Los números son como las personas, si alguien los tortura adecuadamente acaban diciendo todo lo que queremos escuchar. Esta es una de las tristes experiencias de manejar los datos a nuestro antojo. Lo señalo a manera de ejemplo para clarificar algunos aspectos en uno de los debates que se ha puesto sobre la mesa en Barcelona alrededor de los cruceros y su impacto ecológico y turístico.
El Ayuntamiento y el Puerto firmaron un acuerdo en el año 2018 a partir del cual los cruceros se trasladaban a una nueva bocana y se habilitaban 7 terminales mediante acuerdos comerciales con grandes navieras. El objetivo era claro: reducir el impacto de los cruceros en la zona portuaria más cercana a la ciudad, promover el crucero de puerto base (inicio y final del trayecto en Barcelona) limitando el crucero de tránsito (el que está solo unas pocas horas en la ciudad) y facilitar a corto plazo la conexión con energías no contaminantes. Es a todas luces un buen acuerdo que las partes han cumplido adecuadamente, con los retrasos evidentes provocados por la pandemia, y así lo han entendido otras ciudades que lo han analizado y replicado.
Este acuerdo tiene un impacto positivo sobre los datos estadísticos. Barcelona recibió en el año 2019 a 3,137 millones de cruceristas, de las cuales un 60% fueron de puerto base y un 40% de tránsito. De los 1,8 millones de visitantes en puerto base más de la mitad durmió en hoteles de la ciudad o simplemente no pernoctaron en la misma. Y de los 1,3 millones de cruceristas de transito solo el 35% visitaron Barcelona por libre. El resto, o no salieron del barco o lo hicieron en un excursión organizada por la naviera. A poco que analicemos estos datos observaremos que el impacto del crucerista en la ciudad es muy limitado. Esta tendencia a reducir el crucero de tránsito, además, se incrementará a medida que se vayan construyendo las diferentes terminales.
Muchos de los cruceros funcionan con gas líquido y el puerto mantiene su compromiso para que el uso de energías fósiles desaparezca a partir del año 2026, lo que presupone un impacto ecológico muy reducido a corto plazo.
Ni el crucerista es una realidad unívoca, ni deberíamos contar dos veces a un mismo turista (si duerme en un hotel y tiene a su vez un ticket de crucero), ni presuponer que todos los cruceristas van en manada a Las Ramblas. Los datos deben servir para tomar decisiones, no para para crear disensiones.
Dicho esto. ¿Podemos llegar a la conclusión de que el mundo de los cruceros es perfecto? En absoluto. Hay cuestiones que debemos analizar y entre todas las partes solucionar. En primer lugar, los cruceros están fuertemente estacionalizados, lo cual supone flujos irregulares que dificultan una gestión ordenada y generan percepciones sociales equívocas. Aunque podamos tener un número razonable de cruceros al año, hay temporadas con una elevada concentración. Tampoco hemos resuelto la manera de evitar que el crucerista que visita la ciudad por libre, aunque sean proporcionalmente pocos, tienda a utilizar la Rambla como espacio referencial. Y en tercer lugar, todavía no hemos conseguido que las vinculaciones entre las navieras y los destinos que nos interesa promover tengan un carácter preferencial. Son, en cualquier caso, problemas solucionables a poco que nos centremos en ello.
El crucero es una actividad comercial sujeta a criterios internacionales. No son golondrinas que se mueven por el puerto sino barcos que circulan entre ciudades de diferentes nacionalidades lo que supone normas y ámbitos legislativos de carácter europeo. Los protocolos ecológicos deben cumplirse a escala global y el papel de cada ciudad debe centrarse en mejorar su impacto sobre cada realidad turística.
Se trata de un negocio con un número limitado de agentes, donde no caben intrusismos ni piraterías, lo cual lo convierte en un sector perfectamente habilitado para generar pactos y acuerdos de buena gestión a favor de todos. Este es el camino que debería emprender Barcelona para conseguir que una actividad que genera más de mil millones de euros, que crea más de 10.000 empleos, que se abastece de producto local y que tiene claros y firmes compromisos de tránsito ecológico deje de ser un mantra ideológico para convertirse en un activo positivo para todos sus ciudadanos.