La ampliación del aeropuerto de Barcelona va para largo. No es solo que ha pasado la fecha oficiosa para poner sobre la mesa una operación de primer nivel, sino que en el Govern echan agua al vino. No es el momento. No entran en más detalles. No sabemos si es que no hay acuerdo o si es porque si la situación geopolítica es un caos para embarcarse en aventuras.

Si es por la segunda razón me parecía hasta correcta una cierta dosis de prudencia. Si es por la primera, me echó las manos a la cabeza. Dicen que quieren aminorar el impacto ambiental. Bien, pero el impacto ambiental no es solo la Laguna de la Ricarda, sino que también lo es la supervivencia de la industria agroalimentaria del Baix Llobregat que abastece en un 25% a Mercabarna. Los productos agroalimentarios son la gran pieza que se quiere cobrar Trump y perder la agricultura de proximidad no es una buena ocurrencia.

De todas formas, manda carallo como diría un gallego, que después de todo este tiempo estemos más que nunca mareando la perdiz. Trump no ha perdido el tiempo y ha puesto en marcha una cruzada, su cruzada, proteccionista que nos pone a todos el corazón en un puño y nos ha pillado, otra vez, con los deberes por hacer. Y la culpa, señores y señoras, es nuestra.

Primero porque los talibanes del paisaje son unos urbanitas irredentos que apuestan por el decrecimiento y por no enturbiar el entorno para no mancharse los pies, por supuesto.  Segundo porque hemos tenido gobiernos cobardes que no sabían que gobernar es tomar decisiones. Y tercero porque querer ampliar el aeropuerto no es un señuelo, sino reorganizar el territorio subsanando los déficits y aprovechando las oportunidades. Y para eso hay que tener cuajo.

Salvador Illa, lo tiene, no me cabe duda, pero no me gusta que el proyecto del aeropuerto duerma el sueño de los justos, excepto para los que han comprado la Casa Gomis por un pastizal indecente sin que hayan dado ningún tipo de explicación más allá de veleidades sobre un no sé qué centro de reflexión ambiental.

Trump no está loco, ni es tonto, aunque use unas cifras que parecen inspiradas en los agentes de la T.I.A. Aquella maravillosa agencia liderada por Mortadelo y Filemón, los Técnicos de Investigación Aeroterráquea. Nosotros no estamos locos, pero si parecemos tontos. Esperar y ser comedido es bueno, pero el que espera, desespera, y perder el tiempo es igual a perder oportunidades. Ya sea ampliar el aeropuerto o ya sea reordenar el territorio, protegiendo lagunas, haciendo las infraestructuras hidráulicas para evitar inundaciones previsibles, o fortaleciendo una industria básica agroalimentaria de primer nivel como tenemos.

Por cierto, en contraste la respuesta a Trump ha sido rápida y consensuada. ¿Por qué el aeropuerto es diferente?

Nunca sabes lo que pierdes hasta que lo has perdido. Vale tanto para lo que tienes y puedes perder, como para lo que no tienes y no vas a tener porque la perdiz está mareada y como una sopa. Foment, Ayuntamiento de Barcelona, Diputación de Barcelona -por boca de su presidenta, la alcaldesa de Sant Boi, Lluisa Moret en estas páginas, y AENA se han posicionado en estos días a favor. ¡Qué bien! Pero ¿y? Pues nada, el Govern sigue en silencio. Un silencio ensordecedor y Barcelona dejando de nuevo pasar el tren.

Cuánto más tardemos peor, porque el aeropuerto no se amplía de la noche a la mañana. Y habrá debate, pero eso no es malo, es positivo. Lo que es contraproducente es el silencio, el no dar un paso al frente. ¿Aeropuerto? Vuelva usted mañana. Se hace cansino.