La muerte de la reina Isabel II ha sacudido al mundo entero. La noticia corrió como la pólvora y se hizo viral en medios de todo tipo. Desde las redes hasta los telediarios de medio mundo la noticia fue comentada durante horas. De hecho, esa misma noche, al entrar a una conocida tertulia radiofónica tuve que opinar sobre las supuestas implicaciones de la muerte de una reina que, más allá de su componente mainstream, carece de competencias para desencadenar ningún tipo de problema político más allá del rechazo popular que despierta su heredero.
Y…¿por qué en una tertulia de Barcelona acabamos hablando de la muerte de la reina de un país extranjero? Probablemente por lo que Antonio Gramsci llamaba hegemonía cultural. Porque el trabajo sostenido en el tiempo de las clases dirigentes inglesas han dado su fruto en prácticamente todos los rincones del mundo. Porque se ha trabajado a la perfección la imagen de la familia real británica (o al menos la de la reina Isabel) hasta el punto en que medio mundo la ha ubicado como un fenómeno pop.
El bombardeo mediático sobre la imagen de la reina de Inglaterra ha conseguido unos asombrosos niveles de éxito. Entre documentales, fotografías medidas y series de Netflix la reina Isabel consiguió unos sorprendentes índices de popularidad entre sus súbditos (que la mantenían) y entre los extranjeros que parecían venerarla.
Y digo esto porque su muerte ha provocado reacciones institucionales que van más allá de la reacción que podríamos esperar por la muerte de un famoso cualquiera.
Es cierto que la historia colonizadora de los ingleses ha hecho que Isabel II no sólo reinara en Reino Unido sino que además fuera la jefa de Estado de otros 14 países de la Mancomunidad de Naciones, más conocida como la Commonwealth (Antigua y Barbuda, Australia, las Bahamas, Belice, Canadá, Granada, Jamaica, Nueva Zelanda, Papúa Nueva Guinea, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, las Islas Salomón y Tuvalu). Pese a que las reacciones de los distintos países han sido diferentes, tiene cierto sentido que haya reacciones oficiales de los países en los que era Jefa de Estado.
Lo sorprendente aparece cuando son otros los países que se suman a un luto difícil de entender.
El presidente de Brasil (del que por cierto ya he escrito en más de una ocasión) escribió un tuit dirigido a todos los brasileños y brasileñas diciendo: “En esta triste fecha para el mundo, decretamos tres días de luto oficial e invitamos a todo el pueblo brasileño a rendir homenaje a la Reina Isabel II”. El presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, en la misma línia decretó en toda la isla el duelo oficial por la muerte de Isabel II. Hasta en el Líbano o Emiratos Árabes unidos se han dedicado días al luto por la muerte de la reina.
Quizá alguno considera que, a nivel internacional, las muestras de respeto por la líder de un país como Reino Unido tienen sentido. A mi me cuesta seguir este razonamiento teniendo en cuenta que considero que los días de luto más que muestra de respeto tienen que ver con rendir honores, pero…¿tiene sentido hacerlo a nivel autonómico o municipal?
Isabel Díaz Ayuso y Juanma Moreno han considerado que sí, y ambos han decretado días de luto oficial en sus comunidades.
Aprovechar políticamente la muerte de un jefe de estado de otro país con fines netamente electorales es un error de libro. Es electoralismo barato. Es tratar de sumarse a una ola simplemente porque consideras que un buen número de gente ha empatizado con un hecho concreto. Eso ni es decoro institucional ni es hacer política. Es hacer propaganda.
En lugar de hacer políticas serias en favor de sus ciudadanos hay quienes deciden apuntarse a todo aquello que goce de cierta aceptación en las redes sociales. Se suman a todo aquello que encaja con la hegemonía cultural del momento con el convencimiento de que puede mantenerlos en sus dichosos índices de popularidad.
El luto es un honor que probablemente no merece el líder de un país que ha abandonado Europa y con el que todavía a día de hoy mantenemos un conflicto abierto del que poco se habla por más que la ONU no haya tenido reparo en definirlo con todas las letras.
Cosa muy diferente es transmitir tus condolencias como hizo el primer teniente de alcalde de nuestra ciudad yendo a firmar el libro de condolencias del consulado británico en Barcelona. No podemos permitirnos perder el norte constantemente dejándonos llevar por la dictadura de las redes.