del coche eléctrico, cuando hoy la reserva de materias primas para poder fabricar las pilas de los coches eléctricos, a partir del horizonte que nos hemos dado, hasta el 2030, no existe. Y lo mismo sucede respecto al reto alimentario. Se nos dice que debemos naturalizar la ciudad y estoy de acuerdo, pero tenemos, al mismo tiempo, una sequía severa. No es suficiente con tener un deseo. Hay que tener la capacidad suficiente para ver qué política pública es la adecuada. Porque soluciones fáciles no tendremos. No las tienen en Alemania, donde gobiernan los verdes. Desde el punto de vista de los peatones es fantástico transformar la ciudad, y yo también quiero vivir tranquilo. Pero es que hay muchas personas que se ven obligadas a desarrollar una movilidad concreta, a través del coche. El peso de la ideología puede destrozar una ciudad. Lo ha dicho Oriol Clos, --ex arquitecto jefe del Ayuntamiento de Barcelona-- al señalar que las buenas intenciones no son suficientes si no hay suficiente solvencia. Las políticas públicas tienen consecuencias. No lo olvidemos.
¿Cómo se ve la ciudad desde fuera, ya que usted ha tenido experiencias desde distintos países en los últimos años?
Barcelona tiene una marca poderosa, es una ciudad admirada en ese sentido, inquieta, creativa, que tiene capacidad para superar sus límites. Dicho eso, todo el proceso independentista creó una percepción que los ingleses explican bien con el vocablo ‘astonishing’, que es algo más que la traducción de ‘asombroso’. Desde México, mucha gente no entendió nada. En un país con muchos catalanes y españoles de origen, no se entendió. La ciudad, pese a todo, sigue siendo admirada. Repito que cada uno puede tener la ideología que quiera, pero debemos hacer un balance y pensar si la energía empleada en los últimos diez años ha servido para algo. ¿Ha dado algún éxito? Para mí, está claro que no. Hemos malgastado mucha energía.
¿El procés se explica a partir del peso de las ciudades, de que Barcelona perdía posiciones respecto a Madrid, algo muy similar a lo que pasó en Canadá, entre Montreal y Toronto?
Ese factor existe, pero hay algo más. Es una combinación de más factores. A veces ha habido la incapacidad de entender una realidad catalana que existe. Barcelona es la capital de Catalunya. Y como tal es el punto fuerte de la cultura catalana y lo debe seguir siendo. Se debe reconocer, al mismo tiempo, por parte de todos, que Barcelona es la segunda ciudad de España, pero tiene una posición desequilibrada. Madrid es estatista y corporativa. Tiene el hard power. Barcelona tiene más el soft power. Barcelona debe mirar más al mundo y entender que Madrid, de hecho, también es una ciudad pequeña, dentro de las 50 grandes ciudades mundiales. Formamos parte de Europa, que, de ese conjunto de ciudades, sólo puede colocar dos, Londres y París. Por eso a Barcelona le interesa mucho mejorar la gobernanza con el área metropolitana, para ser una gran ciudad de cinco millones de habitantes.
¿Es una prioridad?
Debemos decir que las leyes territoriales en este país no han funcionado, comenzando por la ley electoral, que no se ha querido tocar nunca. Los consejos comarcales no acaban de funcionar, y en el área metropolitana se puede actuar con mayor coordinación. Ya se hace con la movilidad, pero podemos hacer más con estrategias conjuntas vinculadas a Cercanías de Renfe, manteniendo la independencia que pueda tener cada municipio.
¿El PSC de Barcelona debe basarse en la fuerza que ya tiene en el área metropolitana?
Sí, claro, pero el principal valor del PSC en Barcelona es que durante este periodo del gobierno municipal de Ada Colau ha sido un socio leal. Quiero recordar que el gobierno de Colau expulsó al PSC en su día, y nadie habla de ello. Ahora nos hablan de lealtad, sin recordar lo que hicieron ellos. El PSC ha demostrado históricamente que las transformaciones de la ciudad en términos económicos y urbanísticos han sido positivas.
Ha hablado del sector privado, pero, ¿cómo debe actuar, a su juicio, en Barcelona?
Aquí ha colaborado con el Ayuntamiento de Barcelona. Y es importante que ejerza de lobby, pero también le pido al sector privado que supere ese concepto, y que se pueda hablar conjuntamente de qué proyectos se pueden impulsar, con una visión compartida. Cuando hablemos de cambio climático, de desigualdad social, de vivienda, hay que superar el concepto de lobby. Lo que se debe hacer, como señalaba antes, es generar esa confianza mutua. Y el PSC está en esa línea, con el objetivo claro de que vuelvan las empresas que se fueron. Aseguramos una seguridad jurídica, que es muy importante para que vuelvan y para que lleguen nuevas inversiones y proyectos. Es un mensaje muy claro para el presente y el futuro.
Desde esa experiencia en el extranjero, ¿hay que ampliar ya el aeropuerto de El Prat?
El objetivo claro es que haya más conexiones directas con determinados lugares del planeta, la costa oeste de Estados Unidos y el sudeste asiático. Lo ha plasmado muy bien Jaume Collboni: está en juego el modelo económico de Barcelona y de toda su área metropolitana, y, por tanto, del conjunto de Catalunya. No hablamos de turismo, hablamos de conexiones con centros tecnológicos, de inversión. Y, por cierto, los que están en contra por la cuestión medioambiental son los mismos que llevan una década sin autorizar planes a favor de las energías limpias. Y eso vale para JxCat y para ERC, que han gobernado juntos.
¿Y qué papel cumple Mercabarna, empresa en la que sigue al frente?
Estoy al frente, sí, hasta que asuma el acta de concejal. Mercabarna es un ecosistema. Importa energía, agua y alimentación. Y los tres factores son determinantes para la riqueza y el bienestar de la gente. Es una infraestructura público-privada que ha sido extraordinariamente importante en los últimos años, con la pandemia. La sociedad ha sido consciente de que había dos grandes áreas esenciales: la salud y la alimentación. Y toda la cadena de valor colaboró y trabajó de forma intensa. Debemos ser conscientes, ahora, que el cambio climático nos afectará. En Turquía, por el terremoto y el cambio climático, se prohibieron las exportaciones. Y en Marruecos se redujeron a un máximo del 30%. Hubo efectos también en el sur de España, que generó que en el Reino Unido no hubiera ni tomates ni pepinos, por ejemplo. No fue una cuestión del Brexit. Es que no había oferta. En Mercabarna estamos bien, hay muy buenos empresarios, que han hecho inversiones, que tienen capacidad. Lo que debemos hacer es reforzar la producción de proximidad, pero sin ser ingenuos, porque si la proximidad es Catalunya sólo podríamos dar de comer al 7% de la población. Dentro de ese proceso de transición que señalaba antes, el sector de la alimentación debe cambiar, pero, al mismo tiempo, debe continuar garantizando alimentos para la población. En Mercabarna se mueven 5.000 millones de euros en producto. Y trabajan 7.500 personas. Hay 600 compañías y tres millones de camiones y coches circulan cada año a Mercabarna. Es uno de los principales mercados en Europa, conjuntamente con París y Madrid. Pero, a diferencia de Madrid, que es un mercado nacional, en Barcelona el peso internacional es decisivo, con un crecimiento de explotación del 35%.