Barcelona sigue siendo una potencia editorial en lengua castellana. También en librerías, situadas en ese centro local que es el Eixample, como señalaba un reportaje publicado hace unos días en Metrópoli. Librerías que han tenido que irse adaptando a los nuevos tiempos. Como todo. Como todos.

Una de ellas, Byron, situada en la calle de Casanova, cumple ahora cinco años. Tuvo un parto difícil marcado por la pandemia, que dilató las obras de apertura. Pero sobrevivió. Sobrevive.

Los lectores son gente especial. Aunque en el mundo editorial haya también modas, muchos de ellos se mantienen fieles a una larga tradición, la de los clásicos. Una de las pocas tradiciones que no es conservadora.

Pero leer a los clásicos, antiguos o modernos, no siempre es fácil. El sistema de comercialización de libros hace que disponer de un fondo amplio, mucho más allá de las novedades que el público busca, resulte con frecuencia difícil.

El espacio es muy caro en Barcelona, de modo que mantener un almacén con títulos con demanda esporádica resulta complicado.

Las librerías han tenido que reinventarse. Encontrar nuevas formas de atender al cliente, tanto al que busca el último volumen de un escritor mediático como al que, cosas que pasan, quiere leer la Odisea o el Doctor Fausto de Goethe o a Thomas Mann o incluso la Crítica de la razón pura.

Byron, que ofrece un fondo de 25.000 títulos, no se ha quedado ahí. Se ha convertido en zona de charla, porque la lectura es una actividad individual que no deja de ser un diálogo con el autor del texto. Comentarlo con alguien es un placer añadido.

En la librería Byron eso puede hacerse tomando un café o durante alguna de las tertulias que se organizan. Ahí se han reunido, por ejemplo, los miembros de la machadiana sociedad Juan de Mairena.

No es la única librería que ofrece como servicio ser un punto de encuentro. También lo hacen Laie, La Central, La Casa del Libro, Alibris, Bernat

En el caso de Byron, estas actividades colectivas se han ido diversificando. Además de presentaciones de libros o debates, acoge también intervenciones musicales e incluso mixtas y, para este quinto año de vida, anuncia teatro de pequeño formato.

La historia está llena de funerales anunciados. La televisión tenía que haber matado al cine y a la radio. No ha sido así. El cine se ha acercado a nuevos formatos y plataformas y la radio vive un momento de esplendor.

También los diarios iban a morir a golpe de pantallazo. En vez de eso, se han instalado con éxito en las pantallas.

Los libros digitales se vieron como la tumba de los de papel. En absoluto. Ambos conviven, aunque el sector electrónico batalle aún (como los diarios digitales) por encontrar un método de distribución adecuado a los nuevos tiempos, asediados por navegantes piratas.

Los predicadores del apocalipsis, que decía Umberto Eco, tienen una larga historia. Platón recoge en el Fedro el mito de Theuth y Thamus. El primero inventó las letras y las ofreció  como regalo al segundo quien quiso saber para qué servían: “para fijar la memoria”, respondió Theuth.

No convenció la respuesta al faraón. Le objetó que la escritura no salvaría las palabras sino que sería un veneno que mataría la memoria. Los hombres ya no necesitarían recordar. Más aún: se trataba de un invento inútil porque a los textos, si les preguntas, siempre responden lo mismo.

Pero tenía razón Theuth: la escritura no sólo no mató a la memoria. La estimuló y, sobre todo, la conservó cuando se extinguían las vidas individuales.

Hoy leer es hablar con los autores del pasado y, si se quiere, con otros lectores contemporáneos.

No es casualidad que las autocracias miren con desconfianza a los libros, a la palabra que hace pensar, que hace a la gente libre (palabra tan parecida a libro).

Son estos tiempos de desconfianza hacia el pensamiento, hacia la literatura, hacia el libro. La derecha y ultraderecha (más una cierta izquierda desorientada) promueven, con la excusa de la corrección política, la pura censura.

Las librerías como Byron son trincheras frente a un autoritarismo que busca calentar el ambiente hasta alcanzar la temperatura de Farenheit.