Barcelona se ha erigido en los últimos años como una de las llamadas “nuevas ciudades globales”. La ciudad, además de ser un destino de referencia situado en el Top10 mundial por sus activos turísticos, económicos, culturales o deportivos, se ha situado en la última década como un lugar de referencia  en las nuevas cadenas de valor de la economía digital. La pandemia del coronavirus golpeó de forma importante la economía de la ciudad, pero la recuperación ha sido rápida y vigorosa. Los datos muestran que la ciudad y su tejido económico y productivo han cogido velocidad de crucero con un crecimiento del 5,1% del PIB interanual en los últimos trimestres de 2022 superando claramente la media de la UE (2,4%). En términos de generación de empleo, Barcelona cerró el 2022 con 1.183.473 personas afiliadas a la Seguridad Social, 39.340 personas y un 3,4% más que el año anterior, lo que supone la cifra más alta en un diciembre de la serie histórica. Por su parte, la contratación indefinida ha alcanzado cifras históricas y somos la ciudad española de más 500.000 habitantes con menor nivel de desempleo.

Sin embargo, a pesar de los importantes activos con los que cuenta la ciudad, se ha instalado una cierta percepción interna que cuestiona su posición de vanguardia y liderazgo. Es verdad que los acontecimientos de los últimos años, y sobre todo la polarización política entorno a la figura de la Alcaldesa o los lamentables acontecimientos entorno a el procés independentista, han tenido un impacto negativo en la imagen interna y externa de Barcelona. Pero analizando los datos del posicionamiento de la ciudad en los diferentes rankings internacionales de todo tipo durante la última década, podemos concluir que Barcelona es una ciudad y una marca altamente resiliente y goza de una buena reputación internacional. Uno de ellos, a modo de ejemplo, es el posicionamiento entre las 20 ciudades con mayor competitividad global por segunda vez desde el año 2016 según el informe Global Power City Index 2022, uno de los rankings más prestigiosos y sólidos.

Debemos ser conscientes que en el mundo de hoy las emociones y las percepciones suelen impactar más que los datos, y Barcelona es una de esas ciudades altamente emocionales. Lo es por su condición mediterránea, en el que las pasiones forman parte de la identidad de una región dinámica y compleja. Pero lo es por partida doble porque se han roto los consensos internos sobre el modelo de ciudad polarizando prácticamente todos los debates relevantes de ciudad cuando el consenso ha sido una de sus señas de identidad de nuestra época contemporánea y más brillante. Una dinámica que nos ha hecho perder oportunidades y es un lastre para la construcción de nuevas coherencias en un mundo que nos interpela a reinterpretar la ciudad con una mirada nueva, competitiva, sostenible e integradora.

Las ciudades se han convertido en uno de los principales actores de la economía global y serán protagonistas de la construcción de la nueva gobernanza política, económica y social del futuro. Barcelona debe reconstruir los consensos internos sobre un nuevo liderazgo institucional y colectivo que, desde el respeto de la pluralidad, la diferencia y la lealtad institucional, integre las diferentes sensibilidades y nos impulse para continuar proyectándonos como una ciudad dinámica y referente en el mundo con grandes proyectos transformadores de presente y de futuro. Tenemos una ciudad fantástica, inspiradora, que atrae y genera talento y que cuenta con herramientas y recursos para proyectarnos en el mundo con fuerza, audacia y consistencia.

Barcelona puede y debe ser una ciudad global de referencia no tanto por su tamaño demográfico o por su peso económico, sino por su capacidad de liderar procesos, inspirar a otros, atraer talento y tejer complicidades y conexiones de calidad a lo largo y ancho del mundo. Para ello, debemos generar nuevas narrativas innovadoras, progresistas e inclusivas que, alejadas de posiciones maximalistas o de las figuras polarizantes de los últimos años, nos permita proyectarnos como una ciudad global reconocida y reconocible apoyada en una triple conectividad. Por un lado, la conectividad física (interconexiones e infraestructuras de calidad). Por otro, la conectividad económica (estar en el centro de las nuevas cadenas de valor global). Y en tercer lugar, una conectividad emocional (proyectar los valores e identidad de una ciudad abierta, diversa y plural) tanto con el resto de España como con el mundo.

Y es justamente en el terreno de las emociones donde se juega en buena parte el futuro de la ciudad. Desde un punto de vista económico la ciudad está bien encarrilada, pero desde un punto de vista político tenemos algunos riesgos que gestionar ante una ciudad políticamente muy emocional. Las emociones son la nueva energía que mueve el mundo, y científicos como el neurólogo de origen portugués António Damásio, autor de numerosos libros sobre el impacto de las emociones, nos explicaba en El error de Descartes cómo las personas no somos racionales como nos enseñaron en la escuela, sino tomamos decisiones condicionados por la emoción. Damásio acuñó el término de “la huella somática”, mecanismo mediante el cual las emociones guían --o sesgan-- el comportamiento y la toma de decisiones de las personas en el que la racionalidad requiere una buena aportación emocional.

Sabemos que el universo de la política, y particularmente de la comunicación política y su impacto en el cerebro político de las personas es fundamentalmente emocional y tienen un impacto enorme en nuestro comportamiento cívico-político. Las emociones son la materia prima de la política, incluso más que las acciones, que se centran en dos emociones básicas, el miedo y el entusiasmo, por eso las campañas electorales suelen dirimirse bajo la dicotomía continuidad o cambio. Pero atención, una  sociedad con las emociones desbordadas es una sociedad difícilmente gobernable. En pocas semanas Barcelona elegirá un nuevo consistorio que debe alumbrar un nuevo equipo de gobierno. Sería deseable recuperar las dosis adecuadas de emoción para reconstruir complicidades, objetivos y proyectos compartidos y reconstruir la confianza entre el trinomio instituciones, sector privado y sociedad civil para proyectarnos con fuerza hacia el futuro como ciudad competitiva, sostenible y equitativa. Barcelona debe seguir siendo la ciudad de las emociones, “ma non troppo”.

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Pau Solanilla es Comisionado de Promoción de Ciudad del Ayuntamiento de Barcelona y director de la Fundació Rafael Campalans.