El título se refiere a la queja del Arzobispado de Barcelona por el cartel de las fiestas de la Mercè de este año. Y no es tanto porque la imagen pueda ridiculizar a la patrona de la ciudad, sino porque Juan José Omella ha señalado una verdad como un templo: el Ayuntamiento debería establecer de una vez y de forma clara la línea que separa el jolgorio popular que impulsa y subvenciona de las celebraciones eclesiásticas de las que pretende distanciarse.

La exclusión de la misa oficial de la Mercè del programa de actos es un paso en la buena dirección porque contribuye a dejar las cosas en su sitio. Ada Colau hizo bien en su día, aunque la suya fuera una manifestación de ese laicismo beligerante que tanto disgusta al cardenal.

Jaume Collboni podría mantener el laicismo educado que separa Estado e Iglesia y superar la difícil asignatura de conciliar la fiesta mayor de Barcelona con el día de su patrona, una virgen que da nombre a una orden religiosa y que es señora de otras ciudades del mundo.

Diría que la protesta por el cartel es un toque de atención en esa línea. Oiga, viene a decir, aténganse a sus celebraciones sin invadir las ajenas, mantengan las distancias y, por supuesto, encima no se mofen de las figuras que nosotros veneramos, que son justo en las que ustedes se inspiran para sus eventos más populares. No nos utilicen de esa forma, y sean coherentes.

O lo que es lo mismo: cómo resolver la contradicción que supone convertir las fiestas religiosas –o de origen religioso-- en encuentros de diversión, convivencia, vecindad, comunidad, incluso de identidad, mientras en esas  celebraciones se denosta su espiritualidad y se menosprecia a los conciudadanos creyentes.

Da la impresión de que los 10 meses que le quedan a Omella para la jubilación no va a ser un periodo de resignación y de silencio ante el mundo que le rodea.

Sería incongruente con su trayectoria --¿recuerdan el capón que le dio a Gabriel Rufián desde Twitter?--. Y probablemente también lo sería con el encargo del nuevo Papa, León XIV, a sus misioneros: hay que dar un paso al frente para ponerse al día, para reivindicar el catolicismo y sus valores en una sociedad en la que –más que nunca-- el que no aparece y no se hace oír, tampoco existe.

[Las réplicas a la crítica del arzobispado por parte del consistorio y del creador del cartel, Lluís Danés, tienen poca consistencia. Está claro que la imagen de este año evoca una composición religiosa con aquella luz divina de las ilustraciones tan presentes en las escuelas españolas de los años 50 y 60. De la misma forma que ninguna de las otras 45 obras de los consistorios democráticos había entrado en ese terreno. Basta con echar un vistazo a las creaciones de gente como Nazario, Ràfols Casamada, Perico Pastor, Guinovart, Arranz-Bravo, Llimós o Tàpies. Recogieron con más o menos acierto el espíritu de la fiesta, pero no le pusieron el zasca en bandeja a la Iglesia.]