Hacía un tiempo que no sabíamos nada de Greta Thunberg, la Pipi Calzaslargas del activismo progresista.

Y, de repente, nos la encontramos en nuestra ciudad, en compañía de Ada Colau, también un tanto desaparecida últimamente, y encabezando una flotilla de naves solidarias con Palestina dispuestas a cruzar la frontera israelí para distribuir alimentos entre la famélica población de Gaza.

Si se lo permiten los elementos, que no se están portando muy bien con ellas, pues ya contamos con un regreso a puerto a causa del mal tiempo (parece que entre tanto activista no hay ni un meteorólogo capaz de intuir el tiempo que va a hacer) y una escala (¿técnica?) en Menorca (a este paso van a llegar a Gaza en Navidad, e intuyo que nadie ha tenido la prevención de traer un disfraz de Santa Claus para Ada o Greta).

Como cada vez que estos dos personajes se meten en algo cargado, en principio, de buena intención, a casi todo el mundo le entra la duda de si está ante un acto de activismo social fetén o ante una photo oportunity para que las susodichas se mantengan en el candelero (o candelabro, ya no lo sé muy bien).

Siguen contando con fans inasequibles al desaliento, pero estas dos estrellas del progresismo cada día recuerdan más a los abajofirmantes que se solidarizan con el gobierno, haga lo que haga, para avisarnos de que se acerca el fascismo al paso de la oca.

A estas alturas, era de esperar que Greta tuviese ya alguna idea aproximada de lo que quiere ser de mayor y hubiese abandonado su precaria carrera de activista para todo para matricularse en alguna universidad.

Pero me temo que Greta quiere ser lo que ha sido siempre: una especie de Pepito Grillo siempre dispuesta a señalar con el dedito todas (o casi todas) las cosas que no funcionan en el mundo (menos Hamas, de cuya existencia parece no haberse enterado).

Me pregunto si alguien le lleva la agenda para que la ex niña sepa en todo momento qué señalar y a dónde dirigirse para llamar la atención sobre lo más urgente en cada momento. Y también me pregunto qué hará cuando se haga definitivamente mayor, deje de ser una novedad y se enfrente a un presente similar al de Bette Davis en Qué fue de Baby Jane.

Lo de Ada entra más en su vida profesional con vistas al futuro: se va a Gaza (o lo intenta, o hace como que lo intenta: sabe que la armada israelí la disuadirá, pero confía en hacerse con unas fotos heroicas que sean del agrado de los fans que le quedan) y se apunta como tertuliana a un programa matutino de TV3.

Se trata de seguir en la brecha. Ya nadie se cree el activismo que impostaba cuando le dio por defender a los afectados por la hipoteca, y todo parece indicar que se metió en la política para quedarse.

Romper el bloqueo israelí sobre Gaza es algo que solo está al alcance de los corruptos gobiernos de este mundo (que no acaban de ponerse de acuerdo en qué hacer ante las matanzas de Netanyahu, empeñado en marcar paquete patriótico para que sus compatriotas se olviden de que, si deja de ser presidente, le caen encima tres juicios por corrupción, más los que puedan sumarse por crímenes contra la humanidad).

Lo de Ada (y Greta, y Susan Sarandon, de la que no diré nada por respeto a su impecable carrera profesional y porque, siendo americana, es muy probable que actúe de buena fe) es un mero simulacro, ideal para salir en la prensa y por la tele, pero absolutamente irrelevante.

Es más, ni siquiera hay riesgo en esta hazaña marina. Diga lo que diga Bibi, a nadie se le va a ocurrir bombardear a la flotilla: cuando detengan a todos esos activistas, les darán el desayuno y los devolverán a casa, no va a añadir a sus problemas el de secuestrar a dos ciudadanas europeas y una estrella de Hollywood.

Aquí los únicos satisfechos son los creyentes del palestinismo, los del From the river to the sea, los que nunca han oído hablar del terrorismo islámico, los que han encontrado una causa en la que creer y que dé un poco de 'vidilla' a su existencia.

Vivimos una época en la que se frivoliza todo, hasta una masacre permanente en lo que queda de Palestina.

Cuando acabe esta charlotada solidaria, Greta partirá en busca de la siguiente y Ada habrá encontrado en el tertulianismo una nueva manera de distribuir la buena nueva a las masas, de demostrar que ella sigue en la brecha, desde el río hasta el mar y hacia la posibilidad de recuperar la alcaldía de Barcelona.

Espero que a Susan le caiga un buen papel, aunque la mayoría de la implacable industria de Hollywood la encuentre demasiado mayor.