Es curioso, pero en el barómetro semestral del Ayuntamiento de Barcelona no aparecen los efectos de la crisis climática que también vivimos en la ciudad y que se manifiestan en el calor tórrido que impide descansar y que incluso provoca muertes.

Por la razón que sea, la encuesta, que se hizo entre el 26 de mayo y el 3 de junio, antes de que empezara la ola de calor, no proponía un pronunciamiento de los encuestados sobre esta cuestión. Es muy probable que si el sondeo se hiciera ahora, los ciudadanos mencionarían la temperatura sin necesidad de sugerencias.

Y llama la atención porque el propio consistorio lleva años trabajando en cómo mitigar los efectos de la drástica subida de las temperaturas. La densidad poblacional de la ciudad –17.000 habitantes por kilómetro cuadrado-- es de las más altas del mundo; el 21% de los barceloneses supera los 65 años, lo que los hace más sensibles; el efecto isla de calor hace que la ciudad padezca tres grados más que su entorno; la cuenca mediterránea sufre los efectos de la subida un 20% por encima de la media.

En fin, una serie de factores que han aconsejado adoptar medidas, desde los llamados refugios climáticos y las fuentes de agua potable, que también incluyen la adaptación de la construcción y reformas de viviendas a los nuevos retos del calor.

La ciudad solo puede paliar –o intentar-- sus efectos, puesto que incidir en las causas –el modelo de economía industrial-- no está a su alcance.

Barcelona, en concreto, también deberá vérselas con las repercusiones del incremento del calor en la productividad y calidad del sector turístico, del que depende el 14% de su economía y 150.000 de los puestos de trabajo totales.

Los datos disponibles anuncian una reducción de la demanda turística del 12,5% durante los meses de julio y agosto a medio plazo, una caída difícil de compensar con la desestacionalización paralela, sobre todo entre los visitantes mayores de 65 años.

La semana pasada, el Ayuntamiento nos sorprendió con el anuncio de un simulacro de una ola de calor de hasta 50 grados para el verano de 2027, algo que ha podido sonar exagerado, pero que tiene todo el sentido del mundo.

El Plan Calor, que se integra en el Plan Clima y que tiene un presupuesto de 111,67 millones de euros, incluye centenares de medidas para aliviar los efectos de la cúpula de calor que nos azota, que lleva camino de repetirse con frecuencia en un futuro africanizado. No es fatalismo, sino realismo. Es lógico que el consistorio someta a un test de estrés las medidas preparadas para comprobar su funcionamiento; y que lo haga en supuestos un poco lejanos, sobre todo teniendo en cuenta que pese a que el plan mira al 2035, los cálculos quieren contemplar hasta los próximos 75 años.