La paradoja es clara: el descenso en el número de delitos cometidos en Barcelona es una realidad. Hay más atención policial, se busca una mayor eficacia legislativa para acometer la multirreincidencia y los resultados comienzan a ser mejores. Pero, al mismo tiempo, persiste la percepción de inseguridad.
Para los barceloneses es el principal problema. Los pequeños hurtos, aunque pueden que no sean escandalosos –en función del daño físico que sufran las personas en los atracos—sí provocan un enorme desasosiego.

Barcelona, pese a todo, es una ciudad segura en relación al entorno europeo y mundial. Pero las autoridades municipales creen que se puede hacer mucho más. Una urbe tan expuesta al turismo, y que recibe una presión constante de sus propios vecinos –el barcelonés es crítico por naturaleza—debe intentar superar los datos periódicos que ofrece el barómetro municipal.
¿Cómo? El teniente de alcalde de Seguridad, Albert Batlle, está convencido de que, si se explica de forma convincente y con todas las garantías necesarias, en determinados puntos de la ciudad se deben colocar más cámaras de videovigilancia.
Barcelona es de las ciudades con menor presencia de cámaras. De hecho, las ciudades españolas no han apostado, todavía, por ese control que sigue provocando un cierto desdén ciudadano. ¿Pasear por las calles con la posibilidad de que registren todos nuestros movimientos?
Es lo que sucede en las principales ciudades chinas. El país asiático ha impuesto un Gran Hermano que vigila a sus súbditos por todos los rincones. Hay unas 372 cámaras por cada mil habitantes. Las primeras veinte ciudades más videovigiladas del mundo son chinas.
También aparecen ciudades de India y la gran ciudad fuera de ese modelo asiático con más cámaras es Moscú, aunque ya a una larga distancia, con cerca de 17 cámaras por cada mil habitantes. La gran ciudad europea más videovigilada es Londres, con 13 cámaras por cada mil habitantes.
En España esa apuesta ha sido mucho más reducida. En Madrid hay instaladas 4,06 cámaras por cada mil habitantes y en Barcelona 2,35. Batlle, por tanto, cree que hay margen para elevar esos números y ofrecer a los cuerpos policiales un instrumento que puede ser “muy útil”.
¿Queremos ese rastreo cuando salimos a la calle? Si ya el ciudadano se siente controlado por las redes sociales, escuchado por los diferentes dispositivos móviles, ¿también deberá aceptar que en el espacio urbano público se le registre?
La seguridad está bien. La pedimos todos. La exigimos, en realidad. La queja es permanente acerca de esos hurtos, de incidentes con violencia, de broncas callejeras. Pero, ¿vamos a sacrificar la libertad de movimientos?
Barcelona y Madrid están muy lejos del modelo chino, afortunadamente. Pero a medio camino aparece Londres, la ciudad europea más controlada, la ciudad que, sin embargo, ha sido siempre el faro del liberalismo.
La ciudadanía deberá ser consciente de las opciones que elige, y asumir que una mayor seguridad siempre comporta una menor libertad. ¿De verdad ya no va a importar la libertad?