Miquel Roca tiene una frase que le gusta repetir: “sólo los cobardes temen el pacto”. El acuerdo, por tanto, debe ser visto como una decisión de valientes, de hombres y mujeres con coraje, que desean avanzar y que saben que nadie puede monopolizar la idea de verdad.
Roca lo señalaba en los últimos años en alusión al proceso independentista, pero también respecto a la política española en su conjunto. Sin acuerdos amplios entre el PP y el PSOE será difícil un salto adelante, reformas económicas y sociales de calado. El actual bloqueo en España hace necesario escuchar con mayor atención las palabras de hombres con experiencia como Roca.
El caso es que la formación política que heredó –de forma parcial—la trayectoria de políticos como Roca no sabe qué hacer en Barcelona. Junts per Catalunya, que sigue dominada por Carles Puigdemont desde Waterloo –a la espera de que el Tribunal Constitucional dirima sobre la ley de amnistía y le permita volver a Catalunya—no tiene un candidato o candidata clara para la alcaldía de la capital catalana.
El actual cabeza de filas, Jordi Martí, que conoce a la perfección la política municipal, que atesora experiencia, no acaba de contentar a todo el partido. ¿Podría ser el candidato y persistir si no gana en las elecciones de mayo de 2027?
El partido, que se refugió en esa práctica fallida de las primarias –no sirve en España lo que está pensado en otras latitudes—no quiere ahora convocarlas porque ofrecería un escenario muy dividido. Es mejor valorar, de forma interna, qué es lo que más interesa y consensuar un candidato que sea atractivo para el electorado, pero que recoja bien las características del partido.
El problema, sin embargo, es que Junts no sabe qué debe defender. Se puede tener un buen candidato, pero, ¿con qué objetivo, con qué deseos de pacto y con quién?
La paradoja es que el actual grupo municipal de Junts per Catalunya se podría entender bien con los socialistas de Jaume Collboni. Cuestiones como la medida del 30% de vivienda pública en las promociones inmobiliarias se podrían pactar con cierta facilidad. Hay diferencias, claro. Pero en conjunto tanto Junts como el PSC quieren una ciudad que ofrezca oportunidades económicas sin descontrol, una ciudad que pueda prosperar, pero consciente de sus límites.
Uno de los factores decisivos en el alejamiento de la política por parte de la ciudadanía es que los partidos ponen por delante en demasiadas ocasiones la ideología, la diferencia, los prejuicios y el determinismo.
Y nadie se atreve a tomar decisiones autónomas, que dependan de las circunstancias de cada administración, de cada esfera de gobierno. Es decir: ¿puede Junts y el PSC pactar en Barcelona, pero no en el Parlament de Catalunya? ¿Debe el PSC llegar a acuerdos con los comunes en el Parlament –ya lo hace—pero es imposible hacerlo hoy en Barcelona –eso es lo que se evidencia cada semana?
La respuesta es un ‘debería’. ¿Por qué no? Hay cosas en juego que son distintas. Otras están íntimamente relacionadas. Pero los dirigentes políticos deberían mostrar una mayor personalidad, un mayor arrojo.
Junts, hoy, no lo tiene en Barcelona. No lo tuvo Xavier Trias, que desestimó un acuerdo con Collboni, porque los socialistas propusieron un mandato compartido. Lo primero que debería solventar el partido que querría ser otra vez Convergència –aunque sólo fuera un poco—es su relación con Puigdemont.
Porque Puigdemont fue quien ordenó que Junts no formara parte del acuerdo con los socialistas en la Diputación de Barcelona, por ejemplo, a pesar de que la dirección que encabeza Jordi Turull sí estaba dispuesta a suscribirlo.
Las contradicciones de Junts se muestran a diario, como acaba de suceder con la votación de su miembro en la CNMC a favor de la OPA del BBVA frente al Banc Sabadell, mientras la dirección de Junts pide al Gobierno de Pedro Sánchez que la rechace.
La cuestión es que Barcelona es tan o más importante que la propia Generalitat. Y en la capital catalana nadie sabe nada. ¿Candidato a la alcaldía? Connais pas.