Pepe Serra: "Pueden venir años muy buenos en Barcelona si se superan los prejuicios"
El director del MNAC asegura que la reforma de la montaña de Montjuïc podría suponer un "polo cultural de primer orden", con importantes museos y equipamientos
3 abril, 2022 00:00Noticias relacionadas
Josep Serra (Barcelona, 1969), más conocido como Pepe Serra, es el director del MNAC, desde que ganó el concurso público en 2012. Serra transmite entusiasmo y un enorme amor por Barcelona. Asegura, en esta entrevista con Metrópoli, que se han producido distintas circunstancias que hacen que el actual momento sea especial y que la ciudad puede vivir unos años muy buenos si sabe aprovechar las oportunidades y “creerse” lo que ya tiene. Pide una ley propia para el museo, y ultima la ampliación del equipamiento para “bajar” exposiciones en la plaza España, en colaboración con Fira de Barcelona. Colabora con universidades, escuelas de diseño y con los vecinos del Poble-sec, para reorganizar la montaña de Montjuïc, que podría ser, a su juicio, un enorme polo cultural y de ocio de la ciudad. Su apuesta es clara: “Pueden venir años muy buenos en Barcelona si se superan los prejuicios”.
¿La ciudad es consciente de lo que ofrece el MNAC, del valor que puede proyectar de Barcelona?
Es una buena pregunta, porque lo hablamos mucho, sobre la relación entre ciudad y museo. En los últimos años ha mejorado de forma notable la relevancia del MNAC, porque aquí se celebran y se organizan muchos actos, desde los relacionados con la novela negra o premios literarios. Y el museo también se ha relacionado con el barrio del Poble-sec. Se ha trabajado muy bien, con una presencia importante de visitantes locales, que son ahora casi el 70% del total. Se ha diversificado, con exposiciones sobre cómic, sobre la Guerra Civil, fotografía… pero quedan muchas cosas por hacer. La ciudad todavía no tiene en cuenta el saber de un museo llamado enciclopédico, un término que a mí me gusta especialmente, que tiene pintura románica, el archivo de guerra más importante de España, que tiene arte gótico y una enorme oferta artística. En parte, creo que esa falta de una mayor conexión tiene que ver con la ubicación del museo, en la montaña de Montjuïc.
El museo solo expone el 20% de su fondo. ¿Es urgente la ampliación del MNAC?
Hay varios factores. Falta espacio. La conexión con la parte superior del museo está pendiente de resolver. Hablamos de un espacio donde está el INEF o la anilla olímpica, mientras que la parte de abajo está igual que en los años sesenta. Se trata de habilitar una zona, que es plana, que ya funcionaba en los años treinta. Pero ahora, es cierto, en el plan de desarrollo de Fira Barcelona se ha aprobado abrir un carril paralelo a la calle Lleida, y también una apertura en el Paral·lel, y una zona peatonal en la avenida Maria Cristina. Todo eso es inminente y ha provocado que se active la ampliación, con un acuerdo entre las tres administraciones del Patronato del museo. Es un buen momento para decidir qué se quiere hacer en esa parte baja, que se podría dedicar a la arquitectura, al cómic, o a la fotografía. Es, sin embargo, un debate de ciudad, que no solo atañe al MNAC.
¿El MNAC implica, por tanto, la recuperación de la montaña de Montjuïc, de su reforma?
Sí, es curioso, pero se debate sobre el turismo y la alta densidad de ese turismo en determinadas zonas de la ciudad, y aquí tenemos un pulmón de enorme importante, con equipamientos alrededor que son de primera división, como el Mies Van der Rohe, la Fundació Miró, Caixa Fòrum, el Teatre Lliure, el Mercat de les Flors, el Jardín Botánico o el Museo Etnológico. Es una nueva área de centralidad. Pero todo ello requiere de seguridad, de una señalización moderna, de nuevo ajardinamiento, de transporte público eficiente que puede ser, claro, eléctrico y sostenible. Pedir que los ciudadanos se desplacen a pie no parece lo más lógico, cuando hay familias con hijos pequeños o gente mayor que lo tiene difícil para desplazarse. Hay que incorporar Montjuïc a la ciudad, porque es un parque urbano, no es Collserola. Eso sí, hay zonas un poco complicadas y hay que actuar para reformarlo. Es una gran oportunidad.
¿Eso es cosa del Ayuntamiento y de la Generalitat?
Sí, de los dos. Deben ‘civilizar’ el espacio, como ha ocurrido en zonas similares en Berlín, en Viena, en París, con el Trocadero, por ejemplo. En el MNAC hay colecciones del modernismo, del románico, obras artísticas de primer nivel, en una ciudad que no es capital, que no está en un país que sea estado. Es un perfil muy bueno, con un relato propio, específico, con obras que no son colecciones imperiales, sino propias de la sociedad civil. Es interesante y puede funcionar muy bien. Pero hay que creérselo.
¿Puede competir, con la montaña de Montjuïc recuperada, con la milla de oro de Madrid?
Con Manuel Borja, director del Reina Sofía, hablamos habitualmente sobre el discurso cultural de cada ciudad. Y lo que está claro es que no se puede hacer el discurso del otro. Madrid tiene colecciones europeas reales, de los Borbones y los Austrias. Nosotros tenemos otra cosa: arte de la Corona de Aragón, sí, con colecciones góticas y románicas, pero también fotografía, diseño y grandes nombres artísticos. Es complementario de Madrid y muy efectivo. Los locales pueden decir que tienen muy visto el MNAC, pero los que viajamos constantemente tenemos una cosa clara. Y es que Barcelona es reconocida por su valor patrimonial y cultural. La palabra Barcelona tiene un enorme valor cultural en todo el mundo. Y hay que creérselo más desde aquí. Para comenzar, debemos pensar que se destina a cultura el 1% de los presupuestos, cuando en Europa se destina un 5% o un 6%. Y lo que tenemos nos singulariza mucho, por encima de franquicias. Si voy a Copenhague, quiero ir dónde vayan sus ciudadanos locales. Aquí debemos ser autocríticos, y es cierto que en los museos se ha sido inflexible, con un discurso unilateral. Pero ya no es así. En el MNAC se debate, se opina, se compara. No hay un monopolio del relato. Hay, en cambio, mucha interacción.
¿El proyecto del Hermitage podía ser atractivo para la ciudad?
Lo conozco muy bien, aunque es verdad que sus promotores no se han explicado mucho. Quizá la muerte de Jorge Wagensberg cambió mucho las cosas, y no hubo nadie que recogiera con su misma pasión el proyecto. Pero creo que no es el modelo ideal para Barcelona. Ahora, como iniciativa privada, no tengo nada que decir. Me parece formidable, aunque no le daría un espacio al lado del mar. En Ámsterdam adaptaron un convento, que les cedió el Ayuntamiento, siempre que lo pudieran rehabilitar. En todo caso, veo que en Barcelona no habría funcionado, si se piensa en que un tercio de los ingresos hubiera llegado por la restauración, y otro tercio por la tienda comercial. La cuestión artística es la más compleja, porque se iba a hacer a través de una empresa interpuesta. Por ese motivo falló en Londres, en Ferrara, o en Las Vegas. A pesar de todo eso, nada que decir. No se puede ir en contra de un museo.
El concejal de Cultura, Xavier Marcé, señalaba que el Hermitage –ahora está todo parado por la guerra en Ucrania y el rechazo al gobierno ruso– podía complementar colecciones que aquí no se tienen, por el tipo de arte que conservamos.
Yo he tenido una muy buena relación con Piotrovsky, director del museo en San Petersburgo. Una relación que ahora se ha roto, por la guerra. A esos museos, con los fondos del museo madre, les llaman Sputnik, con eso está todo dicho. Son una vía de ingresos. Pero creo que encaja más en otras ciudades que en Barcelona. Eso no quita que los museos locales se deban internacionalizar. Nosotros lo hacemos, y en pocas semanas tendremos una exposición sobre Turner, tras una colaboración con la Tate Gallery. O hemos colaborado con el Padro para una muestra de Barroco, sobre Carracci, o con el Orsay de París.
¿El MNAC necesita una ley propia como tiene el Prado?
Sí, nos hace falta. Pero es que hemos tenido muy poca continuidad por parte de los responsables de cultura de la Generalitat. En nueve años hemos tenido siete consejeros. Es difícil hacer algo en esas condiciones. Los grandes equipamientos, como el Palacio Barberini, en Roma; la Tate en Londres, o el Prado o el Reina Sofía, disponen de una ley propia que permite la gestión por parte de especialistas y una mejor explotación de la marca. Con más autonomía y con una gestión de la parte comercial más interesante. Y eso es importante, porque si ingresas más, puedes restar dinero público del total de la financiación. El MNAC lo necesita y debo decir que la consejera de Cultura, ahora, está siendo muy receptiva.
Ahora, parece que hay cierta estabilidad.
Hasta ahora, en todo caso, no la había y todo se ha visto afectado, desde la ampliación del museo al marco jurídico. También afecta a la democratización de la gobernanza. Se hace ahora de forma informal, se dialoga con todos, pero de forma informal.
Es decir, que el MNAC o cualquier otro gran museo, no dependa de la personalidad o de la voluntad de su director.
Eso es, que se busque un marco sin que pienses que depende de esa personalidad, o del diálogo que puedas generar. En el patronato, por ejemplo, hay capacidad de influir, pero faltan colectivos en la representatividad. No está el colectivo de la educación, que es muy importante, ni el de los artistas o los vecinos. Esos cambios, además, cuando se produzcan, generarán mucha legitimidad al museo. Por ejemplo, ahora, si se cerrara la Biblioteca Teresa Pàmies, en el Eixample, habría un problema con los vecinos, seguro, que organizarían una manifestación. Si se cierra un museo, no creo que sucediera. Los procesos, sin embargo, son muy lentos.
La ley, ¿se podrá consensuar?
Se ha generado, sí, un gran consenso entre todas las fuerzas políticas. Se interesan y están al tanto de la gestión. La verdad es que no se entiende lo que sucede aquí. En las reuniones que mantenemos de forma frecuente, los 50 museos más grandes del mundo, todos disponen de esa ley menos uno en Hungría y dos más. No puede ser.
Pero el Ayuntamiento de Barcelona se enorgullece este año de que ha logrado, por parte del Gobierno central, un reconocimiento a la bicapitalidad, con recursos para todos los grandes equipamientos culturales.
Y son muy bien recibidos. Nada que decir. Está muy bien que el Ayuntamiento esté en esta línea, porque no son museos solo locales. Debemos conseguir más implicación del Estado de manera estable y permanente. El Estado, a través del Ministerio de Cultura, es la segunda administración en el Patronato, con el 30% del consorcio, por delante del Ayuntamiento y por detrás de la Generalitat. En la medida que puedan, se puede ayudar mucho a hacer fuerte el museo.
¿Debería implicarse más el Ayuntamiento?
La relación es muy buena, pero yo les digo que se lo deben creer más. El museo es de todas las administraciones. No es de la Generalitat. Tenemos 22 museos en red, en Figueres, en Sabadell, en Olot… pero las luces surgen del MNAC y se ven en Barcelona. El concejal Jordi Martí lo tiene claro, pero insisto en que el museo es también de Barcelona. Es de los equipamientos más dinámicos en la ciudad, con relaciones con los vecinos, con el Poble-sec, con las universidades, con el museo de Historia de la ciudad, MUBHA, con el mundo del diseño, con el Picasso, con el Miró, con el Marès. Las administraciones tienden a mantener titularidades claras con los equipamientos, pero yo trabajo con muchos otros, con la Escuela Eina o con el museo episcopal de Vic. Y estaría bien generar, por arriba, un sistema más complejo y único, una especie de comisionado de museos para el país. ¡Porque yo vengo a ver un cuadro, me da igual quién es el titular del equipamiento!
¿Barcelona, a medio plazo, qué modelo debe adoptar?
Creo que el momento actual es clave. Hay muchas cosas en movimiento. Recuerdo ahora que en la exposición sobre Gaudí se veían los planos de la ciudad, y era como una tabla rasa. Güell y él se asocian para hacer muchas obras, enormes, en toda la ciudad. Ahora me parece que podemos estar en un momento similar. Después de un periodo muy dubitativo, después de que Barcelona viviera a partir de grandes eslóganes sobre el diseño y la arquitectura, y después de pasar por un momento muy raro, la apuesta cultural puede ser una de las salidas. Es una ciudad creativa, musical, teatral, y lo tiene todo para ofrecerse al mundo y al público local. Es el momento para establecer una agenda para los próximos 20 años, ambiciosa, de transformación, sin prejuicios. No crecer por crecer, pero crecer para ser la gran ciudad de referencia del Mediterráneo, con una relación privilegiada con el norte. Con la sociedad civil empujando, y el sector público vigilando, pero con una agenda con ganas, sin centrarse solo en el día a día.
¿Falta ambición?
Yo diría que ahora es el momento. Hay muchas oportunidades que generan trabajo. Intuyo años muy buenos. Barcelona tiene el clima, la gastronomía, un urbanismo amable y después de años duros, de pandemia, del atentado de 2017, de la situación política, se puede recuperar el gusto por lo creativo, sin las terrazas extrañas que hemos visto, que no eran Barcelona.
¿Superar el llamado discurso del ‘no’?
Sí, políticamente las disputas son sanas, pero que no las pague la ciudad. Porque se ha hecho daño a la ciudad.
¿Ha habido decadencia?
No, hemos pasado años difíciles. Y lo que ha habido es desorientación. Y es que Barcelona había estado muy bien orientada, con Bohigas, con la idea de que debía haber varios centros de ciudad. Con el Vall d’Hebron, con Nou Barris, con el acceso al mar. Lo estaba tanto, con Pasqual Maragall, que ahora es difícil encontrar de nuevo algo similar. Pero decadencia, para nada. Los de la Tate, en Londres, se pelean ahora por decidir quién viene para organizar la exposición de Turner y quedarse una semana en Barcelona. Yo, admito, soy muy barcelonés, pero repito que pueden venir años muy buenos en Barcelona si se superan los prejuicios. La agenda social debe ser compatible con una nueva transformación. Y, además, hay que señalar que Barcelona ha sido una ciudad saneada, respecto a las cuentas públicas.
¿Realidades como el MOCO ayudan?
Son hábiles y lo hacen muy bien. Es una buena señal de que la ciudad es atractiva, porque estaba en Ámsterdam y el proyecto podría haber ido a otras ciudades. A una ciudad en decadencia no irían. Es una colección privada, es como una galería sin vender. Expone obras de arte y las promociona muy bien. Sales del aeropuerto y te encuentras carteles del MOCO. Se ha instalado, además, en un lugar patrimonial, al lado del Picasso.
El MNAC tiene esa N, Nacional. ¿Es un problema o una ventaja? ¿Qué supone?
El procés no ha ayudado nada al MNAC, Museu Nacional de Catalunya. Pero la realidad es que se ha hecho un esfuerzo importante, con coproducciones con el Museo del Prado, con intercambios con el Reina Sofía y con colaboraciones con el Caixa Fòrum, que nos ha permitido girar obras por toda la geografía española. En el MNAC, hay que recordarlo, está el archivo de la Guerra Civil más importante de España. El pabellón de la República española en París está en el MNAC, salvo el Guernica. Pero el museo todavía es muy desconocido. Entre el 2% y el 3% de los visitantes es del resto de España, muy inferior, por ejemplo, a los visitantes de Estados Unidos, que es del 8%-9%. El visitante tendrá muchas sorpresas, con obras de Velázquez, Tiziano, con arte románico, que es universal y conecta con Constantinopla o con la fundación de Europa; con el modernismo, con Gaudí…. En el momento más álgido del procés, la relación con el resto de equipamientos culturales en España era muy buena. Resulta sorprendente recordarlo ahora. Pero hay que admitir que es difícil dar a conocer todo lo que tenemos, o que se aprecie por el resto de visitantes no locales del conjunto de España.
¿Debería establecerse un ticket cultural entre Madrid y Barcelona?
Se debería ser más ambicioso y arriesgado. También hay una cuestión de medios. Lo pensé con la exposición sobre Banksy. Me pareció bien, con un artista popular. Pero les dije a los responsables municipales que se podía invertir más en lo que ya hacemos. En Sants, para tomar el AVE, por ejemplo, lo que veo son anuncios del Prado. Deberíamos ir a la estación de Atocha y publicitar todo lo que se puede ver en Barcelona: AVE más Gaudí, tantos euros. Y luego ver dónde se puede comer, por ejemplo. La gastronomía en Barcelona es asombrosa, con proyectos que salen de debajo de las piedras.
¿Cuándo acaba el mandato? ¿Renovará?
Antes del verano me vence el contrato. Lo gané por concurso y era por cinco años. Fue en marzo de 2012 y se acababa en 2017. Se renovó algo más tarde y vence a mitad, más o menos, de 2022. Lo que pido es que, si no renuevo, que no me lo digan un día antes. Pero también digo que me veo capaz de seguir, que no paramos de hacer cosas y que, en todo caso, se deberían dejar claras las bases de la ampliación del museo. Yo estoy muy motivado. Realmente, todo está en ebullición en el MNAC.