Nunca le agradeceré lo suficiente a Manuel Valls que me quitara de en medio a Ernest Maragall como posible alcalde de Barcelona. A Ada Colau tampoco la soporto, cierto, pero ello obedece a motivos ligeramente distintos: la presencia de lazis a ambos lados de la plaza de Sant Jaume habría contribuido notablemente el incremento del aire ya casi irrespirable que se respira en mi querida ciudad. Hace unos días, el Tete hizo algo que me recordó de nuevo la eficaz iniciativa del desaparecido señor Valls: él solito impidió que se aprobara una moción municipal que celebraba el décimo aniversario del final de las actividades criminales de la banda terrorista ETA. Como todos los conversos –Maragall paso de sociata a lazi de la noche a la mañana-, nuestro hombre tiende a sobreactuar en todo lo relativo a su nueva fe, lo cual le hace quedar a menudo como un hombre básicamente ridículo. En el caso que nos ocupa, la sobreactuación tuvo características de canallada y le situó moralmente a la altura del betún.

Puede que su salida de pata de banco le sirva para cosechar algunos votos entre el sector más demencial del lazismo si cumple sus amenazas de presentarse a las próximas elecciones municipales (él cree estar hecho un chaval, como Joe Biden, y hay que reconocerle que todavía no se queda frito en los plenos del ayuntamiento), pero, por mucho que vista la mona con las excusas habituales de que hay que condenar el terrorismo venga de donde venga y demás simplezas, lo cierto es que ha quedado como alguien que no ve la necesidad de congratularse públicamente de que una pandilla de asesinos patrióticos optara por meterse las armas por donde les cupieran (gracias, básicamente, a la policía y a los jueces, pues el noble pueblo vasco no puede decirse que estuviera jamás a la altura de las circunstancias). Yo ya entiendo que toda una vida de gris funcionario a la sombra de un hermano más brillante es algo que le puede agriar el carácter a cualquiera. Pero que alguien que aspira a ser el alcalde de Barcelona sea incapaz de suscribir una propuesta moralmente intachable es preocupante y, en mi opinión, lo desautoriza de manera radical a la hora de pretender gobernar cualquier ciudad.

Eso sí, si el Tete acaba presentándose a las elecciones, es capaz de ganarlas: los lazis no soportan a Colau (pese a los esfuerzos de la pobre por quedar bien con ellos, que nunca le son agradecidos), la derecha la detesta y una gran parte de la izquierda, tampoco le ve la gracia. Este sería, pues, el momento adecuado para que lo que queda en Cataluña de la social democracia diera un paso al frente y el PSC reconquistara la alcaldía. El problema, en este caso, se llama Jaume Collboni, cuya actitud servil y pusilánime ante los comunes lo convierte en un candidato que no nos hace ilusión ni a los que queremos perder de vista a Ada y al Tete. Yo diría que Collboni solo tiene dos opciones para aspirar a algo, ninguna de las cuales parece estar siendo sometida a un ejercicio de consideración: irle haciendo la cama a Colau como supuesto colaborador o abandonar el ayuntamiento –en justa reciprocidad a cuando ella se lo sacó de encima sin contemplaciones como supuesto colaborador de la aplicación del 155– y ponerse a ejercer de oposición en serio. El PSC también puede (y debe, en mi opinión) cambiar de candidato, y para eso no hace falta recurrir al pobre Illa, ese apparatchik reciclado en líder providencial y al que se usa como si sirviera para un barrido y para un fregado. Cabe la posibilidad de que no haya banquillo y no quede más remedio que tirar de Collboni, pero a nadie se le escapa que la actitud de éste no es la más adecuada para ganar nada. Entre otras cosas porque, a día de hoy, nadie sabe muy bien quién es Jaume Collboni, qué pretende, qué idea de ciudad tiene y qué piensa hacer para convertirse en un candidato atractivo para los socialdemócratas que quedamos en Barcelona.

Yo ya lo único que tengo claro es que, entre una señora que me está dejando la ciudad hecha un cuadro y un señor que le pone peros a la condena de una banda terrorista, no sé cuál de los dos me da más grima. Considero al PSC un mal menor al que puedo acabar votando con la proverbial pinza en la nariz, pero les agradecería que se esforzaran un poco más a la hora de recuperar esa plaza fuerte que perdieron hace años y que no ha parado de ir a peor desde entonces.