El presidente del Port de Barcelona, Damià Calvet, se enfrenta al populismo de Colau contra los cruceros. Convergente moderado y pragmático, se ha aliado con el concejal socialista de turismo, Xavier Marcé, para frenar la turismofobia de la alcaldesa. Entre sus estudios, destacan los de arquitectura, lo cual presupone una mente bien amueblada. Hijo de pescadores hecho a sí mismo, ejerció de conseller de Territori i Sostenibilitat. Y fue otro de los damnificados por Laura Borràs cuando se presentó a las primarias de su partido y las perdió frente a ella. Buen negociador, habría encajado en aquella esperanza llamada sociovergencia.
Defensor de la seguridad jurídica en el sector de las navieras y el portuario, su saber y sus datos económicos desmienten a la alcaldesa, que criminaliza a los cruceros porque los considera un símbolo de poder y de riqueza que perjudica a la ciudad. Calvet y Marcé desmienten también la falacia colauita de que los cruceros colapsan el centro de Barcelona con miles de turistas que pasean en grandes grupos. Y, además, contaminan. Las estadísticas, sin embargo, no coinciden para nada con ella, y definen la cruzada de Colau como un intento de ganar votos mediante otra confrontación con los sectores económicos que acusa de ser insensibles ante el medio ambiente.
Partidarios de la autorregulación de los sectores implicados y de aquel “dejar hacer, dejar pasar, el mundo va solo”, que aconsejó el fisiócrata Pierre Samuel du Pont de Nemours, Calvet y Marcé han comprobado que Colau ni hace, ni deja hacer ni sabe a dónde va.