La nostalgia es un error o la nueva 'Casa Leopoldo'
Recuperar establecimientos que ya cerraron no tiene ningún sentido, porque no se puede revivir un estado mental, el que se sentía en Casa Leopoldo con Rosa Gil, el lugar predilecto de Vázquez Montalbán y de su Pepe Carvalho
24 febrero, 2024 23:30'La nostalgia es un error'. El título de esta crónica no es mío: lo usó José Luís de Vilallonga para uno de sus libros de memorias. Pero también es, o a mí me lo parece, una afirmación incontrovertible. Puestos a elegir algún tipo de nostalgia, uno prefiere la que algunos sentimos por épocas no vividas y lugares jamás visitados. En el terreno de la restauración, conservar el nombre de establecimientos que tuvieron algún componente sentimental a añadir al papeo me parece un timo y una manera falsa de intentar preservar lo mejor o más entrañable de nuestro pasado.
Viene a cuento este exordio de la próxima apertura de una nueva versión de Casa Leopoldo, el restaurante de la calle San Rafael (en pleno Raval, o sea, el Barrio Chino de toda la vida de Dios) que fundó en 1929, año de la Exposición Internacional, Leopoldo Gil y que heredó su hija, Rosa, auténtica alma de la fiesta y alegría de la huerta hasta que traspasó el establecimiento en el ya lejano 2015. Desde entonces, ha habido varios intentos (incluido un restaurante chino) de exhumar al difunto, todos fracasados. Ahora se nos dice que la nueva versión será de la mayor fidelidad posible al original, pero eso, ¿a quién le importa? A mí no, desde luego, ya que Casa Leopoldo fue tanto un restaurante como un estado mental, y los estados mentales son muy difíciles de reproducir, sobre todo si las personas que contribuían a él ya no están entre nosotros. En cierta medida, llamar Casa Leopoldo a un restaurante nuevo me parece, casi, una falta de respeto al local y a quienes lo frecuentamos en tiempos pasados. Nada en contra de las nuevas casas de comidas, pero, por favor, que no se hagan pasar por lo que no son.
Una Casa Leopoldo sin la adorable Rosa Gil no es la genuina Casa Leopoldo que tanto frecuentó uno en los años 90, cuando almorzaba cada semana con una pandilla de colegas de la prensa y saludaba a los muchos conocidos que se encontraba en las mesas adyacentes. La auténtica Casa Leopoldo es la de las novelas de Manuel Vázquez Montalbán (cuyo personaje, Pepe Carvalho, era adicto a los guisotes del lugar) y Carlos Ruiz Zafón. O la que visitaba el injustamente olvidado escritor francés André Pieyre de Mandiargues cuando rondaba por las malas calles del Barrio Chino barcelonés. La auténtica Casa Leopoldo consistía en observar los azulejos con motivos taurinos mientras zampabas (Rosa era la viuda de un torero portugués), que sobrevivieron a la absurda prohibición de la tauromaquia en nuestra ciudad (como solía decir Rosa, “si ya se está muriendo sola, ¿por qué no la dejan en paz?”). La auténtica Casa Leopoldo está conservada en el ámbar de la memoria de quienes la visitamos y disfrutamos. Por muy bien que esté el remake que se inaugurará el mes que viene, no tendrá nada que ver con el original, pues carecerá de su componente sentimental. De ahí que hubiese sido mejor rebautizarlo como mejor les pareciera a sus nuevos responsables. La auténtica Casa Leopoldo está muerta y enterrada y solo pervive en la memoria de algunos que tampoco tardaremos mucho en estar muertos y enterrados.
Algo parecido puede decirse del nuevo Bauma (Lauria esquina Diagonal). Sí, está más limpio que el original. Y se come mejor. Pero, aunque conserve el nombre, es otro local, también por motivos sentimentales: yo viví al lado durante un par de años y lo tuve de cuartel general en el que, a veces, me pasaba el día, llegando a desayunar, comer, cenar e inflarme a copas en la misma jornada. Las conversaciones mantenidas durante años son un patrimonio inmaterial que dejó de regir cuando el Bauma original -con su aspecto anticuado, su discutible comida y su aire de último café- pasó a mejor vida. Por muy bien que esté el nuevo Bauma, nunca será el auténtico Bauma, que se fue para no volver.
No hay que hacer un drama de la desaparición de sitios como el Bauma y Casa Leopoldo, pero tampoco hace falta tratar (inútilmente) de devolverlos a la vida. Nuevos locales, nuevos nombres. Es ley de vida y no pasa nada. Pero que nos ahorren la nostalgia, por favor, que es un sentimiento personal y, probablemente, un error, como aseguraba el difunto marqués de Castellvell.