El cineasta y agitador cultural José María Ponce

El cineasta y agitador cultural José María Ponce FLICKR

Vivir en Barcelona

Ponce, mi amigo el pornógrafo

Cineasta, agitador cultural, Ponce dejó Madrid para instalarse en Barcelona y convertirse en uno de los pioneros del cine porno y de muchas otras iniciativas 

30 marzo, 2024 23:30

Nos dejó hace unos días José María Ponce Berenguer (Madrid, 1954 – Barcelona, 2024), de profesión pornógrafo. Yo le tenía mucho aprecio, y no era el único, pues pese a moverse en un mundo aparentemente sórdido, el difunto era un tipo estupendo, bondadoso y con un punto entrañable al que conocí hace un montón de años durante su larguísima estancia en Barcelona. Me recordaba, en cierta medida, a Burt Reynolds en Boogie nights, aquel productor de películas porno de los años 70 con cuyos actores y actrices, que lo adoraban, había formado una especie de familia disfuncional que se quería mucho. De hecho, cuando dejó de dirigir cine erótico -me confesó que ya no podía más con el cutrerío imperante en el ambiente-, intentó levantar una película, digamos, normal y de tono autobiográfico que iba en la línea de la de Paul Thomas Anderson, un proyecto que, lamentablemente, nunca se materializó.

José María acabó muy harto del mundo del porno, del que, además, dada su manera de ser, nunca sacó ni un duro, al igual que su estrella habitual, María Bianco (esposa primero y amiga del alma después, lo cual le causaba al pobre Ponce problemas con sus novias, que no entendían que siguiera tratándose con su ex y que no atendiera a amenazas sentimentales del modelo “O ella o yo”), que se apellidaba en realidad Cuadrado y era la hermana de un viejo amigo, el erudito de los tebeos Jesús Cuadrado, fallecido no hace mucho y responsable de un monumental Diccionario de uso de la historieta española que es una obra de obligada consulta. María se definía como una friki. Ponce no, pero no hacía falta, pues resultaba evidente viendo su manera de ir por la vida. Nunca averigüé cómo habían acabado ambos en mi ciudad ni por qué habían dejado su Madrid natal, pero tampoco tenía mucha importancia, pues se convirtieron en muy poco tiempo en figuras familiares de la escena alternativa local.

José María Ponce

José María Ponce FLICKR

Ponce y Bianco eran auténticos true believers del porno que no sé si consideraron alguna vez la posibilidad de ganar dinero con sus cosas. Nuestro hombre rodó dieciocho películas entre 1993 y 2004 con las que no ganó un céntimo. En paralelo, dirigió la edición española de la revista Hustler (1992 – 1996), fundó Sado-Maso (1985 – 1990: se comentaba que Ponce ejercía de esclavo en sus ratos libres de una estricta dominante), creó el Festival Erótico de Barcelona (1993 – 1999) y hasta gozó de la amistad de Luís García Berlanga durante los últimos años de vida del autor de Plácido, Bienvenido mr. Marshall o La escopeta nacional. Yo lo conocí (a él y a María) a finales de los años 80 -a base, creo recordar, de írmelo cruzando por salones del comic y eventos similares- y, aunque nunca acabé de entender del todo su fe en el porno, me ganó enseguida con su simpatía y su buena fe y por ser la prueba palpable de que uno se podía dedicar a la pornografía sin ser un indeseable, un hortera o un maltratador de mujeres. ¿Era un excéntrico? Probablemente, pero de los más simpáticos y fiables que he conocido. Cuando le ofrecí un papelito de médico en mi primera (y me temo que última) película, Haz conmigo lo que quieras (2004), lo aceptó y lo bordó.

¿Qué visión del mundo?

La pareja Ponce & Bianco eran lo más opuesto posible a la sordidez y el cutrerío propios del cine porno, aunque me temo que acabaron acusando esas características, como las buenísimas personas que eran (o que son, pues María, afortunadamente, sigue entre nosotros). Me hubiese gustado asistir a la transición de José María al cine comercial con esa película de homenaje a su antiguo oficio, pero no pudo ser. Llevaba cierto tiempo sin verlo, desde que se volvió a Madrid, y su muerte me pilló totalmente por sorpresa, aunque salgo a entierro diario desde los tiempos de la pandemia.

Mentiría si dijera que llegué a entender su visión del mundo, pero lo importante es que el tipo se hacía querer y que había en él una extraña inocencia, impropia del entorno en que se movía, que lo hacía destacar en su ambiente como una mosca (buena) en un plato de nata (agria). Se ha muerto antes de tiempo, como la mayoría de las víctimas de la masacre generacional que uno lleva experimentando desde el coronavirus, pero estoy convencido de que sobrevive en la memoria de todos los que le conocimos y le apreciamos. El hecho de que se pareciera físicamente a Juan Luís Cebrián siempre me pareció un involuntario rasgo humorístico que contribuía a su peculiar grandeza.