Barcelona no es, de momento, una ciudad de Estados Unidos. Si lo fuera, la motosierra que Elon Musk utiliza en nombre de Trump hubiera entrado ya en Rodalies y suprimido el servicio. O lo hubiera privatizado, que es la solución que gusta a sus simpatizantes catalanes.
Privatizar Rodalies tendría un primer inconveniente: elevar notablemente el precio de los billetes y los abonos. Puede parecer una barbaridad, pero es lo que hizo Margaret Thatcher en Reino Unido. El resultado ha sido tan caótico que se ha empezado a renacionalizar tramos completos.
Una segunda consecuencia sería la de congelar cualquier tipo de inversión pública, supusiera una mejora o no. ¿Otra barbaridad? Es posible, pero es lo que se ha hecho en los últimos años en Alemania bajo la batuta de la CDU (una especie de PP bastante más civilizado). El resultado es que la DB (equivalente al conjunto Renfe-Adif) no tiene nada que envidiar a Rodalies. Funciona peor.
En España el freno a las inversiones en el sector público (sanidad, educación, transporte y vivienda) fue acometido por dos políticos conocidos: Artur Mas y Mariano Rajoy. Por este orden.
Los resultados están a la vista: un horizonte de carencias y necesidades que nota el ciudadano en su día a día. Y que no tiene solución a corto plazo.
En el caso de Rodalies hay otro factor del que no se quiere hablar: el procés. Unos años convulsos de los que Barcelona aún se resiente.
Se puede obviar el asunto para no enconar las posiciones, pero ni siquiera la ley de amnistía obliga a la desmemoria. El procés frenó las inversiones privadas y también las públicas.
Que hoy la muchachada de Junts y ERC se rasgue las vestiduras por las inversiones perdidas es un ejercicio de hipocresía y de oportunismo.
Los nacionalistas catalanes sostienen que sus gobiernos habían reclamado siempre el traspaso de los trenes, esgrimiendo la obra hecha en Ferrocarrils de la Generalitat. No es algo que responda a lo ocurrido.
La empresa de Ferrocarrils no funciona mejor porque esté mejor gestionada, sino porque no sufrió los recortes aplicados a otros servicios.
La posibilidad del traspaso de los servicios ferroviarios figuraba ya en el primer estatuto. Jordi Pujol nunca los reclamó. Al mismo tiempo, destinó a Ferrocarrils buena parte del dinero que escatimaba al metro de Barcelona, recortando proyectos existentes.
Por ejemplo, la llegada al aeropuerto a través de Montjuïc, dando servicio también a la Zona Franca. Una obra que hubiera reducido tráfico en la entrada de Gran Via por Cerdà.
Estas decisiones formaban parte de la voluntad de castigar a Barcelona y su cinturón rojo.
Cada día la Diagonal se satura en la entrada sur de Barcelona. Entre otros motivos porque los habitantes Esplugues y Sant Just no tienen metro.
Ambas ciudades están hoy unidas a Barcelona por un tranvía, no por el suburbano, porque Pujol no quiso. Y no quiso, entre otros motivos, porque era más caro y allí CiU no ganaba.
También Nou Barris tuvo que conformarse con un tranvía soterrado al que los nacionalistas rebautizaron como “metro ligero”. Pero es un tranvía.
Rodalies es un caos, pero es un caos que cuesta un montón de dinero público, un bien claramente escaso. Junts (cuando se llamaba CiU y un juez supone que se beneficiaba del 3%) fue decisiva en los Presupuestos Generales del Estado durante años. En esos años tampoco se invirtió en Rodalies.
Para comprender cómo funcionaba su defensa de Cataluña (que es lo que dicen que hacen) vale una anécdota. Su grupo en el Congreso convocó un día, hace ya años, una conferencia de prensa para anunciar que votarían a favor de los Presupuestos del gobierno de Aznar. El PP había admitido diversas enmiendas que incluían obras públicas a realizar en Cataluña.
La verdad era que las enmiendas eran las mismas que habían justificado el voto a favor en los presupuestos del año anterior.
No se había hecho ninguna de las obras. Ni siquiera se licitaron.
Hay una diferencia entre la derecha estadounidense y la que formaron PP y CiU. La primera elimina servicios. Las de aquí los ahogan con falta de inversiones. Y así, además, tienen motivos para quejarse.
Lo que no se produciría con Trump es la huelga anunciada en Rodalies. Los despediría a todos y tendrían que volver a entrar perdiendo derechos. Ya lo hizo Reagan con los controladores aéreos.
Por fortuna, aquí los trabajadores tienen derechos, al menos mientras no gobiernen Vox y Aliança Catalana. Dos partidos que suprimirían los trenes, los barcos y los aviones. Para que no llegue nadie de fuera.
Reducir la población, eso sí que eliminaría el problema de Rodalies.