La escritora mexicana Elena Garro

La escritora mexicana Elena Garro

Vivir en Barcelona

Elena Garro bajo las bombas en la Barcelona de 1937

La escritora mexicana, que fue esposa de Octavio Paz, recrimina el sufrimiento que causan las ideologías en una Barcelona bélica

25 septiembre, 2022 00:00

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La escritora Elena Garro (1916-1998), de padre asturiano y madre mexicana, visitó por primera vez Barcelona en 1937, en plena guerra civil. Aún no había publicado nada y sólo era conocida por ser actriz, coreógrafa y bailarina, y por haberse casado jovencísima con Octavio Paz, activo poeta de izquierdas en aquellos convulsos años. Sin embargo, Garro ya destacaba en su juventud por su pública heterodoxia. En la década de los treinta era habitual que se pusiese pantalones para salir a la calle, con el escándalo consiguiente. En 1941 se hizo pasar por una menor delincuente para elaborar un reportaje sobre el método “correccional” que se les aplicaba a las jóvenes. A fines de los cincuenta se separó de Octavio Paz, otro escándalo en el México de entonces.

Narradora, poeta, dramaturga, ensayista, memorialista, periodista, Elena Garro fue una de las escritoras mexicanas más controvertidas del siglo XX, amada por muchos y odiada por tantos otros. Entre sus obras sobresalen, por la calidad y belleza de su lenguaje, Los recuerdos del porvenir (su primera gran novela, precursora del realismo mágico), La semana de colores y La culpa es de los tlaxcaltecas. Se suman extraordinarias obras de teatro, como Felipe Ángeles, Los perros, El rastro, y unas Memorias de España 1937, originales y muy críticas con su tiempo y sus compañeros de viaje. Publicada por primera vez en 1992, esta última obra es una vacuna contra el dogmatismo de la izquierda estalinista, que tanto marcó el bando republicano durante la guerra civil y a buena parte del exilio español. En sus páginas, Garro reconoce que era una joven de apenas veintiún años, a la que sus acompañantes señalaban como pequeñoburguesa, insensata, inmadura o traidora.

“El viaje a España fue feliz. Yo, sin saber cómo ni por qué, iba a un Congreso de Intelectuales Antifascistas, aunque yo no era anti nada, ni intelectual tampoco, sólo era estudiante y coreógrafa universitaria”.  Este breve párrafo resume muy bien el tono de las Memorias y la libertad con las que ella relata aquella visita: “La lucha en España era feroz, como lo era en esos días en la Unión Soviética, aunque yo ignoraba esas luchas y los escritores hablaban en voz baja y en clave de lo que sucedía en política”. Al II Congreso Internacional de la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura Española, celebrado en Madrid, Barcelona y Valencia en 1937, acudieron invitados tres escritores mexicanos: Octavio Paz, José Mancisidor, y Carlos Pellicer, enviados por la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR). Además de la consorte Garro, se sumaron varios espontáneos mexicanos: Silvestre Revueltas, Juan de la Cabada, Fernando Gamboa, Chávez Morado y María Luisa Vera. Para algunos historiadores, más que un congreso de intelectuales fue una suerte de “turismo revolucionario”, patrocinado por el Partido Comunista, las Memorias de Garro son un testimonio en ese sentido.

Elena Garro y Octavio Paz

Elena Garro y Octavio Paz

Llegaron en barco a Francia en mayo, y después de pasar unos días en París marcharon a la frontera: “Al oscurecer tomamos el tren para ir a España. Paz quiso dejar el equipaje en el hotel lleno de chinches … “No llevamos ropa. Vamos a un país que sufre...”, decretó. Y sólo cogí́ dos vestidos de hilo. A mí empezaban a hartarme tantas órdenes”. En el vagón coincidieron con André Malraux, André Chamson, Nicolás Guillén, José Mancisidor y Juan Marinello, entre otros. El viaje fue muy duro: “pasamos una noche de perros, sin dormir, sin agua, sucios y cansados”. Antes de llegar al control aduanero, se dividieron en dos grupos, uno encabezado por Malraux atravesó a pie la montaña; el segundo, donde estaban Paz y Garro, tomaron “un trenecito viejo, cruzamos un túnel y aparecimos en Port Bou. Allí́ una comisión oficial del pueblo nos llevó a la playa”.

Subidos en un automóvil marcharon al día siguiente hacia Barcelona, y a Elena le sorprendió la enorme cantidad de coches accidentados en la cuneta: “Pregunté a qué se debían tantos accidentes: “Mira, camarada, es que los camaradas no sabían conducir y se lanzaban como locos sobre los automóviles y naturalmente sufrían accidentes”. Después de un día muy fatigoso llegaron por la tarde a la capital catalana. Su impresión fue “terrible”: “Era como si una capa de plomo pesara sobre ella, plomo ardiente, pues además hacía mucho calor. Las ramas de los árboles estaban rotas y las calles casi desiertas. El ambiente era pesado, trágico, me dio miedo, nunca había visitado una ciudad como ésa”.

LA PLAZA DE LA REPÚBLICA

Se hospedaron en el hotel Majestic, en el Paseo de Gràcia, y de nuevo Garro percibió la cara más nefasta de la guerra: “Me asomé a la ventana, no había tropas victoriosas, solo un silencio tristísimo. Quise irme en seguida de España. “Me quiero ir a mi casa”, le dije a Octavio Paz. Este se indignó́ ante mi estupidez: “¡No sé por qué te traje!”, dijo. Yo tampoco lo sabía, ni lo sé hasta el día de hoy”. El paseo fue breve: “por la noche nos llevaron a la Plaza de la República, frente a la Telefónica”. Y al día siguiente marcharon a Valencia y días más tarde visitaron Madrid.

El congreso de los intelectuales para la defensa de la cultura

El congreso de los intelectuales para la defensa de la cultura

En la capital de España tuvo un pálpito extraño que le recordó su breve estancia en Barcelona. Un oficial soviético que los acompañaba, Daniel Zozolashvili, le regaló una enorme muñeca Lencci, vestida de ucraniana, y ella se preguntó: “¿Cómo supo que en Barcelona, en el Paseo de Gràcia, yo había descubierto una pequeña tienda de lujo en donde vendían esas muñecas? ¿Y cómo supo que Paz se negó́ rotundamente a comprarme una, aunque fuera la más chiquita?”.

De vuelta de Madrid y previo paso por Valencia, donde se clausuró el Congreso, retornaron a Barcelona. Asistió a un concierto de Pau Casals presidido por Companys, que les invitó a estar a su lado unos momentos: “Era pálido, rubio y con una sonrisa extraña”. Se dedicaron a asistir a mítines y a pasear por las Ramblas. Una vez más entraron en el edificio de Telefónica “que continuaba siendo un centro de atracción y de la cual se hablaba siempre en voz baja. Yo estaba aburrida de ese edificio y de examinarlo”. La batalla de mayo de 1937 entre anarquistas y comunistas en los alrededores y por el control del edificio seguía siendo tema de conversación: “hablaban sin cesar de aquel combate que yo no terminaba de entender”.

EL VERMOUTH DEL CAFÉ LE LION D'OR

Para ella, el ambiente guerracivilista en el seno del republicanismo barcelonés se resumía en persecuciones y en silencios: “En España nada era claro, todo se decía a medias palabras y a media voz, para los entendidos. Y se prohibía preguntar”. Durante estos días de “turismo revolucionario” siempre estuvieron acompañados por soviéticos o por españoles con estrechos vínculos con los rusos, como una tal Lolita Cadenato y un tal Güell. En unos esos paseos se acercaron a visitar la Sagrada Familia. Su impresión ante la decoración gaudiniana fue sincera: “las zanahorias y coliflores de sus torres me parecieron un Walt Disney de mal gusto y lo dije. “¡Si serás gansa!”, me dijo Lolita y ya no pregunté por qué no tenía techo”.

Para Garro el mejor ambiente en Barcelona se encontraba en el café Le Lion D’Or, donde “se bebía vermouth y la gente se reía”. Con Lolita y Güell también visitaron el Paral·lel y el Barrio Chino: “Imaginaba algo parecido a Shanghái, aunque solo había visto esa ciudad en el cine. ¡No! El Barrio Chino eran unas callecitas mal trazadas con tiendas oscuras en las que se vendían objetos feos y amenazadores”. En una de sus calles les abordaron unas mujeres: “¿Tenéis carnet? No... ¿de qué?, pregunté. De puta. ¿No sabes que están sindicalizadas?”, dijo Güell, echándose a reír”. Las noches barcelonesas eran tan oscuras que Garro recordó la dificultad que tuvieron para encontrar el hotel: “Tropezábamos con los árboles, nos perdíamos y al final muchas veces lloré de miedo”.

Memorias España 1937 de Elena Garro

Memorias España 1937 de Elena Garro

Duró pocos días aquella estancia en la Barcelona bélica, lo suficiente para ser testigos de durísimos bombardeos: “Me creía inmunizada al miedo, pero esa noche, acurrucada en las escaleras del hotel catalán, me pareció́ eterna y terrible”. Las bombas destrozaron su querido Le Lion D’Or y una escuela de niños: “caían con un estruendo inusitado y todos teníamos la convicción de que no existía ningún alivio”.

Elena Garro sólo encontró la tranquilidad cuando atravesó la frontera con Francia, vestida con unos pantalones, una boina y un jersey que le había prestado León Felipe. Los últimos milicianos españoles la despidieron con un “¡Suerte, muchacho!, y me dieron unas palmadas en la espalda que a poco me derriban bocabajo. No quise decirles que era muchacha... Me dieron ¡tanta pena!... España quedó atrás”. Consiguieron alojarse en un hotelito con calefacción y tomaron un chocolate caliente con tostadas, pero el poeta español -recordó Garro- estaba triste y pálido, y le preguntó: “¿Qué pasa, León Felipe? - Me duele España, chiquilla, me duele... También a mí me dolía...”. Para la escritora mexicana “ninguna ideología valía la pena de aquellos sufrimientos”.