El buque insignia es, dice la RAE, la embarcación más significativa de su especie. También aquélla en la que navega el jefe. Pero, durante mucho tiempo, el buque insignia ha sido aquel que las naciones pasean por el mundo para presumir de quién la tiene más grande.
Cuando Enrique VIII de Inglaterra tuvo que reunirse con Francisco I de Francia para hablar de sus cosas, mandó construir el Henry Grâce a Dieu, el buque más grande de su época. Era inestable y muy mal marinero; una mar un poco gruesa lo echaba a pique. Apenas pudo cruzar el canal en aquel viaje. Acabó sus días víctima de un incendio, sin apenas haber servido para nada.
Francisco I no soportó la provocación del rey inglés y mandó construir la Françoise, otro leviatán. Se pasó de frenada. Era tan grande que ni siquiera con la marea alta pudo abandonar el puerto de El Havre, porque tocaba fondo y quedaba ahí atascado, como un tonto.
Un siglo después, Gustavo II Adolfo de Suecia también quiso presumir y mandó botar el Vasa. El navío sueco naufragó apenas salió del puerto, antes de decir amén. Todo un éxito, vamos. Pueden ver sus restos en el Vasa Museet, en Estocolmo.
Cuando una persona o una empresa es el culmen de algo, también decimos que es su buque insignia. Podemos preguntarnos, entonces, cuál sería el buque insignia de nuestra ciudad. Hagan sus apuestas. Yo tengo dos candidatos a buque insignia de Barcelona.
El templo expiatorio de la Sagrada Família es el primer candidato. Este parque de atracciones, reconocido como basílica por el papa Benito, hace tiempo que no vive de las limosnas. El año pasado vendió entradas por valor de 127 millones de euros. La Junta Constructora recibe, además, donaciones pías que incluyen propiedades inmobiliarias dejadas en herencia. Se supone que mediante este pago a favor de nuestra Disneylandia particular el finado abrevia su estancia en el purgatorio. Gracias a estas donaciones, la Junta Constructora del templo ha sido uno de los tenedores inmobiliarios más importantes de la ciudad en varias ocasiones.
Hay más. Como es una fundación y goza de los privilegios del Concordato entre España y la Santa Sede, no paga el IBI, no paga el IVA… Apenas paga el 3% de lo recaudado en impuestos, en números redondos, a lo que sumar otro 1,8% para obra social de su elección. Como el objeto de la fundación es acabar la obra del arquitecto Gaudí de la manera lo más parecida posible a su proyecto original (risas de fondo), no pagará más impuestos mientras prosiga la obra. No se acabará nunca.
La Junta Constructora también espera que el Ayuntamiento expropie (sic) a cientos de familias para poder invadir la calle Mallorca y abrir una explanada a mayor gloria del parque de atracciones. Todavía esperamos a que el Ayuntamiento diga algo y se manifieste de una vez, pero yo creo que no se atreve. A fin de cuentas, ¿qué otro buque insignia tiene Barcelona para enseñar al mundo?
Tiene otro, el F. C. Barcelona, el Barça. Es el otro gran buque insignia de la ciudad y lo ha sido durante muchos años. Porque si alguien en algún rincón del mundo habla de Barcelona, es muy posible que esté hablando del Barça. Eso es así. También es verdad que si la Sagrada Familia va como un tiro, el Barça parece que va como pegarse un tiro en el pie.
Ahora mismo, el suspense está servido. ¿Quién se quedará con el Barça? ¿Un jeque árabe, un mafioso ruso o un fondo de inversión? ¿Cuántos de sus directivos acabarán entre rejas? ¿A cuántos pillará Hacienda? Tiene que devolver unos 1.450 millones de euros antes de 2032 y su déficit es monstruoso. Crece cada año, como la Sagrada Familia. Si no hubiera sido el Barça, el club habría cerrado hace ya tiempo, en un estado de quiebra técnica perenne.
En su historial reciente hay evasores fiscales, el caso Negreira, trapicheos a tutiplén de agentes, jugadores y directivos y ninguno parece que vaya a acabar bien. Saben ustedes de fútbol más que yo, estoy seguro, y saben, como yo sé, que es un mundo podrido por la corrupción, pero me temo que lo del Barça es tremendo. ¿Me equivoco?
Me da, queridos lectores míos, que Barcelona tendrá que comenzar a buscar nuevos buques insignia, o dejar de enseñar más plumas que un pavo real, porque no estamos para tantas ínfulas.