En 2018, la estatua del prócer y mecenas Antonio López (Comillas, 1817-Barcelona, 1883) fue retirada de la plaza que llevaba su nombre. Y fue enviada al calabozo de un almacén municipal por orden y mando de Ada Colau.

Allí sigue, condenado a cadena perpetua por la representante del autoritarismo populista. Porque Antonio López, marqués de Comillas, fue quien más hizo por Barcelona, mientras que Colau ha sido la que más deshizo la ciudad.

Como la envidia es muy mala, la déspota indocumentada se negó a ceder la estatua a la alcaldesa de Comillas, que desea emplazarla en un lugar preferente de su Villa. Porque allí luce otra efigie de Antonio López, obra de Domènech i Muntaner.

La alcaldesa de Comillas, Teresa Noceda, ha explicado a La Vanguardia que ella y Miguel Ángel Revilla, expresidente de Cantabria, escribieron varias cartas a Colau pidiendo la estatua.

Su respuesta fue otra evidencia de cinismo, falsedad y contradicción. “Colau nos contestó muy amablemente que la estatua era patrimonio de todos los barceloneses y que no podía ser cedida a otra ciudad”, cuenta Noceda. Aunque también era patrimonio de todos los barceloneses cuando decidió retirarla sin consultar.

También Collboni quedó y queda salpicado por aquel acto ruin, mezquino y de mala voluntad. Entonces era teniente de alcalde. “Me escuchó atentamente, pero nada más”, desvela la alcaldesa cántabra.

Carmen Güell, descendiente de Antonio López e historiadora especializada en Gaudí y el mecenas Güell, afirma: “Retiraron la estatua porque no era catalán y por una visión sesgada y partidista de su figura”.

El atentado cultural contra la efigie, cincelada por Frederic Marés, se basa en una leyenda negra, nunca demostrada ni documentada, que acusaba a López de ser un negrero.

Lo único probado y demostrado es que “creó una de las sagas empresariales y culturales más importantes de Barcelona”. Y ahí es donde les duele a Colau y a su camarilla de necios sectarios.

El caso de la estatua encarcelada demuestra la talla mental y cultural de quienes desgobernaron Barcelona durante el colauismo. Se llaman progresistas y hacen como Franco hizo con monumentos y estatuas: retirarlas y encerrarlas en un almacén.

Se manifiestan partidarios de indultos y amnistías, pero se niegan a amnistiar a una estatua. O a desterrarla, si quieren llamarlo así, a su Villa natal. Allí la cuidarían y la instalarían en un palacio.

Dilapidar patrimonio cultural es preferir que una obra de arte se deteriore antes que darle una salida más que digna. Típico de los que odian a quienes crean riqueza y apoyan a dictadores y terroristas que hunden países.

Si Collboni e Illa se proponen “normalizar” la vida en Barcelona y Catalunya, podrían comenzar por respetar la memoria histórica, ganándose así la simpatía de Comillas, donde los socialistas sólo son la tercera fuerza municipal.

Bastantes antipatías se gana Barcelona por no devolver el patrimonio románico de Sijena. Y por un bufón descerebrado que se alegró de la muerte del expresidente de Aragón. Ahora se suman la falta de empatía, de generosidad y de señorío. Todo por una gran piedra artísticamente tallada. Y por culpa de Colau, como siempre.