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El alcalde de Barcelona, Jaume Collboni, en la FIL de Guadalajara

El alcalde de Barcelona, Jaume Collboni, en la FIL de Guadalajara

Opinión

Narra Barcelona ¿buena idea o ataque de nostalgia?

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Llegó la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, esa esperada 39º edición de la FIL que tiene a Barcelona como invitada de honor. Y la capital catalana ha desplegado sus mejores galas para aprovechar el escaparate mexicano. Política y literatura han desembarcado de la mano en Guadalajara para anunciar que Barcelona ha vuelto. Quizá también, aunque nadie lo diga en voz alta, para recordar que Madrid no es el único puente posible con Europa.

En ese contexto se inscribe el Pabellón de Barcelona creado por el Ayuntamiento y la Generalitat para la ocasión. Una librería con más de 10.000 títulos de autores catalanes para proyectar al sector editorial de la ciudad en una feria que espera en los próximos días a casi un millón de visitantes.

Cifras de vértigo, como las del Mobile World Congress. Aunque no se hable de móviles y aplicaciones, sino de letras. Qué envidia.

Barcelona se ganó a pulso el título de capital mundial de la edición en español gracias a gigantes como Planeta y a sellos de calidad como Anagrama. El peso del sector editorial sigue ahí. Pero no puede evitar la sospecha de una cierta inercia en ese transatlántico de las letras.

Atrás queda la efervescencia de finales del siglo pasado, cuando Barcelona adquirió la condición de capital de la edición en español al tiempo que descubría al mundo el boom latinoamericano, gracias a la afortunada confluencia en nuestra ciudad de escritores de la talla de Gabriel García Márquez o Mario Vargas Llosa.

Fue ese papel de puente con la América que escribía en español lo que convirtió a Barcelona en potencia editorial. De ahí nace, sin duda, el proyecto ‘Narra Barcelona’, una beca ideada para atraer a nuevas voces latinoamericanas para que redescubran esta capital mediterránea.

El alcalde Jaume Colllboni lo presentó este fin de semana como una residencia internacional de escritura para fortalecer “ese vínculo histórico, cultural y lingüístico de la ciudad con los escritores latinoamericanos y del Caribe”. Tres meses de residencia y facilidades para la publicación de una obra que “dialogue” con Barcelona, sea lo que sea lo que signifique eso. Y 80.000 euros de beca para hacerlo posible.

Reconozco que la propuesta me genera una sensación ambivalente. Si funciona, será un éxito poder recuperar ese puente cultural. Pero corre un riesgo evidente de convertirse en un inútil ejercicio de nostalgia por una Barcelona que no va a volver.

Apuntaba el gran Eduardo Mendoza en su lección inaugural la “transfusión de sangre nueva” que supuso el boom latinoamericano para esa Barcelona setentera que nacía a la democracia y la libertad.

Ha pasado medio siglo desde entonces. Ahora la democracia se da por descontada y la libertad sabe a poco si no lleva una vivienda bajo el brazo. Barcelona no es la misma, y las claves del éxito deben ser otras.

No hay más que ver la reacción de algunas voces patrias para constatarlo. Ahí está la Asociación de Escritores en Lengua Catalana, cuya primera reacción ha sido la de exigir que el dinero de Barcelona se quede en Barcelona, para los autores en catalán. Porque es el catalán la lengua minorizada.

No parece suficiente que más de la mitad de esos 80.000 euros se dedique a la traducción al catalán de autores en español, además de su promoción. No parece, por tanto, que el problema sea la lengua en que esa literatura se pondrá a disposición del público catalán, sino quién recibe la beca.

Vargas Llosa ya dejó dicho en sus últimos años que apenas reconocía a la Barcelona de su juventud en la capital del procés independentista. Esperemos que el nacionalismo no cierre esta puerta a un mestizaje cultural que nos vendría de perlas, sin desmerecer la obra de nuevos autores en catalán tan maravillosos como Irene Solà.