Hace ya muchos años, cuando Felipe González vivía una etapa de plena creatividad, dijo que prefería el riesgo de ser acuchillado a las 10 de la noche en el metro de Nueva York que la certeza de 30 años de vida segura y tranquila en Moscú.

Era más una diatriba contra el comunismo que una reflexión sobre la seguridad en las calles, pero causó un gran impacto: fue el primer izquierdista español que, además de poner sobre la mesa la disyuntiva entre seguridad y libertad, cuestionaba los logros del régimen soviético y apostaba abiertamente por el modelo capitalista. Rompía dos tabús de una tacada.

En Barcelona se ha vuelto a poner de actualidad la polémica a propósito de la instalación de más cámaras de vigilancia en los espacios públicos. No estoy seguro de que incrementar la seguridad, incluso con esos medios incómodos, equivalga a disminuir la libertad, como decía Manel Manchón en estas páginas el domingo pasado.

Cuando leí su columna acababa de enterarme de que un centro comercial chileno había difundido imágenes de la heredera del Trono de España mientras visitaba sus instalaciones. El mall usó la vida privada de una persona famosa para autopromocionarse, un claro atentado contra la libertad de Leonor de Borbón.

Eso es cierto, pero en cuántas ocasiones esos mismos espías mecanizados han permitido reprimir un crimen o detener a un delincuente. Sin ir más lejos, la semana pasada se conoció la sentencia de cuatro años de cárcel contra el ladrón de un reloj de lujo en el barrio de Gràcia. El robo se produjo en octubre y el autor fue detenido en noviembre.

Los Mossos identificaron al delincuente como un habitual de la vigilancia en los alrededores de los hoteles del centro de la ciudad, al que también habían visto por Lloret de Mar. A partir de ahí se ataron cabos hasta dar con el prenda, un antiguo menor no acompañado que desde julio del 2024 disponía de un permiso de residencia temporal en España.

El sistema de seguridad de un parking cercano al lugar de los hechos grabó la escena y permitió la localización del delincuente. El turista no pudo recuperar su joya -de 160.000€-, pero el ladrón se pasará tres años en una cárcel española para ser expulsado después -probablemente a su país de origen, Marruecos- con la prohibición de volver en ocho años.

La cámara de vigilancia y la decisión del juez han permitido en este caso una respuesta consistente a un delito que tiene todos los visos de la multirreincidencia y que genera grandes dosis de -sensación- inseguridad.

Es verdad que la filmación no impidió el delito, lo que nos podría llevar a la conclusión de que la contribución de esos artilugios es más una ilusión -de seguridad- que una realidad.

Idéntica deducción podríamos hacer de la presencia policial en zonas delicadas de la ciudad, como la Barceloneta, Ciutat Vella o Sagrada Família. El patrullaje no imposibilita un robo, un apuñalamiento o incluso un atentado, pero siempre será disuasorio y, también, tranquilizador para el ciudadano.

Sobre todo, si tenemos en cuenta que solo el 5% de los habitantes del área metropolitana es víctima de un delito al año, aunque la percepción general es mucho mayor. Razón de más para implementar medidas que incidan justamente en esa percepción de inseguridad que las cifras no respaldan.