Jaume Collboni no es Gerard Butler, el actor que representó el rey espartano Leónidas, que se las tuvo tiesas con el rey persa Jerjes. Tampoco Barcelona es el paso de las Termópilas, lugar donde transcurre la reconocida película 300. Y, por supuesto, Collboni no tiene 300 aguerridos guerreros espartanos, pero sí 200 obras públicas en marcha que tienen la ciudad patas arriba.

No es igual, sin duda, pero no nieguen los parecidos de entrada. No lo den por hecho. Creo que Collboni y Butler tienen una cosa en común: tienen arrojo, arriesgan y no se amilanan ante la adversidad. Son inasequibles al desaliento.

Barcelona es una ciudad abierta desde que el alcalde cogió el bastón de mando. Desde el norte al sur y del este al oeste. Tantos años de apatía, solo preocupados por el carril bici y el urbanismo táctico, habían dejado a la capital de Cataluña instalada en la dejadez. Ahora, la alianza Illa y Collboni ha dado un vuelco a Barcelona con unas obras de envergadura.

Y eso que le niegan el pan y la sal al equipo de gobierno. El último, Jordi Martí, el interino líder -que no candidato- de Junts, que para no pactar con Collboni afirma que el alcalde quiere un tripartito en 2027.

Eso es tener luces largas para transitar incluso por el Túnel de la Rovira, también en obras of course. Quizás, el regidor está buscando su futuro fuera del consistorio como adivinador porque hay que tener cuajo para no pactar hoy, por ejemplo, para retirar la reserva del 30% en la vivienda, pensando en lo que se hará dentro de dos años. Por esa regla de tres, más de la mitad de las obras estarían en la estacada.

El alcalde ha demostrado que es prudente, pero cuando hablas de obras los plazos siempre son un horror. Eso nos pasa en nuestra casa. Cuando inicias una obra sabes el día que empiezas -eso ya de por sí es un decir- pero no sabes cuando acabas -esto con toda seguridad-.

Durante las obras el usuario-inquilino tiene su propia travesía del desierto. Todo un calvario como el que también sufrieron los 300 de Leónidas en su Barcelona particular, léase Termópilas, atacado por las huestes persas que en la Ciudad Condal se convierten en excavadoras, tuneladoras, asfaltadoras, taladros de gran tamaño, palas, camiones y masivos movimientos de tierras.

Collboni como Butler se han arremangado y “van per feina”, pero ojo, si las obras se retrasan más de la cuenta, el sufrido barcelonés podrá el grito en el cielo. Los barceloneses están ahora en su versión privada de calvario-travesía del desierto.

Lo aceptan porque hay que pasar el suplicio para mejorar. Sin embargo, ojo. Las elecciones se celebrarán en mayo del 27 y las obras deberían acabar mucho antes. Como máximo en diciembre de 2026.

Todas seguro que no pondrán punto y final, pero la idea es que finalicen la gran mayoría. Esa es la gran baza del gobierno municipal. Si las obras se acaban, vuelve la normalidad, y la tranquilidad, y el ciudadano disfruta de lo realizado. Lo ve como un éxito propio. No le falta razón porque se paga todo esto con sus impuestos. Y este éxito lo rentabiliza el gobierno, no la oposición, y menos una oposición que vaga como pollo sin cabeza en su propia travesía del desierto sin líder y sin agua.

En Junts, ERC y comunes se respira un aire enrarecido porque saben que un éxito del gobierno municipal es un demérito de la oposición y esto se paga caro en las urnas. Con estas perspectivas de futuro auguro un aumento de la hostilidad contra Collboni y la consolidación de la pinza entre Junts y Comunes. Todo un vivir para ver.

Han pasado del odio al amor bajo la premisa del enemigo de mi enemigo es mi amigo. ¡Un nivel por favor! Entienden ahora por qué digo que Collboni y Butler tienen un parecido razonable. Collboni puede ganar y Butler-Leónidas con un ejército en miniatura paro los pies al todopoderoso rey persa. De hecho, Esparta ganó la guerra. Collboni va camino de ganarla. Solo, ya que nadie quiere compartir con él gobierno.