Decía una vieja canción que Barcelona tiene poder. La afirmación sigue siendo válida, pese a los intentos de los ejecutivos autonómicos por laminarlo, con los partidos independentistas al frente del ataque. La alianza con otras ciudades europeas, plasmada en la reunión de sus dirigentes celebrada esta misma semana y que ha concluido con un manifiesto a favor del aumento del poder de las mismas, va en la buena dirección: la de la modernidad y la adecuación al signo de los tiempos.
La Europa actual es la Europa de las ciudades. Por dos motivos: en el último siglo se ha producido una despoblación sistemática del campo, al tiempo que crecían, no siempre ordenadamente, las aglomeraciones urbanas. Todo apunta a que así seguirá siendo. En Europa y en el resto del mundo. La segunda razón es que se incrementa, en paralelo, la urbanización del campo. Contribuye a ello la mejora de las comunicaciones que reduce las distancias. Lo que antes eran pueblos en el Área Metropolitana de Barcelona, han crecido en una doble dirección: la residencial, por el menor coste del suelo y, por ello, de la vivienda, y la industrial. En el último siglo, Barcelona (como otras ciudades europeas) ha visto emigrar sus industrias, sobre todo las pesadas. Si este proceso se hubiera dado hoy y no en los años sesenta, es posible que algunos de esos terrenos hubieran podido dar paso a espacios y servicios públicos. Lamentablemente, la transformación se produjo en una época en la que la dictadura facilitó la especulación más desalmada. A un coste que aún no se ha pagado y que acaba siendo costeado por quien tiene que comprar una vivienda.
Desde que en Barcelona hay alcaldes elegidos en las urnas, estos han intentado estar presentes en todos los movimientos internacionales de ciudades. El mayor impulso se dio en la época de Joan Clos. Incluso hubo quien le reprochó dedicarse más a las relaciones internacionales que al día a día de la ciudad. Jaume Collboni retoma ahora el testigo, sabiendo que el principal obstáculo no son las instituciones europeas, sino los que tienen la sede en la misma plaza que el Ayuntamiento.
El carlismo catalán ha recelado siempre de la ciudad. Las guerras carlistas enfrentaron al progresismo de las capitales que entonces se industrializaban y que buscaban políticas liberales con el proteccionismo rural impulsado por los tradicionalistas. Aquel proteccionismo quizás tuvo algún sentido económico cuando España tenía colonias y quería evitar la competencia de otras potencias (Gran Bretaña, especialmente). Decayó con las independencias de los territorios de ultramar.
Desde entonces, la estructura de población de España (de toda Europa) se ha transformado y la tendencia se mantiene: el futuro será cada vez más urbano. El movimiento de las ciudades busca potenciar la cooperación de unas con otras y obtener el reconocimiento presupuestario que por competencias les corresponde. Desde antiguo se había reclamado una proporción de 50 (Gobierno central), 25 (comunidades autónomas), 25 (los municipios). Aún no se ha logrado y quizás haya que revisar esos porcentajes. También la capacidad de decisión. Es absurdo que se esté negociando el traspaso de Rodalies sin que tengan un papel preponderante los municipios. No son las redes regionales, sino las locales. No cosen la Vall d’Aran con Tortosa, sino las áreas metropolitanas de las capitales. Y está claro que el primero que no quiere oír las voces de los alcaldes es el Gobierno de la Generalitat. Ahora lo preside Pere Aragonés, pero pasaría igual con cualquier otro.
Ada Colau, mientras fue alcaldesa, se expresó repetidamente sobre el tipo de aeropuerto que quería, pero apenas sobre Rodalies. Como si la cercanía del servicio lo convirtiera en un asunto menor, cuando es central. Se trata del fuero: de la capacidad de las ciudades para decidir sobre su propio territorio desde la proximidad a los vecinos.
En estos momentos, Barcelona apenas tiene poder de decisión en temas tan centrales como el transporte, la seguridad, la educación y la sanidad. Y la falta de dinero (ahí está Xavier Trias pidiendo que se rebajen los impuestos, como vía para asfixiar al consistorio) hace que no pueda hacer lo que ha venido haciendo en los últimos años: tapar las deficiencias de las otras administraciones.
Algún día habrá que pararlo. O copiar esa solución insolidaria del separatismo y exigir la independencia del área metropolitana ampliada (más los que se quieran apuntar) respecto al resto de Cataluña.