Prueba superada, pensaron Oriol Junqueras y Elisenda Alamany el pasado marzo cuando concluyó la segunda fase del congreso de ERC que les llevó a tomar las riendas del partido -recuperarlas, en el caso de Junqueras-. Tras un doloroso proceso interno en el que los republicanos exhibieron todas sus vergüenzas sin dejarse nada en el buche, los nuevos líderes del partido se disponían a trazar el nuevo rumbo de una estrategia que tiene como primera meta volante las elecciones municipales de 2027. Objetivo: recuperar el terreno perdido en el ámbito local.

Y entonces llegó el congreso de Barcelona, y el millar de militantes republicanos en la capital dieron la espalda al oficialismo recién instaurado para apostar por la corriente crítica que representa Creu Camacho. Una victoria por apenas 14 votos que ha reabierto  las heridas y alimenta de nuevo las dudas sobre el liderazgo de Junqueras.

“Esta victoria es de toda la militancia que ha creído que hacía falta un cambio profundo en ERC de Barcelona” afirmaba una pletórica Camacho tras certificarse su victoria.

Una victoria conseguida con el aval de las dos candidaturas que seis meses antes le disputaron la presidencia del partido a Junqueras. Imposible olvidarlo cuando ambos se fundían en un ostentoso abrazo en la clausura del cónclave municipal para intentar convencer a la militancia republicana de que nada se ha roto en Barcelona.

Pero sí se ha roto. Tanto, que en apenas una semana la nueva líder de la federación de Barcelona anunció una consulta a la militancia sobre la entrada de ERC en el gobierno local y Alamany -líder del partido en el Ayuntamiento- le respondía también desde los medios que no hace falta, que esa idea ya está descartada.

"No estamos en el mismo punto" aseguró la secretaria general de ERC para descartar la consulta, en una entrevista a Europapress cuyo contenido estaba “pactado” con la nueva líder de la Federación de Barcelona, aseguraron desde el partido.

“Estamos en el ecuador del mandato. Por lo tanto, no hay nada sobre la mesa pendiente de resolver”, añadía Alamany, consciente de que tras la derrota en el congreso local, una consulta de esa índole solo serviría para desgastar más su liderazgo. Por tanto, muy pacíficos no ha sido los primeros pasos de Camacho, por muchos abrazos que se dé con el presidente del partido.

Apenas ha pasado un año desde que la propia Alamany cerrara un pacto con el PSC para entrar en el gobierno local. Menos tiempo todavía desde que el Orfeó Martinenc se quedó sorprendentemente pequeño para acoger a los militantes que debían avalar el acuerdo.

Una masiva afluencia en la que muchos vieron la mano de Marta Rovira, entonces ya en plena guerra con Junqueras por el futuro control del partido.

Pocos creían ya en la viabilidad de ese gobierno de coalición truncado por la guerra civil en Esquerra. Pero más allá de una entrada en el gobierno municipal, la derrota en el congreso de Barcelona pone en cuestión la estabilidad de la formación republicana.

Superada la segunda fase del congreso en marzo, Junqueras y Alamany estaban convencidos de que abría ya una nueva etapa de pacificación en la que podrían construir la nueva Esquerra que sueñan. Pero ser derrotados por sorpresa en la federación más importante del partido es un duro revés.

Especialmente para la líder republicana en el Ayuntamiento de Barcelona. La Asamblea de ERC del pasado marzo se saldó con una victoria para Junqueras, que esquivó los debates impulsados por sus rivales sobre la duración de su mandato o la posibilidad de que vuelva a ser candidato a la Generalitat. También de que Alamany compatibilice la secretaría general del partido con la futura candidatura al Ayuntamiento de Barcelona.

El batacazo interno del pasado 26 de abril pone en cuestión esa candidatura, tras demostrarse que Alamany no tiene el control de la federación. El eje de la campaña interna fue el pacto con el PSC tejido por ella un año antes.

Y Camacho se impuso contra la candidatura oficialista abanderando el ‘no’ a ese pacto. Lo de menos es que el pacto de gobierno haya caducado, como argumenta Alamany para evitar la consulta. Lo relevante es que su estrategia de entendimiento con los socialistas no tiene el aval de sus militantes