Como todo el mundo sabe, la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero. Por eso, aunque suela ser la derechona local la que se queja de lo obsequiosas que son las autoridades con la comunidad árabe, felicitando a sus miembros por el Ramadán, mientras se olvidan, voluntaria o involuntariamente, de felicitar la Semana Santa a los barceloneses católicos, la verdad es que juraría que está en lo cierto.

Es como si el Ramadán fuese una costumbre progresista, mientras que la cuaresma sería algo así como una cima de lo rancio y de lo reaccionario. Lo mejor, creo yo, sería que, dado que somos un estado laico, las autoridades se abstuvieran de felicitar a sus administrados por cuestiones religiosas. Y que, si se opta por las felicitaciones, que éstas se hicieran extensivas a los católicos practicantes.

Nunca he entendido muy bien qué tenían que ver las cosas del comer con las cosas de Dios. De pequeño, recuerdo que había días que no se podía comer carne, pero nunca supe en qué podía afectarle al Creador que contraviniéramos una norma que, además, no había impuesto él, ya que, que yo sepa, no hay ninguna indicación en la Biblia a ese respecto. ¿No tenía Dios nada mejor que hacer que ofenderse si la gente se zampaba una hamburguesa el viernes santo?

Luego llegó la masiva inmigración árabe y se instauró entre nosotros la aún más absurda costumbre del Ramadán. Todo un mes sin comer nada hasta la puesta de sol, atravesando una jornada laboral de la peor manera posible y con un rendimiento forzosamente mejorable a causa de la gazuza.

Semejante idea supera con creces la irracionalidad de nuestra Cuaresma. ¿Qué mejor ocasión para librarse del Ramadán que emigrar a un sitio en el que no se celebra? Lamentablemente, el islam tiende a la teocracia y nuestros emigrantes árabes se pasan la vida exigiendo mezquitas, no contaminándose de nuestra propensión al pecado y, en los casos más extremos, amañando bodas y sajando clítoris.

Tengo la impresión de que los árabes tienden a la sobreactuación en su relación con el Creador. La Cuaresma es una chorrada, de acuerdo, pero no te mata de hambre. A lo sumo, te deriva hacia el pescado cuando tú preferirías zamparte un chuletón. Las restricciones duran unos pocos días, y si te las saltas tampoco pasa nada y no se presentan en tu casa un par de curas para echarte a la hoguera.

Pero lo del Ramadán es una exageración insoportable: treinta días sin comer y trabajando mal para satisfacer a una entidad superior que ni siquiera sabemos si existe. Me parece pedir mucho, la verdad.

De ahí que considere que nuestras autoridades (y TV3, que emitió recientemente un reportaje sobre las maravillas del islam y la evidencia, combatida por la intolerante derechona, de que el velo es una elección libre de las mujeres árabes) hacen mal fomentando delirios dañinos para el cuerpo y la mente como el Ramadán.

De la misma manera que han dejado de felicitarnos las pascuas, deberían dejar de felicitar el Ramadán (y no descarto una campaña educativa sobre lo absurdo y nocivo que resulta tirarse cuatro semanas pasando hambre).

Por otra parte, que se considere progresista fomentar las paparruchas religiosas del islam es algo que no acabo de entender. Creo que deberíamos tomarnos más en serio nuestra laicidad y utilizar la misma vara de medir para los diferentes tipos de delirio seudo religioso.

Considerar que el Ramadán es más moderno y enrollado que la Cuaresma, así como proyectar una mirada excesivamente tolerante sobre una comunidad cuyo respeto a las mujeres y al progreso es de lo más discutible, se me antoja una muestra de miopía socio política que en nada contribuye a una sociedad mejor.