Picasso-Miró: ¿Vibra Barcelona con sus mejores exposiciones?
En Barcelona se organizan magníficas muestras que pierden impacto social porque el público sufre, con demasiada frecuencia, en otros eventos, la experiencia de encontrarse ideas donde debería haber obras de arte
11 noviembre, 2023 23:30Desde finales de octubre podemos disfrutar en la ciudad de una excelente doble exposición que, en la despedida de este año Picasso, organizan su museo y la Fundación Joan Miró. Entre ambas sedes han reunido 255 obras con objeto de ilustrar la complicidad que existió entre los artistas en muchos puntos de su carrera.
No faltan, además, los préstamos internacionales, para disuadir a quienes se sientan tentados a dejar para mañana lo que pueden hacer hoy, a riesgo de perdérselos. De la Tate Modern viene Las tres bailarinas (La danza), de Picasso y de la National Gallery de Washington La Masía, de Miró. Veremos también piezas del Museo Picasso de París, el Centro Pompidou, el MoMA de Nueva York, el Instituto de Arte de Chicago, el Museo de Israel y varias fundaciones privadas.
Sería de esperar que la convocatoria produjese en Barcelona algo del ruido que, sin ir más lejos, están armado en Lovaina la muestra del gran primitivo flamenco Dieric Bouts y en Amberes la dedicada al género del retrato, por mencionar dos casos que tienen lugar de manera simultánea. Es cierto que el tamaño de la ciudad hace más fácil que cualquier acontecimiento se diluya, aun con buenas cifras de asistencia. También, sin embargo, podríamos verlo a la inversa: los eventos culturales son un motivo para la celebración colectiva que aquí no siempre, ni con el impulso del turismo, alcanza el potencial que debería.
¿Por qué, en general, existe la sensación en el sector de que declina la repercusión social de las exposiciones de calidad? La respuesta podría darla una búsqueda rápida de lo que encontramos en cartel estos días (no muy diferente, aunque sí en proporciones bastante variables, de lo que veríamos en otros centros de cultura por todo el mundo). Hay varias muestras sobre descolonización. Una acerca de la espiritualidad laica de la clase popular. Dos sobre figuras marxistas de la posguerra europea. Un sinfín de cursos, proyecciones y actuaciones sobre curaduría radical, islamofobia y colapso climático. Más exposiciones en torno a la geopolítica contemporánea, la migración y otra vez "las complejas historias del colonialismo" y "el perspectivismo amerindio". Etcétera.
Por primera vez contamos con los recursos y la capacidad, no solo en la ciudad sino en el planeta, para poner al alcance de todos el patrimonio común y dar a la cultura una dimensión mayor de la que ha tenido nunca. Parte de las élites que la gestionan prefieren dedicarse, sin embargo, a otros menesteres. La cultura no pierde volumen por su causa pero sí pierde peso y, sobre todo, una enorme oportunidad, la de crecer de manera exponencial siguiendo el ritmo de una sociedad cada vez mejor formada, en lugar de hacerlo por debajo de sus posibilidades.
Las ideas que nos proponen esas élites, dice el politólogo Yascha Mounk en La trampa de la identidad, basadas en el posmodernismo, el poscolonialismo y la teoría crítica racial, se separan radicalmente de la izquierda de siempre y dejan el verdadero progresismo desarmado entre populismos de signos opuestos.
Desde la última gran guerra europea, en el continente han dominado tendencias socialdemócratas o liberales moderadas. Entre ambos crearon el estado social. Tenían los principios y sabían poner la voluntad y los medios. Su política consistía en dar al público acceso a la cultura allí donde todavía era coto privado de unos pocos. Construyeron auditorios, museos, bibliotecas, crearon conservatorios y dieron estudios superiores a quienes no podían costeárselos. Aquí, aunque con retraso, se hizo lo mismo. Después, a partir de cierto punto, unos y otros prefirieron dejar que una casta ideologizada gestionara esa herencia según las modas más superficiales del prêt-à-porter intelectual, con efectos devastadores para todos (incluidos los propios partidos tradicionales, arrinconados como última consecuencia en gobiernos minoritarios o en la oposición).
ACONTECIMIENTO CIUDADANO
En Barcelona tenemos un buen ejemplo del traspaso de funciones. Sin un museo de creación contemporánea donde exponer una variedad de lo que se produce actualmente, sea en pintura o en nuevos medios, porque en el que hay nada más interesa un tipo de arte, difícilmente se va a generar entusiasmo. Cualquiera que viese en la Fundación Thyssen madrileña la videoinstalación The Visitors, del islandés Ragnar Kjartansson (saludada por la crítica como uno de los hitos del nuevo siglo), o haya coincidido en otras ciudades con exposiciones de pintoras como Ellen Gallagher o Cecily Brown, por poner nada más unos cuantos ejemplos, sabe la capacidad de contagio que puede tener lo nuevo si se le da la oportunidad.
La misión del programador es compartir, no imponer la cultura. Debe tener en mente que el público va por gusto a los museos, las salas de concierto y los teatros. No hay motivo para comparar las cifras solo con las pasadas y conformarse con arañar unas décimas, sino que necesitamos preguntarnos por qué el interés no aumenta de manera proporcional, pongamos, a parámetros como el crecimiento de los titulados superiores.
En cuanto los responsables políticos recuerden los que en teoría son sus propios principios (pluralismo, igualdad en el acceso a la cultura sin importar la clase o el origen, promoción del talento), no solo acudirá el público en números crecientes a exposiciones como esta de Picasso y Miró, sino que las convertirán otra vez en acontecimiento ciudadano.