El turismo invade las grandes ciudades europeas. Es un punto de vista. Hay otro. Es cierto que puede molestar a la población local, a los residentes, porque los grupos de ciudadanos de otras nacionalidades que llegan utilizan, por ejemplo, el transporte público. Y el metro y los autobuses ya van desbordados.

Pero ese turismo también genera una gran aportación económica. Representa el 15% del PIB de la ciudad. Hay otras actividades importantes, pero la turística no se puede desdeñar.    

El hecho es que una quincena de ciudades del sur de Europa ha convocado una manifestación unitaria el domingo 15 de junio para llamar la atención sobre la turistificación. Barcelona está en el centro de todo el debate, pero están en ese movimiento otras muchas ciudades como Nápoles, Lisboa, Venecia, Palma de Mallorca, San Sebastián, Valencia, Bilbao o las islas Canarias.

La cuestión es que la presión sobre los servicios públicos cada vez es mayor. Y, en concreto, sobre un bien escaso como se ha convertido la vivienda. El debate de los últimos meses se ha centrado en los pisos turísticos.

Y sí, es un verdadero dolor de cabeza, porque esos pisos en determinados inmuebles en los centros de las ciudades han complicado la vida a los vecinos, y han elevado el precio de una forma desaforada. Un propietario prefiere sacar más dinero a su piso. Es racional.

Las administraciones han reaccionado. Y en Barcelona, el alcalde Jaume Collboni, lo tiene claro: no se renovarán las licencias turísticas a partir de noviembre de 2028. Otra cosa será ver si habrá algunos inmuebles, enteros, dedicados al negocio turístico. El Ayuntamiento, gobernado por el PSC, insiste en que no habrá excepciones.

Pero, ¿hay seriedad en ese movimiento contrario al flujo turístico? Los manifestantes portarán pistolas de agua. Ya lo han hecho en otras movilizaciones. Lanzan agua a los turistas, que, perplejos, los miraban sentados con sus refrescos y sus platos en las terrazas de los restaurantes.

Esos mismos que llevarán pistolas de agua ya han contratado viajes para formar parte de enormes ejércitos de turistas en… Grecia, por ejemplo. Ejercen de turistas en otras ciudades europeas, en otras islas, con los mismos problemas o más gordos que en Mallorca o Menorca.

De eso se debe ser consciente. La responsabilidad individual ya no es una exigencia. Se pide, se reclama, pero no se obra en consecuencia. 

Y ser turista ya es algo que debemos asumir. En Europa todos somos turistas, nos gusta escaparnos unos días y recorrer una ciudad. Dejarnos llevar y disfrutar del ocio, del momento.

La presión no se debe colocar en el turista, que no es un señor o una señora con cuernos, sino un ciudadano con derechos y obligaciones.

La presión debe situarse en el poder público y también en el sector privado. La falta de vivienda en Barcelona y en el área metropolitana, y en el conjunto de Catalunya, no es culpa de los turistas. Es de una administración pública que no ha sabido o podido llegar a acuerdos con el sector privado para construir vivienda pública y de precio libre en las últimas décadas.

La saturación del transporte no es culpa del turista. Lo es de una administración pública –en este caso la Generalitat—que no ha pensado la evolución demográfica del país ni las necesidades de determinados colectivos.

Disparar pistolas de agua a un turista, cuando se acaba de contratar un vuelo para una isla griega es de traca. Que lo piensen los que vayan a la manifestación el próximo domingo.