Se equivoca mucho Sandro Rosell cuando dice que no debe haber ideología, que para presentarse como candidato a la alcaldía de Barcelona lo único necesario es la capacidad de gestión. Pero, ¿qué gestión? Renunciar a las ideologías es renunciar a la Política con mayúsculas, es dejar de lado los proyectos que pueden unir a ciudadanos por un fin concreto. Pero otra cosa es que la idelogía vaya en contra de la realidad, o, peor aún, que ignore esa realidad. Y es lo que pasa desde el primer minuto con Ada Colau, que tiene una idea de las cosas prefijada, que se instaló en su persona en el momento en el que ejercía de activista. Desde entonces, y ya en el Ayuntamiento como alcaldesa, todo lo demás le da bastante igual. Es cierto que no es la única, y que le pasa también a los dirigentes del PP, que, ante cualquier situación económica, solo saben decir: que bajen los impuestos.

No querría Colau compararse con un Nuñez Feijóo o con un Pablo Casado, pero actúa de la misma manera. Su idea sobre el turismo o sobre los cruceros se dibujó un día en su cabeza, y ya da igual lo que suceda. Quiere reducir la llegada de cruceros a Barcelona, porque la imagen que el sector ha puesto en pie, durante años, es la de grupos inmensos de turistas que recorren las Ramblas desde el mar hasta el centro de la ciudad a modo de soldados romanos dispuestos a arrasar con todo.

Pero, ¿es real, son tan peligrosos esos cruceristas para la ciudad? ¿Contaminan tanto los cruceros, o es que Colau no quiere renunciar a un mensaje tan fácil y desde el punto de vista de la comunicación tan potente? La idea está muy clara: son turistas mayores, con mucho dinero, que se creen los dueños de la ciudad, ¿de qué van? Basta Ya, se acabó la fiesta, difunde Colau. Y una parte importante de la ciudad se lo cree y apoya esas políticas restrictivas. Que nadie olvide esa lección, porque Colau sabe muy bien quién es su clientela.

Los datos, sin embargo, dicen lo contrario. Llegan ahora muchos cruceros, con cifras similares a los años previos a la pandemia del Covid, pero con menos turistas en esas grandes embarcaciones. Y no son grandes turistas adinerados. Los hay, pero también miembros de clase media que han podido disponer de un dinero para un viaje placentero. A pesar de todo, dejan bastante dinero en la ciudad. La facturación de todo el sector es de unos 1.000 millones de euros en toda Cataluña, y de ellos la mitad se genera en Barcelona. Implica a 9.000 trabajadores, entre puestos directos e indirectos, según los datos del Puerto de Barcelona.

¿Qué representa? ¿Suponen los cruceristas un caos en la ciudad? Son un 4% del total del turismo de la ciudad, y los cruceros generan menos del 1% de óxidos de nitrógeno y partículas, según los datos de Barcelona Regional.

¿Qué es lo que molesta, entonces? El Puerto de Barcelona, que dirige Damià Calvet, señala que se pueden encontrar soluciones como establecer grupos más pequeños cuando los cruceristas visitan Ciutat Vella, y propone instalar los autobuses que recogen a los cruceristas allá dónde lo dicte el Ayuntamiento.

El problema es la imagen ya fijada, pase lo que pase. Y para los jóvenes dirigentes políticos que han accedido a la primera línea en los últimos años lo que cuenta es la ideología, la acción, el adanismo, frente a los ‘señoros que se quieren cargar el planeta’. Es difícil contrarrestar políticamente ese mensaje. Pero la brega política exige que haya proyectos claros, basados en datos, y que sepan convencer con una comunicación de alto nivel a la ciudadanía.

¿Se está llevando a cabo esa labor?