La Sala Oval del Museu d’Art Nacional de Catalunya (MNAC) fue escenario este domingo de un hito histórico sólo apto para la distópica política catalana. El jefe de estado, Felipe VI, fue recibido por el presidente de la Generalitat y el alcalde de Barcelona a su llegada a la cena inaugural del Mobile World Congress (MWC).

Nadie se escondió tras los cortinajes que visten el vestíbulo del MNAC en estas ocasiones para evitar saludar al Rey, con el que después compartían mesa y mantel, como venía sucediendo en los últimos años. Normalidad absoluta. La foto fija de la normalización política impuesta por los socialistas en Cataluña, a un lado y otro de la Plaza Sant Jaume.

Tan normal todo, que el president Salvador Illa pudo darse el gusto de presentarse, presentarnos, como un ejemplo de política colaborativa frente a los nuevos modos y maneras impulsados por Donald Trump. ¡Qué cosas! ¿Quién se acuerda ya de que tuvimos un president como Quim Torra, que hizo del desplante y la mala educación su marca personal?

¿O una alcaldesa como Ada Colau, siempre dispuesta a corear esos desplantes? Antes muerta que convencional, debía pensar Colau cada vez que Torra, o Pere Aragonès, anunciaban una nueva cobra al Rey.

Horas después, el Rey era recibido en el estand de Catalunya del MWC por el presidente de la Generalitat, algo que no ocurría desde 2017, cuando Carles Puigdemont y Oriol Junqueras agasajaron a Felipe VI y la entonces vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría.

Eran los tiempos de la ‘Operación Diálogo’ con la que la vicepresidenta intentaba aplacar a los independentistas. Una política de apaciguamiento que se demostró tan inútil como todos sus precedentes históricos.

Ocho años después, el Mobile sigue en Barcelona con unas previsiones de 100.000 visitantes y un impacto económico superior a los 500 millones de euros. Atrás quedan los tiempos en que Núria Marin se empleaba a fondo para ocupar el espacio dejado por Colau y se lleva de tapas a John Hoffman -director de la GSMA, patronal mundial de los móviles y organizadora del MWC- para convencerle de las bondades que Barcelona -y l’Hospitalet- tienen que ofrecer a la mayor feria tecnológica del mundo.

El MWC ha sobrevivido al procés. No lo consiguió la candidatura de Barcelona a la Agencia Europea del Medicamento, pese a la apuesta estratégica de la capital catalana por la industria biomédica.

Barcelona es sede de farmacéuticas y hogar de hospitales públicos y privados que aspiran a ser punteros en su ámbito, con especialidades tan poco vistosas como lucrativas entre las que destacan las clínicas de fertilidad o la oftalmología de altos vuelos. Un ecosistema que la agencia europea hubiera hecho crecer exponencialmente. Pero ‘teníem a tocar’ la independencia y los aburridos burócratas europeos no supieron valorar las insospechadas oportunidades de diversión que eso conllevaba.

Con contrato hasta 2030, Salvador Illa auguraba este lunes que el MWC seguirá en Barcelona si las instituciones “siguen haciendo bien las cosas”. El president, siempre discreto, se permitió esta vez desvelar el contenido de las conversaciones en la cena de bienvenida del domingo para asegurar que los organizadores del Mobile loan la capacidad de la ciudad para acoger un evento de la complejidad logística del MWC.

Barcelona es capaz de superar con nota el reto logístico, aunque después en el ámbito político haya puesto en más de un aprieto a los organizadores. Felizmente, ahora ya solo protestan los taxistas, o en su defecto los conductores de VTC. Nos gustará más o menos, nos parecerá más o menos oportunista, pero se trata de sectores económicos en guerra abierta por su supervivencia y es lógico que jueguen sus cartas en el momento de mayor impacto.

Ellos sí tienen derecho a defender intereses particulares. Los responsables institucionales no.

Cataluña y Barcelona, o más bien sus líderes políticos, han jugado con fuego en los últimos años. Parece que sus dirigentes actuales tienen claro que se nos ha agotado el crédito y ya no podemos perder más oportunidades.

Por cierto, reclamar a una entidad privada como la GSMA que imponga un veto a las empresas participantes por su origen -concretamente a las israelís- como hacen algunos dirigentes políticos estos días, no va precisamente en esa línea de apostar por el sentido común.