Cuando Tesla no era un coche
Ramón de España se pregunta por qué Tesla, que inventó la corriente alterna y es el nombre que Musk eligió para sus coches, acabó en la ruina olvidado por todos
18 noviembre, 2021 00:00Noticias relacionadas
No conozco a nadie que tenga un Tesla, pero Elon Musk es el hombre más rico del mundo: otro misterio para mí irresoluble. El señor Musk, eso sí, ha contribuido notablemente a que la sociedad recuerde a alguien del que se había olvidado voluntariamente durante décadas: Nikola Tesla (Smiljan, actualmente en Croacia, 1856--Nueva York, 1943), al que se consideraba, en el mejor de los casos, un excéntrico intratable que, pese a su gran talento, se las había apañado muy bien para cabrearse con quien no tenía que hacerlo (principalmente, sus empleadores en distintas etapas de su vida, Edison y Westinghouse) y no había parado hasta acabar arruinado, viviendo en un hotel cutre de Manhattan y tratándose casi exclusivamente con las palomas que se acercaban a la ventana de su cuarto (hasta reconoció haberse enamorado literalmente de una de ellas, un magnífico ejemplar de color blanco al que aseguraba querer como si se tratara de una mujer).
Principal exponente de la figura del sabio loco, Nikola Tesla no consiguió pasar a la historia como Edison o Westinghouse (aunque éste lo hiciera para la mayoría de la gente en forma de frigorífico), y su instalación en la memoria colectiva es bastante reciente y tiene en la compañía automovilística del señor Musk al principal responsable. Ahora, ya todos sabemos que nuestro hombre inventó la corriente alterna, flirteó con la radio (aunque Marconi se llevó el gato al agua), trabajó en los rayos equis, se interesó por la robótica y se adelantó a la computación. Eso sí, la fama de majareta extravagante y despilfarrador (le gustaba vivir en hoteles que solía abandonar dejando unos pufos considerables, aunque tuviese dinero para abonar la cuenta) se le ha quedado para siempre.
CARNE DE FICCIÓN AUDIOVISUAL
Quien quiera saber algo más de este curioso personaje, hará bien en acercarse por el CosmoCaixa de Barcelona y disfrutar de la exposición que se le está dedicando. El tipo lo vale. Hijo de un sacerdote ortodoxo serbio, pasó por Praga, Budapest y París antes de recalar en Estados Unidos en 1884. Instalado en Nueva York y trabajando para Edison, no tardó en hacerse notar por sus inventos, sus rarezas y su tendencia a montar el número (eléctrico) en cuanta oportunidad se le ponía a tiro. Pese a ser, principalmente, un científico (aunque sus estudios de ingeniería eléctrica no los concluyó en ninguna de las universidades por las que pasó), Tesla también fue lo que hoy consideraríamos una celebrity (como su admirador Elon Musk). Su carácter difícil hizo de él un negado para el medro y siempre consiguió indisponerse con quien iba a financiar sus ideas (algunas de las cuales, todo hay que decirlo, eran chaladuras imposibles de llevar a la práctica).
Pese a su indudable talento, se echó encima una fama de mentiroso, quimérico y fantasioso que no lo ayudó mucho a prosperar en la vida (aunque no le impidió hacer amistad con Mark Twain, por ejemplo). Básicamente, hoy lo recordamos como el hombre que lo inventó todo y no se benefició de nada. No han quedado ni los planos de sus ingenios porque nunca dibujó ninguno de ellos: con su memoria fotográfica, iba que chutaba y pasaba del cerebro a la realidad sin pasos intermedios (aunque a veces ayudado por las visiones que le asaltaban desde la infancia). Fanático de la ciencia, pero incapaz de poner un poco de orden en su prolífico y errático cerebro, acabó en la ruina, y la sociedad, que tanto le había reído las gracias en su momento, se olvidó de él, aunque se le deban un montón de cosas fundamentales en nuestra vida cotidiana que solemos dar por hechas, como si se hubieran inventado solas.
Personaje ideal para todo tipo de fabulaciones, Nikola Tesla ha acabado convertido en carne de ficción audiovisual. Michael Almereyda le dedicó hace unos pocos años una biopic protagonizada por Ethan Hawke. Antes de eso, Christopher Nolan le dio un papel secundario en The prestige (El truco final), otorgándole el rostro y el tronío del mismísimo David Bowie. Si le hubiera dado por ser malo, Tesla habría estado a la altura del doctor FuManchú y de los villanos de las películas de James Bond, pero solo era un hombre con la cabeza llena de ideas que nunca supo rentabilizar (otros lo hicieron en su lugar) y al que se toma en serio desde hace relativamente poco tiempo. De ahí la pertinencia de la muestra que estos días le dedica CosmoCaixa.