Cada Nochevieja pasa exactamente lo mismo, por lo cual es de agradecer que quienes participamos de la habitual pantomima buenista lo hagamos como si distinguiéramos en ella alguna novedad. Puede que la única semi renovación que se haya registrado durante los últimos años sea el consumo de la tradicional docena de uvas coincidiendo con las últimas doce campanadas del año. Confieso que fui pionero en el uso innovador de las uvas: un buen año, aprovechando un entorno tolerante y sicalíptico, me dediqué a arrojar los granos de uva al televisor coincidiendo con cada campanada (estaba harto de la funesta experiencia de las uvas, sin pelar ni despepitar, haciéndome bola en la boca).
Después pasé directamente a no acercarme a las uvas (hay quien las sustituye por Lacasitos o M & M´), y este año volví al sistema tradicional para no desentonar con un ambiente más tradicional, pero muy agradable.
Otro clásico de la Nochevieja es desearnos mutuamente un feliz año nuevo…¡Cómo si la cosa dependiera de nosotros! Y como no depende (uno les desea lo mejor a los amigos, pero igual les sale todo como el culo), acabas deseándole un feliz año nuevo a gente que te cae mal, que no soportas y que te la sopla cómo les salga el año.
Otro clásico, algo más reciente: ¿por qué canal de televisión seguir la ceremonia de las doce campanadas? Los que empezamos a verlas de pequeños seguimos con la costumbre de cuando en España solo había un canal de televisión y el programa lo presentaban Laura Valenzuela y Joaquín Prat. Por eso los que aún seguimos enganchados a esa rutina, nos tuvimos que tragar anteayer a Broncano y Lalachús, que además representaban las campanadas progresistas porque Broncano está a la greña con Pablo Motos (ese íncubo de la derechona) y Lala Chus está, con perdón, gorda, lo que añadía un poco más de pogresismo a la coyuntura.
Los alienados, reaccionarios y rijosos podían ver las campanadas en Antena3 con el chef Chicote (de esmoquin) y Cristina Pedroche (habitualmente medio en pelotas). La carne tira mucho y estas campanadas suelen ser las más vistas. Aunque en Catalunya hay un sector patriótico que se traga las de TV3, que son las más nuestras y, por consiguiente, las más aburridas de España (suelen retransmitirse desde el pueblo más feo e inaccesible del territori, no me pregunten porqué, y presentadas por lo más muermo que tienen en nómina).
Es normal que gane Pedroche con la audiencia porque en el horrendo vestido-corsé-miriñaque de ayer (diseñado por el gran Josie) había unas joyitas-lucecicas hechas a partir de la placenta de la señora Pedroche…¡Y a ver quién me supera eso!
No podía faltar en este sindiós de fin de año el fet diferencial català. Se produce cuando se dan a conocer los nombres de los primeros bebés catalanes del año y los lazis de pro descubren que atienden por nombres tan poco nostrats como Mohamed, Gupta, Jadiya o Usnavy, cosa que no les hace ninguna gracia y conduce a algunos de ellos hacia la teoría a Lo Marine Le Pen (o Silvia Orriols) del Reemplazamiento.
Luego vienen los asquerosos comentarios racistas en las redes sociales que constituyen la tradición más reciente del fin de año catalán. Dejando aparte este hecho diferencial, la Nochevieja catalana no se distingue en nada de la del resto de España: papeo sin tasa, ingesta de alcohol a cascoporro y alegría tontiloca basada absolutamente en nada. Es una lástima que el racismo sea lo que más nos diferencia de nuestros compatriotas, pero ya se sabe que no se puede elegir: también tenemos en Barcelona más prostitutas que cualquier otra ciudad de España y se registra el consumo más elevado de cocaína de toda la península ibérica.
¿Racistas, puteros y farloperos? ¡Lo importante es destacar! Mucha envidia es lo que hay…