Estos días, ha surgido una polémica de esas que son ideales para exaltar al cuñado de turno en la cena de Nochebuena, la comilona de Navidad o el atracón de Sant Esteve. La recomiendo para aquellos dispuestos a sabotear la paz del banquete en cuestión. Helena Dalli, maltesa, comisaria de Igualdad de la Comisión Europea, ha anunciado hace poco que ha publicado una guía de lenguaje inclusivo de uso interno para los funcionarios de la Comisión.
Añade que todavía está en rodaje, pero propone dejar de felicitar la Navidad y felicitar las fiestas, no vaya a sentirse alguien ofendido por no compartir las ideas religiosas del felicitante. Y ya la tenemos liada.
En primer lugar, la polémica no es nueva. La llevamos repitiendo muchos años. En el círculo de la señora Colau alguien nos deseó un feliz solsticio de invierno. Prefiero que feliciten las fiestas, porque ya son ganas. Además, ¿cuántos de ustedes son capaces de decirme que es un solsticio? ¿Existe la Virgen del Solsticio? Lo pregunto en serio, porque el 2 de enero se celebra (cito) "la llegada en carne mortal a Zaragoza de María Santísima, en vuelo directo desde Jerusalén, portando la columna sobre la cual muchos creyentes la veneran", es decir, el pilar, y de ahí la Virgen del Pilar.
La Pilarica mira hacia el solsticio, dicen los entendidos, y si Dolores, Angustias, Milagros, Remedios, Misericordia, Regla (sic) o Amargura son nombres de vírgenes bien válidos, no veo por qué no Solsticio, que es bien bonito. Pues a ver si resulta que feliz solsticio de invierno tampoco es inclusivo, mira tú por dónde. Por cierto, la parroquia del Pilar en Barcelona está en la calle Casanovas, aunque no sé si la Pilarica barcelonesa mira hacia el solsticio o hacia otro lado.
Los católicos, por su parte, piden a los feligreses que feliciten la Navidad, porque así reivindican su fe. Luego están los cuñados a los que me refería anteriormente, que exclamarán un “¡A mí me van a decir cómo tengo que felicitar la Navidad!”, y la tendremos liada. La murga de cada año, en suma. Si me preguntan, no me ofendo si alguien me felicita la Navidad o si me desea unas felices fiestas. Se lo agradeceré. Si me desea un feliz solsticio de invierno me quedaré un instante en blanco, pero luego se lo agradeceré igual, qué quieren que les diga.
Si va de buena fe, bienvenida sea la felicitación. Tenemos muy adentro que nos tenemos que felicitar, no sabemos muy bien por qué. Pues felicítense, por qué no, y háganlo como les dé la gana, faltaría más.
Lo cierto es que el carácter sacro de la Navidad hace tiempo que se fue al carajo. La Coca-Cola disfrazó a Santa Claus de color rojo y el consumo desenfrenado hace de diciembre su agosto. Se suma el Ayuntamiento a llenar de luces la ciudad y de belenes la plaza de Sant Jaume. ¡Venga a gastar! En las ferias de Santa Lucía se venden figuritas del pesebre, la mayoría de carácter profano, ‘caganers’, adornos para el árbol de Navidad, y un montón de productos artesanales, de los que se comen y de los que no.
Luego, las comilonas, que en Barcelona, crisol de culturas, etcétera, invitan a cenar el 24, a comer el 25 y a volver a comer el 26 como si no hubiera un mañana. Saldrá el cuñado de turno a exclamar que lo propio en Barcelona no es la cena de Nochebuena, sino la comida de Navidad, o que San Esteban es una festividad de origen carolingio y no sé qué historias de la singularidad catalana. Si quieren jarana, pregúntenle entonces por el imperio carolingio en tiempos de Pipino el Breve y luego si se refiere a Carlomagno, a Carlomán o a Carlos Martel.
Mientras nos deslumbran las luces, nos dejamos los cuartos comprando regalos y la salud en las comilonas, habrá quien difícilmente podrá considerar felices estos días, agobiado por la miseria, abrumado por una ausencia, cansado de la vida o víctima de algún infortunio. También habrá gente que permanecerá en los hospitales, al volante de un autobús o repartiendo paquetes a domicilio, que serán felices a su manera, cuando acaben la jornada laboral. Muy pocas veces nos acordamos de los primeros; si lo hacemos, miramos hacia otro lado, porque nos molestan, nos avergüenzan o nos entristecen. Con más frecuencia nos acordamos de los segundos.
Pues, bueno, a los primeros, a los segundos y a todos ustedes les deseo ánimos y mucha felicidad.