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La tos que nunca se va: cuándo preocuparse y acudir al médico
La tos persistente o ‘tos de los cien días’ es una de las consultas más frecuentes tras un resfriado, la gripe o incluso el covid-19. Aunque suele ser un síntoma pasajero, en algunos casos puede llegar a interferir en el descanso y generar ansiedad
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La tos persistente se ha convertido en uno de los motivos más habituales de visita tanto en atención primaria como en consultas de neumología. No es extraño que, después de superar un resfriado, una gripe o incluso una infección por Covid-19, esa tos continúe acompañando al paciente durante semanas.
Cuando se prolonga más de lo esperado, recibe el nombre popular de “tos de los cien días”, un término que refleja el desconcierto y la desesperación que puede causar.
Este trastorno puede tener múltiples orígenes y no siempre está relacionado con una infección viral reciente. En algunos casos, se debe a la irritación residual de las vías respiratorias tras el proceso infeccioso, pero también puede estar vinculada a afecciones como el reflujo gastroesofágico, el asma, la bronquitis crónica o la exposición a agentes irritantes como el tabaco o la contaminación ambiental.
El problema no reside únicamente en la duración del síntoma, sino en el impacto que genera. “Puede convertirse en una auténtica pesadilla, interrumpiendo el descanso nocturno, dificultando la vida social e incluso despertando ansiedad ante la posibilidad de que esconda algo grave”, explica el doctor Carlos García-Navarro, neumólogo del Centre Mèdic l’Eixample Sagrat Cor, que pertenece al Grupo Quirónsalud.
Un reflejo de la hipersensibilidad bronquial
La explicación más frecuente a esta situación es la inflamación de las vías respiratorias tras una infección. La mucosa bronquial queda tan sensible que estímulos cotidianos —como reír, hablar, respirar aire frío o exponerse a un cambio de temperatura— desencadenan de inmediato la tos.
El aparato respiratorio permanece en un estado de hiperreactividad que, en muchos casos, se prolonga durante semanas y en otros puede superar los tres meses.
Aunque la mayoría relaciona esta tos con un resfriado mal curado o con el Covid-19, los especialistas recuerdan que no se deben pasar por alto otras causas. Una de ellas es la tos ferina o pertussis, que, pese a asociarse a la infancia, también puede afectar a adultos vacunados o con defensas bajas, manifestándose en forma de una tos seca, intensa y muy prolongada.
Cuándo buscar ayuda médica
No toda tos persistente requiere una visita inmediata al especialista, pero sí conviene fijar un límite. Según el doctor García-Navarro, “si la tos se mantiene más de ocho semanas tras una infección respiratoria, lo recomendable es someterse a una valoración médica”.
El objetivo es descartar otras causas como asma, reflujo gastroesofágico o incluso efectos adversos de determinados medicamentos.
Existen señales de alarma que obligan a consultar cuanto antes: fiebre mantenida, pérdida de peso inexplicable, dolor torácico, dificultad respiratoria o la presencia de sangre en el esputo. En ausencia de estos síntomas, lo más habitual es que la tos post-infecciosa se resuelva de manera espontánea, aunque el médico puede recurrir a tratamientos específicos como antitusivos, broncodilatadores o antiinflamatorios inhalados, dependiendo de la intensidad y del origen.
Estrategias para aliviar el síntoma
Más allá de los fármacos, hay medidas sencillas que contribuyen a mitigar la irritación de las vías respiratorias. Mantener una hidratación adecuada, evitar ambientes con humo o excesivamente secos, emplear humidificadores, protegerse de los cambios bruscos de temperatura y recurrir a lavados nasales en caso de congestión son recomendaciones habituales. “En ciertos casos, los ejercicios de reeducación respiratoria guiados por fisioterapeutas ofrecen buenos resultados”, asegura el especialista del Centre Mèdic Sagrat Cor.
La clave, según los especialistas, es la paciencia. Aunque la tos no siempre es un signo de enfermedad grave, puede condicionar la vida diaria hasta el punto de volverse limitante. El objetivo del tratamiento es doble: aliviar el malestar inmediato y vigilar la evolución del síntoma para garantizar que no oculta una patología más seria.