Leo que en las últimas semanas la distracción y quién paga los platos rotos de nuestra arrogancia colectiva, de las redes y los medios de comunicación, son los llamados expat.
En las redes, claro, para culparles de haber venido, y en los medios, para mirar con más objetividad, pero tampoco mucho entusiasmo, el impacto de su llegada a la ciudad.
Les hacemos responsables de la gentrificación de Barcelona, nos quejamos amargamente de que su número se ha multiplicado por cuatro en la última década, y les colgamos el muerto del aumento de los precios de las viviendas en Barcelona, sin valorar la aportación de riqueza colectiva que también generan con sus empleos de calidad, su capacidad adquisitiva, su labor prescriptora de nuestra ciudad en el mundo, etc.…
Así que, en un arranque consciente o inconsciente, pero inoportuno, hemos pasado de crear programas públicos para acogerlos, y asociaciones privadas para buscarlos, traerlos y retenerlos (con sus empresas), a machacarlos y culparlos de aquello de lo que no son culpables. Todo a raíz, claro, de la necesaria búsqueda de explicaciones a un hecho que ocurre en todo el mundo occidental. Si mucha gente quiere vivir en un sitio, y el sitio es finito, los precios que se pagan para conseguirlo se disparan. Por eso yo no puedo vivir en una casa con “badiu” en el centro de Badalona, y un señor “normalito” de Nueva York no puede vivir en Manhattan.
¿Saben ustedes que existe un índice que sitúa España como la segunda localización preferida de todos ellos? ¿Saben que valoran Barcelona por su clima, su hospitalidad (¡ai!), su estilo de vida y costumbres? Un 87% de los expat que viven en España (80.000 en Barcelona) están satisfechos. Los que parece ser que no lo estamos, y no me extrañaría que alguno de nuestros múltiples gobiernos se pusiera a buscarles las cosquillas, somos la gente de aquí que competimos con ellos en salarios y acceso a las viviendas que ellos pueden conseguir aún pagando un 20% más que nosotros. La consecuencia de esta escasez es que los barceloneses buscan otras ciudades donde vivir, y entonces aparecen en municipios metropolitanos más humildes donde, a su vez, también presionan el mercado de la vivienda y el alquiler. Es una paradoja, pero un expat no hace falta que hable inglés para provocar el fenómeno gentrificador.
Es un pez que se muerde la cola, llamado mercado. Y regularlo es harto difícil, e injusto en muchas ocasiones. ¿Genera desigualdades este hecho? Depende. Lo que genera desigualdades es la apuesta de un país por el sol y los servicios, más que por la industria y el conocimiento. Barcelona intentó equilibrar su peso y por esa razón hay un distrito tecnológico, y gente expat que vive en la ciudad. Lo que genera desigualdad es tener un país exportador de talento hacia otros sitios del mundo que se nutren de nuestros ingenieros, o de nuestros enfermeros. Señores… tenemos decenas de miles de barceloneses y de catalanes siendo “expat” en otros países de Europa y del mundo, porque aquí no tienen sede suficiente grandes empresas multinacionales, o porque aquí los salarios no son suficientemente altos, o porque aquí no hay oferta residencial suficiente. Pensemos muy bien en todos ellos cuando criticamos a los que sí que pueden y quieren vivir en nuestras ciudades.
Somos el país del 'no'. No nos gusta nadie, ni nos gusta nada, o nos molesta casi todo. Ya sea un parque solar, o una escuela en un patio de manzana. Nos hemos agriado. Y además nos hemos acostumbrado a ver la paja en el ojo ajeno. Basta. Hagamos ciudades de calidad, de conocimiento, de transferencia, con empresas, cuántas más mejor. Fortalezcamos lo público (reformándolo) para retener y atraer talento, y dejémonos de señalar con el dedo a quien nos elige.